En el verano del año 2013 tuve la oportunidad de escuchar a otra de esas personas que saben inspirar y motivar cuando predican. Nos decía que estamos viviendo un momento de grandes oportunidades que supone un gran reto para nuestra fe.
La historia de los últimos dos mil años nos ha dejado períodos que nos muestran la acción del Espíritu Santo a través de movimientos que cambian el mundo. Es posible que desarrollaran sus propios métodos de evangelización, igual que hoy tratamos de hacer nosotros y que siempre resulta positivo conocer, pero de lo que no tengo ninguna duda es que sin una fe al rojo vivo, de nada les habrían servido esos métodos.
Si tengo un teléfono móvil pero no tengo batería, no me sirve de nada. Si no tenemos fuego, el fuego del Espíritu Santo que nos abrasa y nos quema por dentro, los métodos no valen para nada. Podemos cambiar algunas cosas, como salir a la calle, usar música moderna, etc., pero debemos saber que esto no cambia una generación ni un país. Un movimiento que empieza a cambiar las cosas lo hace con fuego, con una fe al rojo vivo, como los santos, y sin esto no es posible hacer nada.
Si nos detenemos en el capítulo trece y siguientes de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con un movimiento que cambiaría el mundo conocido. Se trata de la propagación del Evangelio hasta "el confín de la tierra", cumpliéndose el mandato del Señor Jesús referido en Hch 1,8. Ya no eran descendientes judíos, sino gentiles a los que había llegado la Buena Noticia de Jesucristo. San Pablo será el gran protagonista y en sus viajes dará testimonio del Evangelio en el mundo grecorromano.
Hay un versículo bíblico que me ayudó mucho a entender todo esto y viene a decir que un puñado de discípulos del primer siglo revolucionó el mundo entero (cf. Hch 17,6). ¿Por qué afirma este texto que un puñado de hombres y mujeres fueron capaces de revolucionar el mundo entero? Porque estaban llenos del Espíritu Santo, porque en ellos había fuego y una fe al rojo vivo que les impedía dejar de anunciar a Jesucristo a tiempo y a destiempo.
Incluso la violenta persecución que se había desatado en Jerusalén tras la muerte de Esteban y la subsiguiente dispersión de todos, menos los apóstoles, no significó una huída de la Iglesia ni un repliegue de los discípulos, sino la ocasión para ir de un lugar a otro anunciando la Buena Noticia del Evangelio (cf. Hch 8,1-4).
Nos encontramos con algunos datos muy interesantes que nos pueden aportar luz a nosotros en nuestra propia tarea de renovación y evangelización. Tenemos que reconocer que muchas veces nos enfriamos y entonces parece que todo se enfría a nuestro alrededor; por eso, también nosotros necesitamos encender y mantener nuestro corazón al rojo vivo. En primer lugar, observamos en la Iglesia de Antioquía la oración y el ayuno como preámbulos de la acción:
"Después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los enviaron. Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre" (Hch 13,3-4).
Cuando ayunamos y sentimos hambre, descubrimos que hay un hambre superior; hambre por Dios, hambre por que cambien las cosas en nuestro país y en nuestra sociedad, etc. El ayuno contribuye a que experimentemos la carga de tantas personas que están necesitadas de Dios y me lleva a orar con fervor por personas concretas, porque el hambre físico me recuerda el hambre espiritual.
Es así como ponemos nuestro corazón y nuestra fe al rojo vivo para descubrir que hay gente preparada para escuchar y recibir la Buena Noticia. Muchas veces lo que no hay es un mensajero abrasado y lleno del fuego del Espíritu Santo, dispuesto a anunciar y a proclamar el nombre de Aquel que trae salvación y vida verdadera a todo el que lo recibe en su corazón... (continuará)
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es