Benedicto XVI nos dice que “los santos son los verdaderos reformadores de la Iglesia”. Sin duda, Sta. Teresa de Jesús, demuestra que se no se trata de una frase vacía, sino capaz de expresar una realidad histórica que le ha permitido a la Iglesia salir adelante en medio de escenarios muy complejos. Frente a los santos, quedan expuestas las inercias y acciones mediocres que obstaculizan el ejercicio de la fe, pues constituyen una provocación para los que, estando dentro, ni crecen, ni dejan crecer. Por eso, en un momento dado, son criticados e incluso perseguidos. Molestan, incomodan, porque son coherentes y, sin querer, confrontan a los que han perdido la convicción de vivir lo que libremente prometieron. A Sta. Teresa, de cara a una serie de costumbres que habían diluido el sentido de la vida en los conventos, le tocó provocar un despertar que la llevó a la difícil tarea de mover lo que parecía inamovible. Muchas veces, en oficinas y otros espacios, se escucha el “siempre se ha hecho así” que, en el fondo, significa: “no pienso cambiar”. Y claro, cuando se trata de algo bueno, hay que conservarlo, pero si no lo es, se impone la tarea de transformar sin miedo. Ella lo hizo con la reforma del Carmelo.

La Iglesia ha estado al borde de morir varias veces y, justo cuando parece que todo se viene abajo, llega algún santo o santa que la levanta. Teresa de Jesús tuvo que pasar por mucho. Se enfrentó a la burocracia de todo un sistema de poder. ¿Cómo lo hizo? ¡Haciéndolo! Puede sonar redundante, pero así funciona la fe. Un “¡haciéndolo!” que le costó tiempo, vida, pero que al final fue derivado de un profundo amor (no confundir con algo cursi o meramente sentimental) que la hacia feliz. Solamente así se logra escribir un capítulo que vuelva a lanzar la tarea de la Iglesia.

No seamos cómodos. Si nos toca renovar alguna obra o proyecto pastoral, que no nos dé miedo el “no se puede”. Muchos van a rechazarnos, pero no faltarán otros que se sumen y, entonces, habremos hecho la parte que nos toca. Teresa lo fue construyendo, incluso vigilada por la inquisición, pero su amor fue más grande y cuando personas cercanas la trataban de separar de su tarea, aparecía una Ana de San Bartolomé que le creía y apoyaba. ¿Qué prueba esto? Ante todo, que Dios no solamente nos acompaña de forma espiritual, sino también a través de algunos que aconsejan y están presentes. La amistad, unida a la fe, es la forma de sobrellevar las oposiciones. Santa Teresa pudo haberse quedado cómodamente instalada en su habitación, pero vio más allá y actúo. No desde una rebeldía sin ton ni son, tipo algunas corrientes de la Teología de la Liberación, sino a partir de una obediencia puesta en diálogo permanente.

Cuando nos toque reestructurar, hay que subrayar cuatro puntos muy en la línea de Santa Teresa:
  1. Oración. Diálogo constante con Dios.
  2. Carácter. No olvidemos que un buen capitán afronta la tormenta desde el timón.
  3. Estudio. Hay que tener visión y prepararse.
  4. Coherencia en todo momento.
Y si hay que hablar fuerte y claro, hacerlo, pero sin perder la educación. Lo mismo, buscando lo mejor de cada persona. Sumando acciones, como Santa Teresa, podremos hacer que nuestra vida ayude al presente y al futuro de la fe en un mundo que siempre la ha necesitado.