Tenemos suficiente religión
para odiar a nuestro prójimo,
pero no para amarlo.
-Jonathan Swift-
 
          Giuha o Giufà es un personaje literario de la tradición oral popular siciliana. Es un personaje listo e irónico, socarrón e ingenuo protagonista de muchas fábulas árabes. 

          Andaba un día, Giuha, paseando por la orilla de un río cuando se le acercó un santurrón y le dijo: 
          ─Perdona, sabio Giuha, para buscar la perfección, cuando uno se baña en este río, ¿en qué dirección hay que hacerlo? ¿Mirando hacia la Meca o dándole la espalda?
          ─Si te bañas en este río -respondió, Giuha- tienes que mirar en dirección a tu ropa ¡si no quieres que te la roben!
 
          Hay que evitar el peligro de una religiosidad formalista, huyendo por un lado de la ingenuidad desprevenida, y por otro de la desconfianza sospechosa. 
          La voz de los profetas, y del mismo Jesús, es clara y definitiva al respecto: un culto encorsetado de rígidas observancias es un artificio sagrado y no un acto de verdadera espiritualidad.
 
          San Pablo aconseja ser sencillos como niños en lo que toca a la maldad, pero en lo que toca a los pensamientos, sed adultos (1 Cor 14,20). Y esta madurez adulta comporta un sano sentido práctico que no se pierda en la nebulosa de una vaga espiritualidad. 
          Para Mahatma Gandhi, la verdadera moralidad no consiste en seguir la senda trillada, sino en encontrar nuestro auténtico camino y seguirlo sin miedo.
 
          Lo que debemos hacer es mirar de frente para ver el camino y, una vez encontrado, no sentarnos a contemplarlo, sino caminar. 
          Y así, caminando, hacer camino al andar sin olvidar que las personas somos personas, no ángeles. Alguien ha definido al hombre como barro amasado con luz. En unos hay más luz que barro. En otros, más barro que luz.
           Somos barro que aspira a la Luz y para ello tenemos una ayuda impagable en la excelencia de la verdadera liturgia, esa que huye del ritualismo sin alma.
 
          Tenemos que vivir con hondura e ilusión los ejercicios de la moral tradicional, pero debemos andarnos con cuidado para evitar que un rígido artificio sagrado nos robe la verdadera espiritualidad.