Vamos a conocer el episodio de la vida de algunos santos durante los trágicos días de la persecución religiosa en la España de 1936. Hoy nos acercamos al “Ángel de la Soledad”: Genoveva Torres Morales. Siempre junto a sus muletas, cuando tenía trece años hubieron de amputarle una pierna de forma rudimentaria. Bajo estas líneas, el papa Benedicto XVI bendiciendo la imagen de la Santa en las hornacinas exteriores de la Basílica de San Pedro.
Genoveva fue la menor de los seis hijos de José Torres y Vicenta Morales. A los ocho años, perdió a su padre y a cuatro de sus hermanos y se tuvo que hacer cargo de su hermano, José, viéndose forzada a dejar los estudios. Empezó una vida de servicio como asistente del hogar y reservó las noches para dedicarse a la lectura de libros piadosos de su madre. A los trece años, se le diagnosticó un tumor maligno en una pierna, la cual debió ser amputada a la altura del muslo, en una operación sin anestesia para eliminar la gangrena. Desde entonces tendría que andar siempre con dos muletas.
En 1885 vuelve a caer enferma. El cuerpo se le llenó de llagas por lo que tuvo que ser asilada en la Casa de la Misericordia de Valencia, regentada por las Carmelitas de la Caridad.
Expediente de admisión en el Hospicio de la niña Genoveva Torres Morales de 14 años de edad. 1886
Allí completó su escasa cultura y profundizará su formación espiritual. Después de nueve años allí, el jesuita Carlos Ferrís, fundador de la Leprosería de Fontilles, solicitó su ingreso como religiosa en la Orden carmelita pero su discapacidad fue considerada un obstáculo para ser admitida. Desde entonces, Genoveva no intentaría pedir el ingreso en ninguna otra congregación.
Admitida en la Casa-Hospicio Nuestra Señora de la Misericordia por acuerdo de la Comisión Provincial en 3 de marzo de 1886, ingresando el 8 de marzo del mismo año. Nueve años después, el 31 de julio de 1895 pidió la baja voluntaria del centro.
En 1911, unida a dos compañeras (Isabel y Amparo), fundó la Sociedad Angélica. La misión sería ofrecer un nuevo hogar a mujeres solas, aportando la pensión que pudieran. El 2 de febrero de 1911 se inauguró la primera casa en Valencia con cuatro residentes y Genoveva fue nombrada Directora de la Casa. Las fundaciones se extenderían rápidamente por España. A partir de diciembre de 1912 visten con hábito característico y, en 1915, comienzan a consagrarse a Dios con votos privados.
El 5 de diciembre de 1925 se promulgaba el decreto por el que la Sociedad Angélica se convertía en Instituto religioso diocesano, y el 18 de diciembre el Arzobispo de Zaragoza recibía personalmente la profesión religiosa de Genoveva y de sus 18 compañeras. Dos días después es nombrada Madre General del Instituto, con sede Generalicia en Zaragoza. Será Zaragoza donde instalen la Casa General y el Noviciado, en una hospedería ubicada a los pies de la Virgen del Pilar e inaugurada en 1941. A pesar de su cojera, la Madre Genoveva viajará por las principales ciudades españolas fundando residencias.
En 1931, la madre Genoveva empieza su tarea como maestra y guía espiritual del nuevo Instituto Religioso, aunque primero la República y después la Guerra hacen que la Orden pierda diferentes casas en todo el país. Después de la guerra, la religiosa se convierte en la principal animadora para recuperar las Casas perdidas durante el conflicto, y así, al poco tiempo ya estaban funcionando de nuevo las seis Casas de la Sociedad Angélica.
La Consagración al Corazón de Jesús
Santa Genoveva gozaba de muy buena amistad con el santo obispo mártir de Barcelona, Doctor Manuel Irurita, desde que éste era canónigo de Valencia [bajo estas líneas, ya preconizado Obispo de Lérida] en los primeros días de la fundación de las Angélicas. Se daba la circunstancia de que ambos eran vecinos en la primera vivienda de la calle Concordia, en la Ciudad del Turia.
En junio de 1936 estaba Santa Genoveva en la casa de Barcelona, que había sido fundada primero en unos locales del paseo de San Juan y luego, de modo definitivo, en la calle Bruc, que habían abandonado las religiosas francesas de Cluny para regresar a Francia ante la inseguridad política de España.
