Tengo claro que no saldría reelegido fiscal del distrito en Dallas porque, al igual que el Papa, estoy en contra de la pena de muerte. En el ámbito espiritual, la religión católica es la llamada telefónica del gobernador de Texas un minuto antes de la ejecución. Es decir, la esperanza. Por eso, frente a la inyección letal es preciso enarbolar el quinto mandamiento, tan pisoteado y, sin embargo, tan limpio. Aunque un criminal no merezca que le entonen Viva la gente, tampoco hay que quebrantar la ley de Dios para llevarlo a su presencia antes de tiempo. Sin embargo, por decir esto, más o menos, al Papa le atacan los que transitan por la vida con una tea en la mano. Y no para alumbrar.
Si a muchos les molesta que Francisco interprete el código penal desde la perspectiva de la misericordia es porque no entienden que su función como vicario es evitar que hígado ocupe el lugar del corazón, a fin de que no sea la hiel el centro neurálgico de las emociones. Más que nada porque ninguna declaración de amor ha tenido nunca a la hiel como emisora. De la hiel, que es el Brexit hepático, surge, no el amor, sino el maniqueísmo, según el cual, si el Papa no dice lo que yo pienso hay que cuestionar al Papa en lugar de cuestionar el maniqueísmo.
El fusilamiento tiene su público y la guillotina es, junto al peinado a lo garçon, la principal contribución francesa a la alta peluquería, pero ninguna de estas variedades del ojo por ojo encaja con el Evangelio. Ni con la coherencia. No se puede estar en contra del aborto y a favor de la pena de muerte, por mucho que el pobre feto no haya hecho nada malo en su vida y el asesino en serie haga perrerías a diario. Aunque al hombre le cueste entenderlo, Dios no da a nadie por perdido. Respecto a la humana, la ventaja de la justicia celestial es que sus resoluciones admiten la liberación inmediata siempre que el acusado acepte pagar la fianza. No otra cosa es el arrepentimiento.
Malinterpretar es un deporte nacional, pero el Papa no ha pedido que no se juzgue, sino que no se mate. Francisco, consciente de la necesidad de las leyes para ahormar la convivencia, no ha aludido en su comentario a la prisión incondicional sin fianza ni a las penas de telediario ni a las sentencias del juez Calatayud, sino, subrepticiamente, al garrote vil, la hoguera y la cámara de gas. En otras palabras, si atrapan al incendiario de Galicia, el Vaticano no solicitará a instituciones penitenciaras que le permita apagar las velas de su cumpleaños en casa.