Cuando un alma nos deja entrar en su interior sentimos que no somos tan distintas unas personas de otras. Sí, hay matices importantes desde luego, y la personalidad de cada uno condiciona la continua elección que nos propone la vida. (Podemos elegir, que es uno de los grandes misterios). Pero hay un fondo con el que te identificas. Tal vez por caminos distintos llegas a la misma convicción o anhelo. En Por qué creo, de Vittorio Messori (LibrosLibres) asistimos a una verdadera, consciente, íntima y voluntaria confesión. Su razón de vida se nos va exponiendo con claridad y contundencia. Y su razón de vida no es otra que el mismo Cristo. Messori nos cuenta de su conversión al catolicismo, de aquel primer y fundamental encuentro que tanto se resiste a ser expresado con palabras -desde el laicismo y hedonismo más rampante-, pero esa conversión es cosa de toda una vida, del día a día, sin desmayo ni vacaciones. Y lo abarca todo. La vida religiosa como totalidad, como coherencia, como santidad. En lo poco y en lo mucho. En el monasterio y en el ajetreo de la familia; en la calle y en la política; en el trabajo profesional de cada cual, "santificado y santificante". En Cristo y por Cristo.
El libro nos comunica la intimidad de la vida cristiana de Messori, con su piedad y particulares devociones. Pero también nos cuenta otras muchas cosas, como bien podría esperarse de una personalidad tan rica como la suya. Sus inquietudes, esperanzas, análisis, libros… Libros y más libros. Siempre presentes. Propios y ajenos. Lector atento y apasionado. Estudioso concienzudo. El libro es una autobiografía en toda regla. La forma dialogada la dota de dinamismo, pero también de una mayor confidencia. Messori nos habla de él, pero a su vez es como si asumiera la socrática mayéutica para que nosotros, los lectores, vayamos también descubriendo nuestras propias dudas, desmayos y verdades. Ya en el año 1997 publicó un libro que complementa a éste que llevamos entre manos: Algunas razones para creer, que en España apareció en el 2000 en Planeta Testimonio, y de la mano también de Alex Rosal, que por entonces dirigía aquella colección.
Vittorio Messori tiene un don especial para llegar a la gente. A los cultos y a los menos cultos. Y más cuando se trata de libros como estos, de carácter oral, en los que predominan una naturalidad e inmediatez que te parece que eres tú mismo el que estás hablando con él. Esa cercanía, ese de tú a tú, es impagable. Y así vamos escuchando, más que leyendo. Y no son pocas las ocasiones en que nos gustaría meter baza y comentar algo. Por qué creo es autobiografía del alma (que nos hace desear unas memorias en toda regla, aunque a él no le guste la idea), pero también un lúcido análisis intelectual de la condición cristiana. Con multitud de avatares en los que nos vemos involucrados. Hay naturalidad expositiva como he dicho antes. Eso no quita que la erudición aparezca, porque en él la cultura, las lecturas, el estudio, es algo muy vivido. Las citas son como acentos que remarcan o subrayan la vida. Por ejemplo ésta tan preciosa del “comecuras” Víctor Hugo: “Para divisar a Dios, el ojo necesita a menudo la lente de las lágrimas”. Y aparecen también -¡qué gratísima sorpresa!- “los extraordinarios aforismos de Gómez Dávila”. Y constantemente su amado Blaise Pascal, “aquel a quien debo, no mi fe -ya que ésta sólo Dios puede darla-, pero sí la comprensión de su dinámica y el más eficaz bagaje de pruebas”. (Sugiero la edición de Cátedra de los Pensamientos del escritor francés).
El reconocimiento explícito del don de la gracia es el estribillo de todas estas páginas. Sobre todo teniendo en cuenta que es la primera vez que cuenta -es la gran exclusiva- qué ocurrió en y durante su conversión. Y vas leyendo y tomando notas. Y te parece escuchar a Cristo: “¿Me amas?”. Sin querer rezas, vibras y pides de nuevo perdón mientras lees. Y Messori es una buena fuente de ideas a las que dar vueltas. Una que me viene a la cabeza es cuando dice que “es ilusorio pensar que, si existen ‘vicios privados’, se puedan ejercer, en cambio, las ‘virtudes públicas’”. Algo tan actual, tan de siempre. Es decir, la coherencia de vida.
