Encontrarse consigo mismo
Solemos tener miedo a la soledad. Incluso se afirma que la soledad puede ser el origen de muchas enfermedades, sobre todo de carácter psicológico. Y es verdad. Pero vamos a intentar reflexionar sobre una necesidad que tenemos todos de encontrar espacios de soledad de la buena como medio de encontrarse uno consigo mismo y, naturalmente, con Dios.
Hemos tenido recientemente la experiencia del aislamiento al que nos ha sometido el “corona virus”. Miles de personas recluidas en casas, residencia y hospitales. No era permitida la relación entre nosotros por miedo al contagio. Ha siso una soledad forzosa. Ha supuesto un encuentro personal con nuestra persona. Bastantes, desgraciadamente, se han muerto en esa soledad que no les ha permitido decir el ultimo adiós a los suyos. Esta es una soledad enfermiza, desgraciada, trágica.
Pero yo quiero reflexionar sobre otra soledad mas amable, mas necesaria, imprescindible para nuestra sanación interior. La vida es ruidosa, nos manipula constantemente, nos empuja a una actividad frenética que no nos deja pensar, y nos priva del necesario análisis que debemos hacer de nosotros mismos.
Hoy son muchos los que buscan un lugar, una ocasión para envolvernos de silencio y hacer una retrospección seria y serena de nosotros mismos. Están muy solicitados los cursos de retiro espiritual en el lugar y el ambiente adecuado. Es una experiencia muy gratificante sentarte tranquilamente en una iglesia, u oratorio, sin que nadie ni nada te moleste, y dejarte invadir por el elocuente silencio de la oración contemplativa.
Dice la teóloga Jutta Burggraf: Al crecer, el hombre descubre paulatinamente que tiene un espacio interior, en el que estás, de algún moldo, a disposición de sí mismo… Experimenta un espacio en el que está solo consigo mismo, donde es libre. Descubre su intimidad. Es decir, no sólo tiene una intimidad (como tienen también los animales), sino que goza de un cierto dominio de su mundo interior… Intimidad significa mundo interior, … es el “santuario de lo humano. Lo íntimo es lo que sólo conoce uno mismo: es lo más propio” (“La libertad vivida con la fuerza de la fe”. Ed. Rialp, págs. 34-35).
Como dice esta misma autora hay que morar en la propia casa. Recogernos de vez en cuando para que hable la conciencia que es la voz de Dios. Los lugares de oración, sean templos o la misma naturaleza, son espacios de salud. Ahora estamos iniciando las vacaciones de verano. Para algunos es la oportunidad de seguir con el ruido de siempre, con la fiebre del activismo, con el desenfreno de lo que se lleva en esa sociedad liquida que continuamente anda vaciándose de valores. Y al final te encuentras perdido en la selva enmarañada de un ritmo enloquecedor que vacía el corazón y la mente.
Estimado lector, haz la experiencia del silencio. Siéntate en el banco de una iglesia silenciosa, o ante un paisaje bello que te hable del Creador. Tal vez sería una buena oportunidad de acercarte a un monasterio y escuchar el canto bellísimo del Oficio Divino.
Las celebraciones ruidosas y masivas -seguramente este verano no habrá ninguna- no nos dejan escuchar la Voz de Dios. Debemos recuperar el fervor y la intimidad de lo sagrado, con la alegría lógica. Para ruidos ya hay bastantes en la calle.
Busca, encuentra, tu patria interior, allí donde los demás no tienen acceso. Solo tú y Dios en un clima de amor y complicidad recíproca. Intenta conseguir que este verano haya una oportunidad para el amor y la gratitud.
Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com