Que encuentres el coraje para resistir
a la maldad, sea cual sea su disfraz.
-Pam Brown-
El verano pasado, haciendo un poco de deporte por mis campos extremeños, presencié una escena aleccionadora. Oí los ladridos de un perro mastín que corría hacia un punto. Observé y vi un lagarto grande huyendo del perro. Cuando el mastín estuvo cerca del lagarto, este se paró, se volvió y estiró su cuello abriendo la boca y enseñando sus dientecillos agudos, mientras emitía una especie de chillido. El can se detuvo. Siguió ladrando, pero no se atrevió a atacar al lagarto que enseñaba amenazante sus colmillos.
Después de un rato, espanté al perro y el lagarto desapareció entre los matojos. Desde entonces lo tengo claro: el fuerte respeta al débil cuando se defiende.
En esta jungla que, a veces, es la vida, ceder es peor que callar, porque es abandonar el campo. Ceder es dar muestras de debilidad; y nada envalentona tanto al enemigo como percibir que se le teme.
¿No estaremos cometiendo los creyentes un enorme pecado de omisión con nuestra actitud conformista que nos lleva a ceder continuamente antes el avasallamiento de los enemigos de la fe?
Sin embargo, una persona consecuente no cede por sistema. Y no cede porque el terreno que se abandona se reconquista con gran dificultad. Es más fácil defender lo que se tiene que no perderlo y recuperarlo después.
Ante el ataque insidioso, persistente y progresivo de la mayoría de los medios de comunicación social, los católicos consecuentes deberíamos tener en cuenta este fenómeno psicológico: Temiendo, nos acosarán más; luchando nos respetarán.
Cuando arrecia una campaña contra la Iglesia, no faltan «prudentes» que aconsejan aguantar el chaparrón y capear el temporal. Es decir, ceder y procurar salvar los muebles, mientras los enemigos, insaciables y crecidos por nuestra «prudencia», preparan el siguiente ataque.
Cierto que, a veces, nuestra falta de firmeza viene dada por nuestra inconsistencia formativa. Por eso hemos de ser consecuentes y dedicar el tiempo que sea preciso para tener un conocimiento de nuestra fe adecuado a nuestro nivel cultural e intelectual. Así adquiriremos el bagaje que nos da la experiencia de la iglesia que, desde su nacimiento, va superando los continuos ataques de los que llevan ya más de 2000 años intentando derribarla.
No os quepan dudas, amigos, antes los lobos agresivos que cada día tratan de intimidar nuestra fe, lo mejor no es ceder, sino enseñar los colmillos como los lagartos.
a la maldad, sea cual sea su disfraz.
-Pam Brown-
El verano pasado, haciendo un poco de deporte por mis campos extremeños, presencié una escena aleccionadora. Oí los ladridos de un perro mastín que corría hacia un punto. Observé y vi un lagarto grande huyendo del perro. Cuando el mastín estuvo cerca del lagarto, este se paró, se volvió y estiró su cuello abriendo la boca y enseñando sus dientecillos agudos, mientras emitía una especie de chillido. El can se detuvo. Siguió ladrando, pero no se atrevió a atacar al lagarto que enseñaba amenazante sus colmillos.
Después de un rato, espanté al perro y el lagarto desapareció entre los matojos. Desde entonces lo tengo claro: el fuerte respeta al débil cuando se defiende.
En esta jungla que, a veces, es la vida, ceder es peor que callar, porque es abandonar el campo. Ceder es dar muestras de debilidad; y nada envalentona tanto al enemigo como percibir que se le teme.
¿No estaremos cometiendo los creyentes un enorme pecado de omisión con nuestra actitud conformista que nos lleva a ceder continuamente antes el avasallamiento de los enemigos de la fe?
Sin embargo, una persona consecuente no cede por sistema. Y no cede porque el terreno que se abandona se reconquista con gran dificultad. Es más fácil defender lo que se tiene que no perderlo y recuperarlo después.
Ante el ataque insidioso, persistente y progresivo de la mayoría de los medios de comunicación social, los católicos consecuentes deberíamos tener en cuenta este fenómeno psicológico: Temiendo, nos acosarán más; luchando nos respetarán.
Cuando arrecia una campaña contra la Iglesia, no faltan «prudentes» que aconsejan aguantar el chaparrón y capear el temporal. Es decir, ceder y procurar salvar los muebles, mientras los enemigos, insaciables y crecidos por nuestra «prudencia», preparan el siguiente ataque.
Cierto que, a veces, nuestra falta de firmeza viene dada por nuestra inconsistencia formativa. Por eso hemos de ser consecuentes y dedicar el tiempo que sea preciso para tener un conocimiento de nuestra fe adecuado a nuestro nivel cultural e intelectual. Así adquiriremos el bagaje que nos da la experiencia de la iglesia que, desde su nacimiento, va superando los continuos ataques de los que llevan ya más de 2000 años intentando derribarla.
No os quepan dudas, amigos, antes los lobos agresivos que cada día tratan de intimidar nuestra fe, lo mejor no es ceder, sino enseñar los colmillos como los lagartos.