Uno de los textos más íntimos, bucólicos y entrañables de Santa Teresita es el que recoge su hermana Paulina en el Cuaderno amarillo cuando le queda poco más de un mes para terminar su vida en este mundo. Nos habla de la Sagrada Familia. Nos presenta a Jesús, María y José en su quehacer diario, cercano, de tú a tú. Es lo que sueña en la tierra por conocer en el cielo. ¿Cómo sería la vida de los padres de Jesús en la casa de Nazaret? Es una manera de rezar, de entrar en contacto directo con los tres que nos abren su casa, de hacernos niños como ella, como Teresita, para que nuestra vida sea mucho más fácil y aprendamos a poner todo en la providencia divina del Padre, que nos entrega a su Hijo y con Él también a la Virgen María y a San José. Vayamos al 20 de agosto de 1897 y sentémonos junto a la cama de Teresita donde le acompaña Inés de Jesús, su hermana Paulina:
“¡Qué hermoso será conocer en el cielo todo lo que ocurrió en el seno de la Sagrada Familia! Cuando el Niño Jesús empezó a ser mayorcito, al ver ayunar a la Santísima Virgen, tal vez le diría: «A mí también me gustaría ayunar». Y la Santísima Virgen le contestaría: «No, Jesusito, tú eres todavía demasiado pequeño, no tienes fuerzas». O quizás no se atrevía a negárselo.
¿Y San José? ¡Ay, cuánto lo quiero! Él no podía ayunar, debido a su trabajo.
Lo veo acepillar, y después secarse la frente de vez en cuando. ¡Qué lástima me da de él! ¡Qué sencilla me parece que debió de ser la vida de los tres!
Las mujeres la aldea irían a charlar familiarmente con la Santísima Virgen. A veces le pedirían que dejase que el Niño Jesús fuese a jugar con sus hijos. Y el Niño Jesús miraría a la Virgen para saber si debía ir o no. Otras veces, aquellas buenas mujeres irían directamente al Niño Jesús y le dirían sin ninguna clase de ceremonias: «Ven a jugar con mi niño», etc.
Lo que me hace mucho bien, cuando pienso en la Sagrada Familia, es imaginármela llevando una vida totalmente ordinaria. No todo eso que se nos cuenta y todo eso que se supone. Por ejemplo, que el Niño Jesús hacía pajaritos de barro y después, soplando sobre ellos, les daba la vida. No, el Niño Jesús no hacía milagros inútiles como ésos, ni siquiera por complacer a su Madre. Y si no, ¿por qué no fueron transportados a Egipto en virtud de un milagro, que, por lo demás, habría sido más necesario y tan fácil para Dios? En un abrir y cerrar de ojos habrían sido llevados allá. Pero no, en su vida todo discurrió como en la nuestra.
¡Y cuántas penas, cuántas decepciones! ¡Cuántas veces se le habrán hecho reproches al bueno de San José! ¡Cuántas veces se habrán negado a pagarle su trabajo! ¡Qué sorprendidos quedaríamos si supiésemos todo lo que sufrieron!, etc. etc.” (Cuaderno amarillo 20.8.14).
¿Necesitamos algo más para meternos en el hogar de Nazaret en este final de verano? ¡Vamos! ¡Entremos con Jesús, María y San José! ¡Escuchémoslos! ¡Acompañémoslos!
Algo de esto vivo con un amigo de manera inesperada una tarde de este mes de agosto cuando decidimos dar un paseo, orar y celebrar la eucaristía en la ermita de Lomos de Orios, en plena sierra riojana. Todo va de maravilla. Al llegar el momento de homilía nos sentamos en los bancos para comentar el evangelio del día. Es la fiesta de San Bartolomé. El evangelio nos habla de ver grandes cosas, nada menos que ver el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. Todo gira en torno a Natanael, el que es conocido por todos como San Bartolomé, cuando Felipe le llama porque han encontrado a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.
Mientras repaso estas palabras contemplamos el retablo para fijar los ojos en el centro, donde los ángeles custodian a la Virgen María, a Nuestra Señora de Lomos de Orios. Más arriba San José, en lo alto, también tiene la compañía de los ángeles. Al revivir ese frase de Jesús en el evangelio sobre los ángeles y descubrirla hecha realidad en el retablo de la ermita, todo cambia al darnos cuenta que los ángeles de San José llevan los aperos propios del oficio que tiene de San José. Hay dos ángeles, el de su derecha muestra una sierra de carpintero y el de su izquierda una garlopa. ¡Es un regalo de San José! ¡No hay que decir más! ¡Todo está en la providencia de Dios! El evangelio se hace vida en una obra de arte labrada en madera. El taller de San José da paso a la casa de María en la montaña y a lo más grande al terminar la homilía y llegar a la consagración: ¡la presencia real de Jesús, el hijo de José y de María! ¡El mismo que está con ellos en la casa de Nazaret, se hace presente en una ermita perdida en la sierra mostrando que tenemos que trabajar con su padre en la carpintería!
¡Qué grande es Dios! ¡Cuánto cuida a sus hijos! Ahora se entiende mucho mejor ese texto de Teresita cuando los dos amigos nos unimos a los ángeles del retablo para echar una mano a San José y decirle que queremos ser sus aprendices y estar muy cerca de él, para luego preparar la mesa con María y esperar que llegue su Hijo para darnos su Cuerpo y su Sangre. Para eso hace falta labrar por dentro en el corazón. Tiene que estar preparado. Tenemos las herramientas, la sierra y la garlopa. Ahora sólo queda ponerse a la tarea, unirnos a Teresita, visitar a María en su casa de la montaña y abrir la puerta de la carpintería donde nos esperan Jesús y San José para cortar y acepillar.