Le comenta a su entrevistador, o a cada uno de nosotros, sus lectores: “El sentido de este diálogo nuestro podría ser el intento de entender por qué un hombre posmoderno puede llegar a decir, con humildad y a la vez sin dudas: ‘Aprieta el gatillo, pero no puedo renegar de mi fe por una razón simple, pero para mí irrefutable: porque es verdadera…’”. Desde luego no se anda con chiquitas ni con medias tintas. La fe exige una completa entrega, una confianza absoluta en la Providencia ordinaria de Dios. Y este libro lo atestigua, en la brega de un hombre -periodista para más señas- enamorado de Cristo.
El libro nos comunica la intimidad de la vida cristiana de Messori, con su piedad y particulares devociones. Pero también nos cuenta otras muchas cosas, como bien podría esperarse de una personalidad tan rica como la suya. Sus inquietudes, esperanzas, análisis, libros… Libros y más libros. Siempre presentes. Propios y ajenos. Lector atento y apasionado. Estudioso concienzudo. El libro es una autobiografía en toda regla. La forma dialogada la dota de dinamismo, pero también de una mayor confidencia. Messori nos habla de él, pero a su vez es como si asumiera la socrática mayéutica para que nosotros, los lectores, vayamos también descubriendo nuestras propias dudas, desmayos y verdades. Ya en el año 1997 publicó un libro que complementa a éste que llevamos entre manos: Algunas razones para creer, que en España apareció en el 2000 en Planeta Testimonio, y de la mano también de Alex Rosal, que por entonces dirigía aquella colección.
Vittorio Messori tiene un don especial para llegar a la gente. A los cultos y a los menos cultos. Y más cuando se trata de libros como estos, de carácter oral, en los que predominan una naturalidad e inmediatez que te parece que eres tú mismo el que estás hablando con él. Esa cercanía, ese de tú a tú, es impagable. Y así vamos escuchando, más que leyendo. Y no son pocas las ocasiones en que nos gustaría meter baza y comentar algo. Por qué creo es autobiografía del alma (que nos hace desear unas memorias en toda regla, aunque a él no le guste la idea), pero también un lúcido análisis intelectual de la condición cristiana. Con multitud de avatares en los que nos vemos involucrados. Hay naturalidad expositiva como he dicho antes. Eso no quita que la erudición aparezca, porque en él la cultura, las lecturas, el estudio, es algo muy vivido. Las citas son como acentos que remarcan o subrayan la vida. Por ejemplo ésta tan preciosa del “comecuras” Víctor Hugo: “Para divisar a Dios, el ojo necesita a menudo la lente de las lágrimas”. Y aparecen también -¡qué gratísima sorpresa!- “los extraordinarios aforismos de Gómez Dávila”. Y constantemente su amado Blaise Pascal, “aquel a quien debo, no mi fe -ya que ésta sólo Dios puede darla-, pero sí la comprensión de su dinámica y el más eficaz bagaje de pruebas”. (Sugiero la edición de Cátedra de los Pensamientos del escritor francés).
El reconocimiento explícito del don de la gracia es el estribillo de todas estas páginas. Sobre todo teniendo en cuenta que es la primera vez que cuenta -es la gran exclusiva- qué ocurrió en y durante su conversión. Y vas leyendo y tomando notas. Y te parece escuchar a Cristo: “¿Me amas?”. Sin querer rezas, vibras y pides de nuevo perdón mientras lees. Y Messori es una buena fuente de ideas a las que dar vueltas. Una que me viene a la cabeza es cuando dice que “es ilusorio pensar que, si existen ‘vicios privados’, se puedan ejercer, en cambio, las ‘virtudes públicas’”. Algo tan actual, tan de siempre. Es decir, la coherencia de vida.
Le comenta a su entrevistador, o a cada uno de nosotros, sus lectores: “El sentido de este diálogo nuestro podría ser el intento de entender por qué un hombre posmoderno puede llegar a decir, con humildad y a la vez sin dudas: ‘Aprieta el gatillo, pero no puedo renegar de mi fe por una razón simple, pero para mí irrefutable: porque es verdadera…’”. Desde luego no se anda con chiquitas ni con medias tintas. La fe exige una completa entrega, una confianza absoluta en la Providencia ordinaria de Dios. Y este libro lo atestigua, en la brega de un hombre -periodista para más señas- enamorado de Cristo.