No hace mucho compartí la misma mesa con un hombre que, al llegar yo, ya estaba sentado allí. No me percaté de que estaba en una silla de ruedas hasta que, terminada la cena, una religiosa vino a buscarlo y lo llevó a su habitación. Durante la comida había tosido y había tenido dificultades en la ingesta de los alimentos.
Aquel hombre es un intelectual, abogado, autor de trabajos periodísticos, ostentó diversos cargos culturales en su ciudad, capital de provincia. Y por un tiempo se fue a las misiones como misionero seglar.
Desde hace años sufre una parálisis progresiva y aún escribe en su potente ordenador. Hablando con él, me dijo:
— «La fe en Dios lo es todo;
— »desde hace años, sé lo de mi enfermedad. La he aceptado con todas sus consecuencias.»
Me decía:
«Soy lento para hablar, y muy lento para escribir...
»Necesito de todos y mucho tiempo para todo...
»No obstante... me siento alegre.
»Intento transmitir la paz que da cumplir la voluntad de Dios.
»Procuro dar clases de alegría aunque, debido a mi enfermedad —una parálisis progresiva como ves—, se me hace muy difícil poder cantar.» Y se reía.
Claro: todo depende de cómo se lleve la vida interior, la vida espiritual y de cómo se tenga el alma.
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.