Es verdad que el hartazgo se impone cada vez más, y que esa región cuyos gobernantes se pasan el día inventando afrentas inexistentes y exigiendo aquello a lo que no tiene mejor derecho que ninguna otra, ha acabado agotando la paciencia de muchos españoles que impulsiva y vehemente farfollan, “¡que se vayan de una vez y nos dejen en paz!”, acompañado a menudo de algún que otro exabrupto.
Puede que Vd. que lee estas líneas sea uno de esos españoles hartos, agotados, hastiados… Pues bien, a Vd., precisamente a Vd., dirijo las mismas para intentar convencerle de que, por suerte o por desgracia, el “que se vayan de una vez” no es, ni muchísimo menos, el remedio. Y le voy a dar por lo menos, dos razones de peso, a las que no va a poder Vd. oponer objeción alguna.
La primera tiene que ver con los propios catalanes. Porque Cataluña no existiría si no existieran los catalanes, y por mucho que desde todas las instancias, tanto nacionalistas como no nacionalistas –en España, como tan a menudo a lo largo de la historia, ha sido peor el silencio de los buenos que el rebuzno de los malos-, se haya trabajado con denuedo por hacernos creer lo contrario, los catalanes no son “los nacionalistas catalanes”, y todavía son muchos los catalanes que se sienten españoles y aman a España como cualquier otro español… todavía son muchos los catalanes que se sienten solidarios con el resto de sus compatriotas –ni que decir tiene que “españoles”, se pongan como se pongan los catalanes no tienen otro compatriota que los españoles- y que quieren sentir la solidaridad del resto de ellos. Y son esos españoles de Cataluña, precisamente esos, los que más van a sufrir y peor lo van a pasar si, efectivamente, les decimos algún día “que se vayan de una vez”.
Porque se van a ir “los malos”: los que sólo han trabajado por agrandar la brecha entre españoles y el odio entre familias catalanas; los que son incapaces de sentir compasión alguna por sus compatriotas; los que no han tenido el menor reparo en inventar desvergonzadamente una historia inexistente; los que no han hecho más que pedir cada vez con mayor descaro y con menor pudor (y con no poco éxito por cierto, algo en lo que radica parte de su auge actual)… Pero se van a ir también "los buenos": los que se sienten cercanos a sus hermanos españoles; los que sufren con ellos y con ellos se alegran; los que saben que los españoles llevamos juntos exitosamente conviviendo cinco siglos cuando no dos milenios; aquéllos a los que no importa repartir el pan de la solidaridad y del amor fraterno precisamente con ellos, con los españoles.
La segunda razón tiene que ver con el futuro. Porque no se engañe Vd. amigo lector: una Cataluña independiente no es la solución del problema nacionalista en España. Ni siquiera le hablo, fíjese Vd., del efecto contagio que se produciría, sin duda, en otras regiones del país donde también abundan personas malnacidas incapaces de sentir compasión de sus compatriotas y expresarse solidarios con ellos, no. Le hablo de que los gobernantes catalanes que llevan cuarenta años alimentando el discurso racista, egocentrista, rupturista, insolidario, hispanófobo y odiogénico que articulan, y no están acostumbrados a dar explicación sobre cosa otra que no sea lo redondo que son los ombligos catalanes, no van a parar de seguir alimentándolo ni aún después de conseguida la independencia, y ésta sólo ha de darles una nueva plataforma y una mejor posición para desde ella, seguir alentando y financiando el mismo discurso hispanofóbico en otras regiones de España distintas de Cataluña.
No amigo, no: que nadie crea que con la separación de Cataluña, termina para España el cáncer nacionalista… Ni muchísimo menos. La separación de Cataluña, si ésta se produce, sólo representará, fíjese lo que le digo, el verdadero comienzo de “la tribulación” (Mt. 24, 21), o, en palabras no menos evangélicas, el auténtico “llanto y rechinar de dientes” (Mt. 8, 12).
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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