Los católicos tenemos mucha suerte porque nuestro Dios nos ama como a verdaderos hijos: nos adoptó, somos sus herederos y además nos perdona cuando nos portamos mal. Ignoro si esto se da en otras confesiones cristianas, la verdad.
Imagina que un hijo se porta mal o hace algo que sabe que no debe y sus padres se enteran. Puede que se enfaden o que se pongan tristes. Pero como quieren a su hijo con locura están deseando perdonarle. Seguramente ya le han perdonado en su corazón, pero saben que para que el perdón surta efecto en su hijo éste ha de pedirlo. Debe presentarse ante ellos, reconocer su falta, admitir su responsabilidad y solicitar el perdón a las personas ofendidas.
Cuesta, da vergüenza, humilla… Pero descarga la conciencia, proporciona alivio y descanso interior.
Uno de mis hijos pequeños tiene tendencia casi suicida a caer en la misma falta una y otra y otra vez. Siempre le pillamos o bien él confiesa antes de que le digamos “¡te he pillao!”. Y siempre le perdonamos antes de que nos lo pida pero es bueno para él pasar por todo el proceso: comprender que lo que hace está mal o le hace daño, que nos hace daño a nosotros, que él mismo se siente mal y además pasa vergüenza al decirlo. Pero cada vez que le perdonamos se siente aliviado, comprendido, amado, agradecido y esperanzado. ¡Y eso que es una falta leve e infantil!
Eso mismo sucede entre los católicos con la confesión sacramental y hoy voy a contar algunas anécdotas relacionadas con este sacramento.
1-Una mujer algo sorda se estaba confesando y cuando llevaba un rato vaciando su alma se le acerca un señor y le dice muy divertido: “Señora, ¿con quién habla? En este confesionario no hay ningún sacerdote” Ella se fue de allí muerta de risa y un hombre que estaba en la iglesia y la vio y que nunca se había confesado pensó que si era tan divertido no podía ser malo, así que él también quería. No sé si esta historia es verdadera pero tiene su gracia.
2-Entré un día en un confesionario y el sacerdote estaba hablando. Le digo: “Padre, que el señor que se estaba confesando ya se ha ido” Se echó a reír y contestó: “¡Pobre, era un viejito muy sordo y se habrá creído que ya habíamos terminado!”
3-Un verano que pasamos en Miami fuimos toda la familia a confesarnos al santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre. Había mucha cola porque ese día iba un sacerdote que hablaba español.
Una mujer muy elegante y arreglada tenía la clara intención de colarse, cosa que me sienta fatal sobre todo si se le quiere colar a unos niños, y nosotros teníamos a 2 en la cola.
Yo llevaba unos pendientes exóticos y llamativos que me había comprado en la tienda de regalos de un zoo. Eran largos y tenían varias piezas superpuestas de un verde intenso y brillante que al moverme hacían un sonido parecido a un susurro.
La mujer se sentó a mi lado, pero del lado más cercano al confesionario, no vayáis a creer, y empezó a alabar mis pendientes. Yo, con una sonrisa angelical le dije: “Gracias.
Están hechos con élitros de escarabajo, las alas duras que protegen el resto del cuerpo.”
La susodicha se puso más verde que mis pendientes, se levantó y salió de allí para no volver.
4-Uno de mis hermanos me contó que una vez estaba en un pueblo de la sierra de Madrid y fue a la parroquia a confesarse Estuvo bastante rato esperando al sacerdote, por lo que se formó un grupo de gente numeroso.
El pater llegó corriendo y diciendo: “Perdonen pero me han avisado de una emergencia y tengo que irme enseguida. Los que tengan pecado mortal que se queden, los demás que se vayan.” NO COMMENT.
5-Hace un par de veranos estábamos toda la familia en una aldea coruñesa en una misa de diario a la que asistían el celebrante y 3 aldeanas, todos de la quinta de Doña Rogelia, entraditos en años. Nosotros constituíamos un fenómeno exótico del nivel de un Expediente X.
Al terminar la misa el sacerdote y las 3 viejitas entraron en la sacristía y yo también, para pedirle al cura que nos confesara. Al pobre hombre se el iluminaron los ojos. “¡Pero cómo! ¿Se quieren confesar todos?”
Las 3 mosqueteras salieron de la sacristía y se sentaron en el banco más cercano al confesionario. Pensé que iban a confesarse ellas también ¡pero no!
Pasé yo la primera por aquello de dar buen ejemplo y… ¡ay madre, si lo llego a saber! El sacerdote estaba más sordo que una tapia y no susurraba precisamente. “¡Más alto filliña que no te oigo bien!”. Y yo tuve que confesarme ¡¡a gritos!!
Cuando me fui las 3 mujeres sonreían y cuchicheaban y mi familia había volado. ¡En fin!
6-En una parroquia de Madrid donde habitualmente confiesan varios sacerdotes y hay mucho movimiento de penitentes ocurría que no todos respetaban el turno. El párroco intentó poner orden apelando a la madurez y los buenos modales, sin éxito. Cansado del tema se fue al mercado del barrio y le pidió al pescadero un rollo de números de los que él tenía para que los clientes pidieran turno, y lo puso en la capilla de confesionarios bajo un cartel que decía: TURNO DE CONFESIÓN. No sé cómo terminó aquello.
Nos hace falta pedir perdón para entender que nuestros actos u omisiones pueden hacer daño a otros y a nosotros mismos. Y nos hace mucho bien descargar la conciencia de secretos vergonzosos como son los pecados.
Además de recibir el perdón Dios nos regala la gracia para mejorar en esas debilidades. Y lejos de oscurecerla nos llena el alma de luz y ligereza. Para quienes piensen que la confesión es innecesaria, o siniestra, o terriblemente humillante les diré que están equivocados o mal informados. ¡Se nota que no la conocen!
Y para los que crean que es algo totalmente desfasado, cosa de beatas y abuelitas, les cuento que existe una aplicación para dispositibo móvil que se llama CONFESOR GO y sirve para consultar en cualquier momento la disponibilidad de confesores en tiempo real en un templo y los horarios de confesión. Eso en tiempos de mis abuelas no existía…