Parece ser que Monseñor Irurita avisó a la Santa, a principios de junio de 1936, de una huelga revolucionaria general e inminente que iba a ser muy peligrosa para la vida de la Iglesia; huelga que vino a resultar la propia guerra civil comenzada el 18 de julio de 1936.
El primer recurso de Madre Genoveva, ante los peligros que se avecinaban, fue acudir al Corazón de Jesús. Había que poner a buen seguro el Instituto por ella fundado. Y ¿qué mejor amparo que el del Corazón de Cristo? Urgía consagrar todo a Él: las religiosas y las señoras residentes, los edificios, todo. Ponerlo a salvo de lo que se avecinaba.
Ninguna de sus religiosas fue físicamente martirizada, pero todas ofrecieron un espléndido testimonio de fe. De las seis Casas que entonces tenía abiertas la Congregación, sólo la de Zaragoza se libró de la barbarie persecutoria. Las de Madrid, Bilbao, Santander, Valencia y Barcelona sufrieron un terrible expolio. De esta última cuenta la Madre Genoveva en una carta cómo fueron expulsadas las religiosas, los milicianos sacaron a la calle todo lo que guardaba la hermosa capilla -imágenes, altar, ornamentos- para ser destrozado públicamente.
Las religiosas pudieron refugiarse en casas particulares y, poco a poco, irse reuniendo en la Casa de Valencia, de la que la Madre había dicho proféticamente que resultaría indemne de cualquier atentado. Y así fue. Durante los tres años de la guerra civil cobijó a las señoras residentes, acogió a muchas otras religiosas de diversas congregaciones y se convirtió en un taller de costura para los milicianos y en un secreto monasterio de oración. Oculto y guardado el Santísimo Sacramento en una alacena, de vez en cuando aparecía un supuesto médico con su cartera para ver si necesitaban alguna inyección y, de este modo (ya se entiende que era un sacerdote disfrazado), tenían oportunidad de confesarse, participar en la Misa y recibir la Sagrada Comunión. A escondidas realizaban sus rezos y vivían seguras, a pesar de tanta incertidumbre, confiadas en que se realizaría lo que la Fundadora les había profetizado.
La Casa de Zaragoza
Fue la única que se libró de los horrores de la persecución religiosa. Vivían entonces las Angélicas en el antiguo palacio del Marqués de Ayerbe, sito en la estrecha y ahora desaparecida calle del Pilar. El viejo caserón se convirtió en albergue seguro para incontables refugiados que acudían a Zaragoza huyendo de la persecución. Sacerdotes, religiosos, seglares, familias enteras atraídas por la bondad de Madre Genoveva y la caridad de sus hijas, encontraron allí sitio para dormir, ropa para vestirse, comida y acogida fraterna.
Los Jesuitas, desterrados de España cuando se decretó por la República la expulsión de la Compañía de Jesús, habían hallado refugio seguro en esta Casa. Algunos habían enfermado y muerto bajo la solicitud amorosa de santa Genoveva […].
¿Sólo cuidados materiales?
Dios sabe el apoyo espiritual que brotó desde esta Casa a favor de la paz en España. Impresiona saber, a través de las cartas de Santa Genoveva, cómo aquellas mujeres heroicas se levantaban todos los días a las tres de la mañana para rezar un Vía Crucis de reparación por los pecados de España y un rosario a la Virgen para que cesara la guerra. Un fervor singular envolvía la incansable tarea caritativa de aquellas religiosas a favor de los refugiados, afanadas en la cocina, limpieza de la casa, ropero, enfermería, sin faltar jamás a la adoración nocturna eucarística.
Los sufrimientos de Santa Genoveva
Grandes apoyos espirituales de la Santa en aquella época fueron el arzobispo de Zaragoza, don Rigoberto Doménech, paternal y bondadoso, que se hospedaba en las Angélicas de Madrid cuando acudía a las reuniones de Metropolitanos, el Padre Celestino Moner, jesuita, confesor del prelado y también de la Madre, hombre de vida ejemplar, ecuánime y firme doctrinalmente. En Madrid, don José María García Lahiguera, primer capellán de la Casa de las Angélicas y futuro arzobispo de Valencia y ya ahora en proceso de canonización declarado venerable por sus virtudes heroicas. Y en Barcelona, el obispo mártir don Manuel Irurita y Almandoz, que había conocido como canónigo en Valencia en los mismos tiempos de la fundación, amigo de los pobres y de un celo pastoral admirable. Estos cuatro hombres de Dios estaban al tanto del desarrollo de los acontecimientos en España y aconsejaban a la Madre en sus incertidumbres antes del estallido de la guerra. Entre todos ellos corrió un torrente de amistad santa y edificación mutua.
