Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos.
-Quintus Curtius Rufus-
─¿Qué aprendes tú en tu vida de silencio?
Preguntó el visitante a un monje de clausura. El monje, que estaba sacando agua del pozo, le respondió:
─Mira al fondo del pozo, ¿qué ves?
─No veo nada, dijo el hombre que se asomó al brocal del pozo.
El monje se quedó inmóvil y en silencio y, después de un rato, dijo de nuevo a su visitante.
─¡Mira ahora! ¿Qué ves?
─Ahora me veo a mí mismo en el espejo del agua.
─Ya ves, explicó el monje. Cuando yo meto el cubo en el pozo el agua se agitada y nos impide ver. Sin embargo, ahora el agua está tranquila; cuando hay paz, silencio y orden, el hombre se descubre a sí mismo.
Me decía un grupo de personas que, periódicamente, buscaban el silencio fuera de la capital, huyendo del ruido y el estrés para reflexionar sobre nuestro entorno, sobre sus propias personas en un clima de silencio, contemplando la naturaleza que expande las miradas y recoge el espíritu para profundizar en el misterio de la vida.
Las personas, en ocasiones, huyen del silencio, les da pavor, tienen miedo de la serenidad y la reflexión, y por eso ahogan la conciencia con ruidos: encender la televisión aunque no la estemos viendo, caminar al trabajo o centros de estudios con los cascos a todo volumen, asistir a conciertos estruendosos, discotecas estrepitosas...
Tenemos miedo al silencio, pero es en el ambiente de serenidad donde mejor podemos comprender, coger, disfrutar lo mejor de la realidad de la vida. Hay que buscar días para renovarnos interiormente y encontrar el verdadero secreto de la felicidad.
Con el diario laborar es inevitable el desgaste del espíritu y de la vida interior, por eso hay que recurrir al oasis del silencio para evitar el predominio de la actividad exterior que puede romper el equilibrio del creyente.
Así es la experiencia del silencio religioso: una fuente de energía que nos da fuerza y argumentos para no callar cuando debemos hablar, para no ocultar la cara cuando debemos darla, para hacernos oír cuando nos quieren amordazar.
El verdadero silencio es esa fuente de locuacidad que nos hará levantar la voz siempre que lo exijan los derechos de Dios para hacer un mundo más humano, un mundo como Dios manda.
Y al vernos en silencio, serenos, reflexivos y cariñosos, más de uno se preguntará: ¿Qué ves?
Es el momento de hablar.
-Quintus Curtius Rufus-
─¿Qué aprendes tú en tu vida de silencio?
Preguntó el visitante a un monje de clausura. El monje, que estaba sacando agua del pozo, le respondió:
─Mira al fondo del pozo, ¿qué ves?
─No veo nada, dijo el hombre que se asomó al brocal del pozo.
El monje se quedó inmóvil y en silencio y, después de un rato, dijo de nuevo a su visitante.
─¡Mira ahora! ¿Qué ves?
─Ahora me veo a mí mismo en el espejo del agua.
─Ya ves, explicó el monje. Cuando yo meto el cubo en el pozo el agua se agitada y nos impide ver. Sin embargo, ahora el agua está tranquila; cuando hay paz, silencio y orden, el hombre se descubre a sí mismo.
Me decía un grupo de personas que, periódicamente, buscaban el silencio fuera de la capital, huyendo del ruido y el estrés para reflexionar sobre nuestro entorno, sobre sus propias personas en un clima de silencio, contemplando la naturaleza que expande las miradas y recoge el espíritu para profundizar en el misterio de la vida.
Las personas, en ocasiones, huyen del silencio, les da pavor, tienen miedo de la serenidad y la reflexión, y por eso ahogan la conciencia con ruidos: encender la televisión aunque no la estemos viendo, caminar al trabajo o centros de estudios con los cascos a todo volumen, asistir a conciertos estruendosos, discotecas estrepitosas...
Tenemos miedo al silencio, pero es en el ambiente de serenidad donde mejor podemos comprender, coger, disfrutar lo mejor de la realidad de la vida. Hay que buscar días para renovarnos interiormente y encontrar el verdadero secreto de la felicidad.
Con el diario laborar es inevitable el desgaste del espíritu y de la vida interior, por eso hay que recurrir al oasis del silencio para evitar el predominio de la actividad exterior que puede romper el equilibrio del creyente.
Así es la experiencia del silencio religioso: una fuente de energía que nos da fuerza y argumentos para no callar cuando debemos hablar, para no ocultar la cara cuando debemos darla, para hacernos oír cuando nos quieren amordazar.
El verdadero silencio es esa fuente de locuacidad que nos hará levantar la voz siempre que lo exijan los derechos de Dios para hacer un mundo más humano, un mundo como Dios manda.
Y al vernos en silencio, serenos, reflexivos y cariñosos, más de uno se preguntará: ¿Qué ves?
Es el momento de hablar.