Vamos a conocer el episodio de la vida de algunos santos durante los trágicos días de la persecución religiosa en la España de 1936. Hoy nos acercamos al Pontífice reinante durante los años de la gran persecución (19311939).

Aquiles Ratti, nació en Desio, cerca de Milán, el 31 de mayo de 1857, en el seno de una familia acomodada y muy respetada. Tras realizar sus estudios en el seminario de Milán, fue ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 1879. En 1907 fue nombrado prefecto de la Biblioteca Ambrosiana de la capital lombarda, y en 1911 san Pío X le nombró viceprefecto de la Biblioteca Vaticana; y tres años después, director. Hombre de ciencia dedicado al estudio, el futuro Papa publicó en aquel periodo varios estudios sobre la historia de la Iglesia, la paleografía, la historia del arte y la literatura.

Era también conocido como uno de los alpinistas más atrevidos de su tiempo. En 1889 fue el primero en vencer la cumbre del monte Dofour, situado en la sierra del Monte Rosa, hazaña que cuenta en sus recuerdos de alpinista. Bajo estas líneas, monseñor Ratti (en el centro) junto a otros montañistas.
 

En 1918, aprovechando su gran habilidad para los idiomas, el Papa Benedicto XV lo envía a Polonia, primero como visitador apostólico, y al año siguiente como nuncio, nombrándolo para ello arzobispo titular de Lepanto. Para un erudito que ya cargaba con más de sesenta años a cuestas, el ir a su primera misión diplomática era realmente un reto, y más aún porque esta tarea nada tenía de sencilla. Acostumbrado acaso a luchar por conquistar las cumbres más difíciles, Achille, con mucha habilidad y coraje, supo llevar a cabo con éxito la misión encomendada. Por entonces su celo pastoral se mostró tan intenso que en agosto de 1920, cuando el ejército bolchevique se acercaba amenazante a las puertas de Varsovia, monseñor Ratti se negó a abandonar la cuidad.

En 1921 el Papa Benedicto XV lo llamó de vuelta a Italia, lo nombró arzobispo de Milán y le otorgó el capelo cardenalicio. Pocos meses después el cardenal Achille Ratti sería elegido para suceder a S.S. Benedicto XV en la Sede de Pedro. Con el nombre de Pío XI él tomaba ahora en sus manos el timón de la barca de Pedro. Era, según los cardenales norteamericanos, admirablemente equilibrado, sencillo y natural. Admirador de Dante y de Manzoni, no abandonó nunca los estudios y la lectura.

Por su extensa actividad, Pío XI habría de merecer diversos títulos: «el Papa de las encíclicas», por haber escrito una treintena de estas; «el Papa de los concordatos», al buscar mejorar las condiciones de la Iglesia en diversos países mediante la firma de 23 convenios; «el Papa de la Acción Católica», pues uno de los principales objetivos de su pontificado fue organizar a los laicos a través de la Acción Católica, con el fin de cristianizar todos los sectores de la sociedad; «el Papa de las misiones», por su impulso a la actividad misionera y, «el Papa de las canonizaciones», por haber elevado a los altares a 33 santos y haber dado cauce en su pontificado a 500 beatificaciones. Entre los santos proclamados por este Papa se encuentran santo Tomás Moro, san Juan María Vianney, san Roberto Belarmino, por decir algunos. Entre las canonizaciones más recordadas se encuentran las de santa Teresa de Lisieux (1925), san Juan Bosco (1934), y santa Bernadette Soubirous, la vidente de Lourdes, esta última proclamada santa durante el Jubileo de la Redención (1933). ​ Además, durante su papado también proclamó Doctores de la Iglesia a San Juan de la Cruz y san Alberto Magno.

Sobre España
Alguna de sus encíclicas nos dan razón de sus grandes preocupaciones: Acerba animi (1932), denuncia de las injustas condiciones a que fue sometida la Iglesia católica en Méjico; Mit brennender Sorge (1937), una explícita condena de las doctrinas nazis, así como las comunistas serían condenadas en la Divina Redemptoris promissio, que salió cinco días después; y Dilectissima nobis (1933), en la que, reflexionando sobre la situación que vivía España en aquellos días, defiende la libertad y la civilización cristiana.
 

