El Papa está en Colombia y, en el momento en que escribo, aún le faltan algunas de las etapas más delicadas de su viaje, como la que tendrá lugar en Villavicencio, donde se reunirá con las víctimas de la guerrilla y con los asesinos. Pero ya se puede decir que, desde el punto de vista del público, éste ha sido un éxito. La multitud le ha acogido con tanto entusiasmo que, el día de su llegada, se rompieron las medidas de seguridad y la gente rodeó al Papa sin dejar avanzar su automóvil. Gracias a Dios, no sucedió nada, porque durante unos minutos que se hicieron eternos para los que le protegen, el Pontífice estuvo totalmente expuesto a un ataque violento.
Su Santidad llegó a Colombia para apoyar no el proceso de paz -que tiene divididos a los colombianos-, ni al presidente Santos -con una popularidad bajísima y que está intentando recuperar imagen con la presencia del Pontífice-, sino para apoyar una paz auténtica, una paz justa, una paz de los corazones que no olvide a las víctimas. Con un asesino como Timochenko, el líder de las FARC, paseándose libre por las calles y aspirando incluso a presidir la nación como líder de un partido político, no resulta fácil eso. Por eso el Santo Padre ha hablado desde el principio de no confundir justicia con venganza. Paz con justicia sí. Venganza no. Hay que ponerse en el lugar de aquellos que han perdido todo y que han sufrido de todo para entender lo difícil que es lograrlo. Pero el Papa está en su papel y cumple su misión exhortando a conseguir esa paz de los corazones, la que nace del perdón y del amor al enemigo, la que nos enseñó Jesucristo, sin que eso signifique renunciar a la justicia. Es posible que no se le entienda e incluso que se le manipule -creo sinceramente que es lo que están intentando hacer algunos-, pero no es ni culpa ni responsabilidad del Pontífice. Él es el representante de Cristo en la tierra y tiene que repetir el mensaje del Señor: amad a vuestros enemigos, haced del bien a los que os insultan y calumnian.
El tiempo dirá si ha tenido éxito. Pero eso no depende de él, sino de los políticos y del pueblo colombiano. El Papa hace lo que debe hacer: impulsar la paz (que no es lo mismo que impulsar un concreto proceso de paz que fue rechazado por la mayoría de la población y que terminó por ser aprobado con un ligero maquillaje). El vicario de Cristo ni puede ni debe hacer otra cosa más que decir lo que dice y estar donde está: con el pueblo que sufre, exhortando a perdonar, convirtiéndose en un puente que quiere unir dos orillas separadas por un abismo profundo. La gente sencilla lo ha entendido así y por eso se ha echado a las calles para acoger a alguien al que quiere y que les quiere.