ERGUIRNOS UNA VEZ MÁS
La mayor gloria no es no caer nunca,
sino levantarse después de cada caída.
-J.W. von Goethe-
Cuando nace una cría de jirafa, cae de tres metros de altura, la mamá jirafa la pone con las patas hacia arriba y la empieza a empujar con sus patas. La jirafita trata de levantarse con sus patas temblorosas y cuando lo hace, la mamá jirafa le da un empujón hacia adelante y vuelve a caerse. Se levanta trabajosamente otra vez la jirafita. Mamá jirafa nuevamente se para, lame a la jirafita y la vuelve a derribar empujándola. Por instinto la madre le está enseñando que, para sobrevivir en la selva, es importante saber levantarse rápido después de una caída.
La palabra caída no es solo el porrazo físico; el caerse al suelo tiene también el símbolo moral de culpa, error, pecado. Y, en este sentido, la caída forma parte de la debilidad de nuestra libertad, de la fragilidad de nuestra voluntad, de la flaqueza de nuestros buenos propósitos.
La postura ante la caída diferencia a las personas. Algunos caen en el mal, y allí se quedan tan tranquilos. Es una actitud de capitulación, de entrega, de conformismo. O, lo que es peor, una opción de comodidad. Se quedan chapoteando en el cieno, olvidándose del cielo del que han caído.
Hacen de la debilidad un vicio, porque como dice Confucio: «Equivocarse y no corregirse; ¡a esto se llama equivocarse!».
Otros, sin embargo, hacen de la debilidad virtud, porque una vez que han caído y se han hundido en las arenas movedizas del error, no se resignan a derrumbarse en el fango, y con las manos ensangrentadas buscan asideros para salir a flote fatigosa y humildemente.
Cuando intentamos conseguir algo no importa fallar una, dos o tres veces. Hay que seguir intentándolo. Retornar a levantarse, sacudirnos el polvo —pensamientos negativos—, y volver a la carga.
Ser emprendedores ante la vida. Sí, porque emprender es una actitud ante la vida, es una forma de vivir. Emprender es hacer cosas para que ocurran cosas nuevas, es atreverse, es salir de la zona de confort, de ese lugar en el que estamos cómodos pero aburridos y sin pasión.
Hacer que esta actitud sea parte de nuestra vida diaria requiere una buena dosis de constancia. Nos caeremos muchas veces del tren de los buenos propósitos, volveremos a tropezar en malos hábitos que pensábamos ya controlados, cometeremos errores…; no importa. Cada vez que sintamos que hemos perdido, hay que tomarse un tiempo de descanso y reflexión. Identificar en qué nos hemos equivocado. Imaginar nuevos enfoques, cambiar, adaptar. Y luego, volver a la carga.
La clave está, en frase del jesuita P. Tomás Morales, en «no cansarse nunca de estar empezando siempre». Ese es el quid de la cuestión: erguirnos una vez más de las que nos caemos.