Mucho lo necesitaba Genoveva. En su pueblo natal, Almenara, perteneciente entonces a la diócesis de Tortosa, la iglesia parroquial de los Santos Juanes, donde fue bautizada, había sufrido los horrores de la profanación. La misma Patrona del pueblo, Nuestra Señora del Buen Suceso, fue objeto de destrucción, quedando su ermita en ruinas. Luego, al término de la contienda, Santa Genoveva promovería y llevaría a feliz término la reconstrucción de este santuario mariano.
Otra espina clavada en su alma era la suerte de sus antiguas y queridas maestras de la Casa de Misericordia de Valencia, las Hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna, vilmente asesinadas en Paterna. De las veinticinco mártires de esta Congregación, doce de ellas procedían de la Casa de Misericordia de Valencia y de ellas había recibido formación espiritual y humana durante sus años de hospiciana; las amaba con todo su corazón y la noticia de su holocausto estremeció su alma.
La lectura de los escritos de Santa Genoveva correspondientes a aquellos años iluminan los sentimientos de su corazón privilegiado. Dolor, perdón, reparación originaron en Genoveva una especie de martirio interior, cuyos frutos serían manifiestos hasta el fin de su vida.
A partir de 1950, Genoveva empieza a perder facultades pero, por otro lado, la orden consigue el 25 de marzo de 1953 la cesión por Roma del "Decretum Laudis" que tanto deseaba. Adquiría así su obra carácter pontificio universal, pasando a denominarse desde entonces Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles (popularmente llamadas Angélicas). A principios de diciembre de 1955, su estado de salud se agravó y el día 30 de diciembre sufrió un ataque cerebrovascular. Se le administró la Unción de Enfermos y a las nueve de la mañana del 5 de enero de 1956, la religiosa entró en estado de coma, falleciendo en la Casa Generalicia de Zaragoza.
El pueblo comenzó a invocarla con el título de Ángel de la Soledad. Los restos mortales de Genoveva fueron depositados en una cripta que se construyó bajo el altar mayor de la Casa Generalicia. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 y, canonizada el 4 de mayo del 2003, en la Plaza de Colón de Madrid.
Genoveva fue la menor de los seis hijos de José Torres y Vicenta Morales. A los ocho años, perdió a su padre y a cuatro de sus hermanos y se tuvo que hacer cargo de su hermano, José, viéndose forzada a dejar los estudios. Empezó una vida de servicio como asistente del hogar y reservó las noches para dedicarse a la lectura de libros piadosos de su madre. A los trece años, se le diagnosticó un tumor maligno en una pierna, la cual debió ser amputada a la altura del muslo, en una operación sin anestesia para eliminar la gangrena. Desde entonces tendría que andar siempre con dos muletas.
En 1885 vuelve a caer enferma. El cuerpo se le llenó de llagas por lo que tuvo que ser asilada en la Casa de la Misericordia de Valencia, regentada por las Carmelitas de la Caridad.
Expediente de admisión en el Hospicio de la niña Genoveva Torres Morales de 14 años de edad. 1886
Allí completó su escasa cultura y profundizará su formación espiritual. Después de nueve años allí, el jesuita Carlos Ferrís, fundador de la Leprosería de Fontilles, solicitó su ingreso como religiosa en la Orden carmelita pero su discapacidad fue considerada un obstáculo para ser admitida. Desde entonces, Genoveva no intentaría pedir el ingreso en ninguna otra congregación.
Admitida en la Casa-Hospicio Nuestra Señora de la Misericordia por acuerdo de la Comisión Provincial en 3 de marzo de 1886, ingresando el 8 de marzo del mismo año. Nueve años después, el 31 de julio de 1895 pidió la baja voluntaria del centro.
En 1911, unida a dos compañeras (Isabel y Amparo), fundó la Sociedad Angélica. La misión sería ofrecer un nuevo hogar a mujeres solas, aportando la pensión que pudieran. El 2 de febrero de 1911 se inauguró la primera casa en Valencia con cuatro residentes y Genoveva fue nombrada Directora de la Casa. Las fundaciones se extenderían rápidamente por España. A partir de diciembre de 1912 visten con hábito característico y, en 1915, comienzan a consagrarse a Dios con votos privados.
