Compré un libro titulado “Cartas a las Religiosas de la Cruz”[1] que consiste en un compendio que reúne una parte de la correspondencia entre la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) y las primeras hermanas de la congregación que ella misma fundó como parte de las Obras de la Cruz el 3 de mayo de 1897. A continuación, cinco consejos que he podido extraer y un comentario personal como eco de estos.
Primer consejo: “La mayor ofensa a Jesús es la desconfianza: fue el pecado de Judas. Tu camino es el del amor, aunque no lo veas, aunque no lo sientas, y las alas para volar a esa altura del amor, son la humildad y la confianza”.
A veces, en las dificultades, uno puede pensar que Dios juega con nosotros, que nos imaginamos cosas, que la fe no tiene sentido, pero Concepción Cabrera de Armida nos subraya la importancia caminar con Jesús desde la confianza aunque no sintamos su presencia, pues se trata de una certeza suficiente. ¿Y cómo confiar en Dios cuando estamos en crisis? Recordando otros momentos de nuestra vida en los que podemos ubicar cuánto nos ayudó y cómo fue la clave para salir de esa situación que nos permitió crecer de forma integral.
Segundo consejo: “La paz no consiste en no tener tentaciones, sino en no ofender a Dios”.
Pasa que pensamos que la fe es algo cursi o mágico, creyendo que somos como un lago sin corriente, pero lo cierto es que las tentaciones forman parte del camino y que, justo en medio de ellas, siendo conscientes de nuestros límites y debilidades, podemos avanzar en paz. Lo importante es pedirle a Dios que nos ayude a ser coherentes y, desde ahí, mantener un sano equilibrio mental sin alterarnos frente a la variedad de propuestas. Justo cuando se nos proponen varias opciones es que debemos discernir en cuál de ellas está la huella de Dios. Para Concepción Cabrera no hay que dejarnos robar la paz ni ver pecado en la tentación, pues solo pecamos cuando la aceptamos de forma consciente e, incluso en la caída, es un ganar, ganar, si sabemos levantarnos y volver a empezar. Es una mistagoga realista y, al mismo tiempo, con una buena dosis de entusiasmo, de una fe positiva, abierta, profunda, capaz de resultar atractiva en medio del secularismo.
Tercer consejo: “Tomemos las tentaciones como despertadores para amar”.
Concepción Cabrera de Armida sabía, a la luz de la fe, de su relación con Jesús, descubrirle a todo su lado positivo. Para ella, experimentar alguna debilidad o tentación era un nuevo motivo para amar. Le servía de pista o clave para evaluar la profundidad de su relación con Dios; es decir, el avance progresivo en el proceso de conversión, de cambio, de ajustar su vida a la de Cristo.
Cuarto consejo: “No se llega a la perfección de golpe, sino particularizando, y poco a poco”.
“Roma no se construyo en un día”, reza el refrán. Pues bien, la santidad tampoco. Es necesario tener paciencia con nosotros mismos. Si Dios la tiene, ¿qué sentido tendría que cayéramos en un desgastante auto reproche? Hay que ir paso a paso, etapa por etapa, dejándonos acompañar por alguien que tenga experiencia en el camino y que nos ayude a confirmar o desmentir lo que vamos ubicando en el interior.
Quinto consejo: “Fe y confianza. En las tinieblas y en las luchas, no pierdas la paz. Déjate hacer y deshacer, y no dudes de la misericordia de Jesús que tanto te ama”.
Nuevamente, Concepción Cabrera reconoce la importancia de la fe y de la paz en el desarrollo de la propia vocación, pero confianza significa dejarse hacer por el Espíritu Santo. Darle el primer lugar de modo que todos los afectos puedan coexistir en armonía. También la relevancia de la misericordia frente a la idea equivocada de un Dios obsesivo con “cacharnos en la movida”, como si fuera un contador de pecados y es que, aunque hay que saber arrepentirnos y pedir perdón en el sacramento de la confesión, nunca hay que hacerlo por miedo o por un moralismo que vacía la experiencia de Dios, sino porque sabemos que al reconocer las faltas podemos crecer y alcanzar la meta de la fe como eje transversal de lo que somos, tenemos y hacemos.
Conclusión:
El mundo de hoy, frente al aumento del agnosticismo y del ateísmo, requiere de una fe que se traduzca en una verdadera relación con Dios. La Espiritualidad de la Cruz, como legado de la beata Concepción Cabrera de Armida, es un camino válido para que, en vez de ser católicos de nombre, lo seamos en la práctica con esa “chispa” que caracterizó su vida y obra.
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[1]México, Editorial Cimiento, 1987.