Escribo este artículo a dos días de la celebración del referéndum ilegal e inconstitucional que los independentistas quieren llevar a cabo en Cataluña para separarla del resto de España. Escribo esto tras el pronunciamiento de la Comisión Permanente del Episcopado español -en la que están representados tres obispos catalanes, entre ellos el cardenal de Barcelona-, tras la nota de los propios obispos catalanes y también tras el apoyo a la independencia hecho por trescientos sacerdotes de los más de dos mil que hay en Cataluña. Y lo escribo porque hay mucha confusión, interesada, y porque esa confusión a quien más va a hacer daño es a las víctimas inocentes de las que nadie habla.
Me preocupa la independencia de Cataluña -soy español y a mucha honra- y sobre este tema me uno a lo que los obispos españoles -incluidos los catalanes- han dicho: la unidad es un bien moral que debe ser defendido y hay que respetar la Constitución que es la ley votada por el conjunto de los españoles -por cierto, que donde más votos obtuvo fue precisamente en Cataluña-. Pero no es eso lo que más me preocupa. A lo que tengo de verdad miedo es a la violencia. Los obispos alertaban del peligro de “daños irreversibles”. Aunque no especificaban a qué se referían, yo creo que el daño más irreversible es la pérdida de vidas humanas. Al decir esto, quizá alguno pueda pensar que esa violencia pueda venir de la mano del Estado, en su legítima defensa del orden público y de la unidad de la Patria. No excluyo que esto pueda llegar a suceder, pero de momento la violencia que está castigando Cataluña es la que protagonizan los independentistas. De momento, ya han tirado una bomba de fabricación casera contra un cuartel de la Guardia Civil. Además, está el acoso -verbal y físico- a los policías y a los jueces, así como a todo aquel que expresa su legítimo derecho a continuar siendo español y a no querer la independencia. Después de quinientos años de formar parte de la misma nación, se comprenderá que en Cataluña viven muchos que han nacido en otras partes de España y que han ido allí como emigrantes y muchos que han nacido allí hijos de esos emigrantes. También están aquellos que teniendo todos los apellidos habidos y por haber de origen catalán se sienten españoles y no quieren dejar de serlo. Estos podrían ser una minoría y no tendrían por ello que verse acosados y perseguidos. Pero resulta que son la mayoría, como afirman todas las encuestas.
Nos encontramos, por lo tanto, con una campaña de propaganda de eso que se llama “posverdad” y que no es más que la exaltación de la mentira. Los violentos, los que acosan, los que ponen las bombas, son los independentistas. Pero es que también son ellos los que se presentan como las víctimas. Así, mientras persiguen a los que no piensan como ellos, dicen a todos que están siendo reprimidos y perseguidos por un Estado que está siendo tan escrupulosamente fiel a la ley que da la impresión incluso de que ha perdido el control de la situación. Hoy por hoy, la violencia en Cataluña ni la está poniendo España ni los que quieren seguir siendo españoles. La están poniendo los independentistas que, además, tienen la hipocresía de autoproclamarse víctimas. Dios quiera que esto no vaya a más. Como han dicho los obispos, hay cosas que son irreversibles y la primera de ellas es la pérdida de vidas humanas. Cuando no se respeta la ley, como hacen los independentistas, no sólo se rompe el Estado de Derecho, sino que se abre la puerta a la violencia, con todas sus trágicas consecuencias. Ellos y solo ellos serán responsables no sólo de lo que hagan sino también de lo que ocurra, del mismo modo que un ladrón que asalta un banco y dispara a la gente es responsable no sólo de los que él mate, sino también de los que puedan morir en el fuego cruzado que se genere con la policía.