Entre este 11 y 18 de diciembre, los judíos van a celebrar una de sus fiestas más importantes, la llamada Janucá o fiesta de las luces, en la que conmemoran la purificación del Templo de Jerusalén tras la guerra contra el rey seleúcida Antíoco Epífanes, cuando éste intentó consagrarlo a los dioses paganos hacia el año 160 a.C., provocando la rebelión de Matatías Macabeo, “el Martillo”, que eso y no otra cosa es lo que significa macabeo.
La Guerra de los Macabeos dio lugar a una nueva dinastía judía, la segunda de su historia –la primera había sido la de David y sus descendientes-, llamada de los asmoneos, la cual representó para los judíos un siglo de independencia terminada con la aparición en el escenario palestino de la gran potencia romana, en el año 63 a.C., poco más de medio siglo antes, pues, del nacimiento de Jesús.
Curiosamente, de los cuatro libros de los macabeos, dos de ellos forman parte del canon católico, pero no, como podría pensarse, del canon judío, y tampoco del protestante, más parecido al judío que el católico.
La probable razón por la que el canon católico da tanta relevancia a los Libros de los Macabeos, es porque en ellos se encuentran importantes referencias, entre las más antiguas y concretas, a la vida que espera al hombre después de la vida terrenal. Uno por uno, los siete hijos del Macabeo, cuando apresados encaran el martirio, van afirmando ante el rey seleúcida su fe en un más allá estrechamente relacionado con aquél que configura el pensamiento cristiano.
Así, el segundo de ellos dedica sus últimas palabras a la vida eterna:
“Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna” (2Mac. 7, 9).
El tercero a la resurrección de la carne:
“Por don del Cielo poseo estos miembros, por sus leyes los desdeño y de Él espero recibirlos de nuevo” (2Mac. 7, 11).
El sexto a la existencia de un premio y un castigo en el más allá:
“No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas sorprendentes). Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido a luchar contra Dios” (2Mac. 7, 1819).
El séptimo a la del juicio de Dios:
“Pero tú, ¡oh impío y el más criminal de todos los hombres!, no te engrías neciamente, entregándote a vanas esperanzas y alzando la mano contra sus siervos; porque todavía no has escapado del juicio del Dios que todo lo puede y todo lo ve” (2Mac. 7, 34-35)
El cuarto a la del cielo:
“Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida” (2Mac. 7, 14).
El quinto a la del infierno:
“Pero no creas que Dios ha abandonado a nuestra raza. Aguarda tú y contemplarás su magnífico poder, cómo te atormentará a ti y a tu linaje” (2Mac. 7, 1617).
La Janucá es una fiesta muy alegre, en la que el rito principal lo constituye el encendido de las velas del candelabro de nueve brazos, la januquía, -no confundir con la menorah, que es el candelabro igualmente judío de siete brazos- una el primer día, dos el segundo, tres el tercero y así hasta el octavo. La novena vela o vela central, el shamash, es la dedicada a encender las anteriores.
Rito tal, que conmemora el candelabro que ardió milagrosamente en el Templo durante ocho días con el aceite que apenas habría sido suficiente para uno, podría hallarse entre los precedentes de la llamada Corona de adviento, en la que como es sabido, los cristianos enciendemos una vela en cada uno de los cuatro domingos anteriores a la Navidad.
Felicidades pues a nuestro hermanos mayores, como gustaba de llamarlos Juan Pablo II, con ocasión de una fiesta tan importante para ellos y tan cercana temporalmente hablando a nuestra Navidad. Una fiesta a la que los judíos de Madrid invitan a unirse a todos los madrileños que lo deseen con una celebración que tendrá lugar este domingo en el Palacio de Oriente a las 18.30 horas. Una januquía presidirá un espacio lúdico en el que se repartirán las tradicionales peonzas o sebibón, se comerán los sufganiot o buñuelos, y se bailarán los tradicionales rikudim.
Cuando las religiones –más aún si se trata de las tres que procenden de “El Libro”- y sus seguidores, están por celebrar lo que les une y no lo que les separa, hallan sin duda, siempre, muchos lugares en los que encontrarse.