El 5 de diciembre de 1925 se promulgaba el decreto por el que la Sociedad Angélica se convertía en Instituto religioso diocesano, y el 18 de diciembre el Arzobispo de Zaragoza recibía personalmente la profesión religiosa de Genoveva y de sus 18 compañeras. Dos días después es nombrada Madre General del Instituto, con sede Generalicia en Zaragoza. Será Zaragoza donde instalen la Casa General y el Noviciado, en una hospedería ubicada a los pies de la Virgen del Pilar e inaugurada en 1941. A pesar de su cojera, la Madre Genoveva viajará por las principales ciudades españolas fundando residencias.
En 1931, la madre Genoveva empieza su tarea como maestra y guía espiritual del nuevo Instituto Religioso, aunque primero la República y después la Guerra hacen que la Orden pierda diferentes casas en todo el país. Después de la guerra, la religiosa se convierte en la principal animadora para recuperar las Casas perdidas durante el conflicto, y así, al poco tiempo ya estaban funcionando de nuevo las seis Casas de la Sociedad Angélica.
La Consagración al Corazón de Jesús
Santa Genoveva gozaba de muy buena amistad con el santo obispo mártir de Barcelona, Doctor Manuel Irurita, desde que éste era canónigo de Valencia [bajo estas líneas, ya preconizado Obispo de Lérida] en los primeros días de la fundación de las Angélicas. Se daba la circunstancia de que ambos eran vecinos en la primera vivienda de la calle Concordia, en la Ciudad del Turia.
En junio de 1936 estaba Santa Genoveva en la casa de Barcelona, que había sido fundada primero en unos locales del paseo de San Juan y luego, de modo definitivo, en la calle Bruc, que habían abandonado las religiosas francesas de Cluny para regresar a Francia ante la inseguridad política de España.
Parece ser que Monseñor Irurita avisó a la Santa, a principios de junio de 1936, de una huelga revolucionaria general e inminente que iba a ser muy peligrosa para la vida de la Iglesia; huelga que vino a resultar la propia guerra civil comenzada el 18 de julio de 1936.
El primer recurso de Madre Genoveva, ante los peligros que se avecinaban, fue acudir al Corazón de Jesús. Había que poner a buen seguro el Instituto por ella fundado. Y ¿qué mejor amparo que el del Corazón de Cristo? Urgía consagrar todo a Él: las religiosas y las señoras residentes, los edificios, todo. Ponerlo a salvo de lo que se avecinaba.
(Boletín Ángel de la Soledad, nº 153 – junio 2017)
Ninguna de sus religiosas fue físicamente martirizada, pero todas ofrecieron un espléndido testimonio de fe. De las seis Casas que entonces tenía abiertas la Congregación, sólo la de Zaragoza se libró de la barbarie persecutoria. Las de Madrid, Bilbao, Santander, Valencia y Barcelona sufrieron un terrible expolio. De esta última cuenta la Madre Genoveva en una carta cómo fueron expulsadas las religiosas, los milicianos sacaron a la calle todo lo que guardaba la hermosa capilla -imágenes, altar, ornamentos- para ser destrozado públicamente.
Las religiosas pudieron refugiarse en casas particulares y, poco a poco, irse reuniendo en la Casa de Valencia, de la que la Madre había dicho proféticamente que resultaría indemne de cualquier atentado. Y así fue. Durante los tres años de la guerra civil cobijó a las señoras residentes, acogió a muchas otras religiosas de diversas congregaciones y se convirtió en un taller de costura para los milicianos y en un secreto monasterio de oración. Oculto y guardado el Santísimo Sacramento en una alacena, de vez en cuando aparecía un supuesto médico con su cartera para ver si necesitaban alguna inyección y, de este modo (ya se entiende que era un sacerdote disfrazado), tenían oportunidad de confesarse, participar en la Misa y recibir la Sagrada Comunión. A escondidas realizaban sus rezos y vivían seguras, a pesar de tanta incertidumbre, confiadas en que se realizaría lo que la Fundadora les había profetizado.
La Casa de Zaragoza
Fue la única que se libró de los horrores de la persecución religiosa. Vivían entonces las Angélicas en el antiguo palacio del Marqués de Ayerbe, sito en la estrecha y ahora desaparecida calle del Pilar. El viejo caserón se convirtió en albergue seguro para incontables refugiados que acudían a Zaragoza huyendo de la persecución. Sacerdotes, religiosos, seglares, familias enteras atraídas por la bondad de Madre Genoveva y la caridad de sus hijas, encontraron allí sitio para dormir, ropa para vestirse, comida y acogida fraterna.