El 3 de junio de 1933 el Papa daba a conocer la encíclica DILECTISSIMA NOBIS SOBRE LA INJUSTA SITUACIÓN CREADA A LA IGLESIA CATÓLICA EN ESPAÑA. Pío XI subraya que la Iglesia no está ligada a ninguna forma de gobierno, siempre que se salvaguarden los derechos de Dios y de la conciencia cristiana. El Papa denuncia no la forma republicana, sino el ataque desencadenado contra aquellos derechos mediante la aprobación de la ley sobre las confesiones y congregaciones religiosas, movida por un verdadero odio a la religión.

[…] Nos sentimos doblemente apenados al presenciar las deplorables tentativas, que, de un tiempo a esta parte, se están reiterando para arrancar a esta Nación a Nos tan querida, con la fe tradicional, los más bellos títulos de nacional grandeza. No hemos dejado de hacer presente con frecuencia a los actuales gobernantes de España -según Nos dictaba Nuestro paternal corazón- cuán falso era el camino que seguían, y de recordarles que no es hiriendo el alma del pueblo en sus más profundos y caros sentimientos, como se consigue aquella concordia de los espíritus, que es indispensable para la prosperidad de una Nación […].

Mas ahora no podemos menos de levantar de nuevo nuestra voz contra la ley, recientemente aprobada, referente a las Confesiones y Congregaciones Religiosas, ya que ésta constituye una nueva y más grave ofensa, no sólo a la religión y a la Iglesia, sino también a los decantados principios de libertad civil, sobre los cuales declara basarse el nuevo régimen español.

Ni se crea que Nuestra palabra esté inspirada en sentimientos de aversión contra la nueva forma de gobierno o contra otras innovaciones, puramente políticas, que recientemente han tenido lugar en España. Pues todos saben que la Iglesia Católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana […]. Nada de esto ignoraba el Gobierno de la nueva República Española, pues estaba bien enterado de las buenas disposiciones tanto Nuestras como del Episcopado Español para secundar el mantenimiento del orden y de la tranquilidad social. Y con Nos y con el Episcopado estaba de acuerdo no solamente el clero tanto secular como regular, sino también los católicos seglares, o sea, la gran mayoría del pueblo español; el cual, no obstante las opiniones personales, no obstante las provocaciones y vejámenes de los enemigos de la Iglesia, ha estado lejos de actos de violencia y represalia, manteniéndose en la tranquila sujeción al poder constituido, sin dar lugar a desórdenes, y mucho menos a guerras civiles […]. Por esto Nos ha causado profunda extrañeza y vivo pesar el saber que algunos, como para justificar los inicuos procedimientos contra la Iglesia, hayan aducido públicamente como razón la necesidad de defender la nueva República.

Tan evidente aparece por lo dicho la inconsistencia del motivo aducido, que da derecho a atribuir la persecución movida contra la Iglesia en España, más que a incomprensión de la fe católica y de sus benéficas instituciones, al odio que «contra el Señor y contra su Cristo» fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia.


Pío XI lamentaba la separación de la Iglesia y el Estado:

[…] La separación no es más que una funesta consecuencia (como tantas veces lo hemos declarado especialmente en la Encíclica «Quas primas») del laicismo o sea de la apostasía de la sociedad moderna que pretende alejarse de Dios y de la Iglesia.

Al contrario los nuevos legisladores españoles […], en virtud de la Constitución y de las leyes posteriormente emanadas, mientras todas las opiniones, aun las más erróneas, tienen amplio campo para manifestarse, solo la religión católica, religión de la casi totalidad de los ciudadanos, ve que se la vigila odiosamente en la enseñanza, y que se ponen trabas a las escuelas y otras instituciones suyas, tan beneméritas de la ciencia y de la cultura española. El mismo ejercicio del culto católico, aun en sus más esenciales y tradicionales manifestaciones, no está exento de limitaciones, como la asistencia religiosa en los institutos dependientes del Estado; las procesiones religiosas, las cuales necesitarán autorización especial gubernativa en cada caso; la misma administración de los Sacramentos a los moribundos, y los funerales a los difuntos.

 

En la web del Vaticano se puede leer la encíclica completa:
https://w2.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19330603_dilectissima-nobis.html