La historia de España está llena de "deseados". Una hilera de deseados jalonan diversos momentos esenciales de la larga vida española. En unos casos esos personajes deseados han sido gestores positivos de la papeleta que le ha tocado en suerte llevar a cabo. Pero, en una mayoría de los momentos, los deseados han sido nefastos para ejercer con honradez y responsabilidad sus tareas que mejor que hubieran quedado en el sitio donde vivían para no entrar nunca en la lista de los deseados.

De los deseados llamados felones por los periodistas y luego por los historiadores, se podría escribir un largo ensayo que engrosaría un buen volumen, editado en el  modo de ladrillo.

Porque los llamados deseados, son gentes de medio pelo, nacidos en la nimiedad, dotados de pocos centimetros de masa craneal, sumisos tiradores de la levita de los palmeros constantes y locoides de llevar al pueblo a las más bajas pasiones humanas con tal de pasar al futuro como prohombres de paja y traidores redomados.

Los más famosos deseados han pasado al trastero de la historia como judas y traidores de todas los principios que juraban con pompas y solemnidades mundanas.

No conozco a ningún deseado que hayan cambiado o abjurado de sus felonías, fechorías y locuras grabadas a fuego en su conducta pasada y presente.

Las palabrerías cantiflescas de los deseados valen un bledo. Sus discursos son monocordes y faltos de soluciones y luces.

El mejor destino de los deseados es el manicomio, antes de que peguen fuego a la patria, como ya ha ocurrido en otros momentos de nuestra historia. Lo peor es que en ese fuego arderemos todos.

Tomás de la Torre Lendínez

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