Los Jesuitas, desterrados de España cuando se decretó por la República la expulsión de la Compañía de Jesús, habían hallado refugio seguro en esta Casa. Algunos habían enfermado y muerto bajo la solicitud amorosa de santa Genoveva […].
¿Sólo cuidados materiales?
Dios sabe el apoyo espiritual que brotó desde esta Casa a favor de la paz en España. Impresiona saber, a través de las cartas de Santa Genoveva, cómo aquellas mujeres heroicas se levantaban todos los días a las tres de la mañana para rezar un Vía Crucis de reparación por los pecados de España y un rosario a la Virgen para que cesara la guerra. Un fervor singular envolvía la incansable tarea caritativa de aquellas religiosas a favor de los refugiados, afanadas en la cocina, limpieza de la casa, ropero, enfermería, sin faltar jamás a la adoración nocturna eucarística.
Los sufrimientos de Santa Genoveva
Grandes apoyos espirituales de la Santa en aquella época fueron el arzobispo de Zaragoza, don Rigoberto Doménech, paternal y bondadoso, que se hospedaba en las Angélicas de Madrid cuando acudía a las reuniones de Metropolitanos, el Padre Celestino Moner, jesuita, confesor del prelado y también de la Madre, hombre de vida ejemplar, ecuánime y firme doctrinalmente. En Madrid, don José María García Lahiguera, primer capellán de la Casa de las Angélicas y futuro arzobispo de Valencia y ya ahora en proceso de canonización declarado venerable por sus virtudes heroicas. Y en Barcelona, el obispo mártir don Manuel Irurita y Almandoz, que había conocido como canónigo en Valencia en los mismos tiempos de la fundación, amigo de los pobres y de un celo pastoral admirable. Estos cuatro hombres de Dios estaban al tanto del desarrollo de los acontecimientos en España y aconsejaban a la Madre en sus incertidumbres antes del estallido de la guerra. Entre todos ellos corrió un torrente de amistad santa y edificación mutua.
Mucho lo necesitaba Genoveva. En su pueblo natal, Almenara, perteneciente entonces a la diócesis de Tortosa, la iglesia parroquial de los Santos Juanes, donde fue bautizada, había sufrido los horrores de la profanación. La misma Patrona del pueblo, Nuestra Señora del Buen Suceso, fue objeto de destrucción, quedando su ermita en ruinas. Luego, al término de la contienda, Santa Genoveva promovería y llevaría a feliz término la reconstrucción de este santuario mariano.
Otra espina clavada en su alma era la suerte de sus antiguas y queridas maestras de la Casa de Misericordia de Valencia, las Hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna, vilmente asesinadas en Paterna. De las veinticinco mártires de esta Congregación, doce de ellas procedían de la Casa de Misericordia de Valencia y de ellas había recibido formación espiritual y humana durante sus años de hospiciana; las amaba con todo su corazón y la noticia de su holocausto estremeció su alma.
La lectura de los escritos de Santa Genoveva correspondientes a aquellos años iluminan los sentimientos de su corazón privilegiado. Dolor, perdón, reparación originaron en Genoveva una especie de martirio interior, cuyos frutos serían manifiestos hasta el fin de su vida.
(Boletín Ángel de la Soledad, nº 138 – octubre 2013)
A partir de 1950, Genoveva empieza a perder facultades pero, por otro lado, la orden consigue el 25 de marzo de 1953 la cesión por Roma del "Decretum Laudis" que tanto deseaba. Adquiría así su obra carácter pontificio universal, pasando a denominarse desde entonces Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles (popularmente llamadas Angélicas). A principios de diciembre de 1955, su estado de salud se agravó y el día 30 de diciembre sufrió un ataque cerebrovascular. Se le administró la Unción de Enfermos y a las nueve de la mañana del 5 de enero de 1956, la religiosa entró en estado de coma, falleciendo en la Casa Generalicia de Zaragoza.
El pueblo comenzó a invocarla con el título de Ángel de la Soledad. Los restos mortales de Genoveva fueron depositados en una cripta que se construyó bajo el altar mayor de la Casa Generalicia. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 y, canonizada el 4 de mayo del 2003, en la Plaza de Colón de Madrid.