Año con año se nos plantea a los católicos el dilema del Halloween. Por una parte, el hecho de que, en efecto, se trata de una fecha que, aunque fue cristianizada, conservó ciertos elementos de origen celta que, al mezclarse, dieron lugar a un enfoque propio del sincretismo y, por otro, el que en muchos países occidentales se acostumbre organizar fiestas de disfraces con su buena dosis de dulces, lo cual, a su vez, crea problemas de conciencia en muchos jóvenes católicos que no saben qué hacer, pues quieren ir y, al mismo tiempo, reciben objeciones en diferentes espacios como grupos o parroquias.
¿Qué hacer? Ciertamente, la obsesión por combatir la fecha no resuelve absolutamente nada. De hecho, genera más curiosidad y relevancia. Antes bien, acompañar, explicar y matizar. Acompañar, porque hay que estar al pendiente de las dudas de los jóvenes. Explicar, porque es necesario argumentar y matizar, en el entendido de que una fiesta de disfraces, por sí sola, no representa ningún pecado, sea la fecha que sea, siempre y cuando, no sean atuendos que exalten el terror o la vulgaridad. ¿Pero acaso asustar es malo? Nos referimos a que hay ciertos disfraces que, en vez de causar simpatía, quedan ligados al sincretismo (brujas, demonios, etcétera). De modo que mientras se eviten formas ritualistas como el “truco o trato” y ciertas maneras de disfrazarse, lo demás no representa ningún problema.
Puede haber disfraces (personajes de caricaturas, videojuegos, héroes, etc.), dulces, música y fiesta. Lo que la Iglesia pide es que, como es obvio, no se practiquen juegos u otras cuestiones que, en lugar de exaltar la víspera del día de todos los santos, terminen siendo puentes, directos o indirectos, para inculcar una obsesión por el mal que hace mucho daño desde el punto de vista espiritual, psicológico y físico. Se trata de cuidar la intención de lo que se está festejando en un momento dado. Por lo tanto, en vez de “satanizar” el que se reúnan a festejar el 31 de octubre, hay que discernir, ayudando a reconocer que una cosa es verse disfrazados y otra invocar a un espíritu cosa que, dicho sea de paso, afortunadamente no es algo común en ambientes vigilados y sanos. El que una reunón lleve por nombre "Halloween" tampoco significa que sea estrictamente desviada de la fe, pues la palabra, al final de cuentas, puede traducirse al español como: "Víspera de todos los santos".
Los jóvenes católicos no deben encerrarse a dormir, sino organizar fiestas sanas. Demostrar, con hechos, de que apostar por el bien, no significa aburrirse. Les toca buscar disfraces que motiven. Por ejemplo, algún héroe, rechazando atuendos que –como el de los zombies- nieguen la vida eterna, pues son “muertos vivientes”; es decir, ni vivos ni en la presencia de Dios en el cielo. Superemos los prejuicios con acompañamiento, explicación y matiz.
¿Qué hacer? Ciertamente, la obsesión por combatir la fecha no resuelve absolutamente nada. De hecho, genera más curiosidad y relevancia. Antes bien, acompañar, explicar y matizar. Acompañar, porque hay que estar al pendiente de las dudas de los jóvenes. Explicar, porque es necesario argumentar y matizar, en el entendido de que una fiesta de disfraces, por sí sola, no representa ningún pecado, sea la fecha que sea, siempre y cuando, no sean atuendos que exalten el terror o la vulgaridad. ¿Pero acaso asustar es malo? Nos referimos a que hay ciertos disfraces que, en vez de causar simpatía, quedan ligados al sincretismo (brujas, demonios, etcétera). De modo que mientras se eviten formas ritualistas como el “truco o trato” y ciertas maneras de disfrazarse, lo demás no representa ningún problema.
Puede haber disfraces (personajes de caricaturas, videojuegos, héroes, etc.), dulces, música y fiesta. Lo que la Iglesia pide es que, como es obvio, no se practiquen juegos u otras cuestiones que, en lugar de exaltar la víspera del día de todos los santos, terminen siendo puentes, directos o indirectos, para inculcar una obsesión por el mal que hace mucho daño desde el punto de vista espiritual, psicológico y físico. Se trata de cuidar la intención de lo que se está festejando en un momento dado. Por lo tanto, en vez de “satanizar” el que se reúnan a festejar el 31 de octubre, hay que discernir, ayudando a reconocer que una cosa es verse disfrazados y otra invocar a un espíritu cosa que, dicho sea de paso, afortunadamente no es algo común en ambientes vigilados y sanos. El que una reunón lleve por nombre "Halloween" tampoco significa que sea estrictamente desviada de la fe, pues la palabra, al final de cuentas, puede traducirse al español como: "Víspera de todos los santos".
Los jóvenes católicos no deben encerrarse a dormir, sino organizar fiestas sanas. Demostrar, con hechos, de que apostar por el bien, no significa aburrirse. Les toca buscar disfraces que motiven. Por ejemplo, algún héroe, rechazando atuendos que –como el de los zombies- nieguen la vida eterna, pues son “muertos vivientes”; es decir, ni vivos ni en la presencia de Dios en el cielo. Superemos los prejuicios con acompañamiento, explicación y matiz.