Vamos a conocer el episodio de la vida de algunos santos durante los trágicos días de la persecución religiosa en la España de 1936. Hoy nos acercamos a uno de los Obispos mártires, ya beatificados, de la persecución religiosa española.
Anselmo Polanco Fontecha (Buenavista de Valdavia, Palencia, 16 de abril de 1881 - Pont de Molins, Gerona, 7 de febrero de 1939). Ingresó en el Real Colegio Seminario de Agustinos de Valladolid el 1 de agosto de 1896 al recibir de su tío Fr. Sabas Fontecha el hábito de novicio. Emitió los votos solemnes el 3 de agosto de 1900 y fue ordenado presbítero en el monasterio de La Vid (Burgos) el 17 de diciembre de 1904.
Su primer destino fue Alemania para seguir y completar su carrera. Al cabo de un año regresó para ejercer la docencia en las aulas de Valladolid y La Vid. En 1922 fue nombrado Rector de Valladolid, cargo que desempeñó durante siete años. De este período destacamos sus esfuerzos por la observancia religiosa de la numerosa comunidad y de los estudios que se realizaban en el Real Colegio, así como la conclusión de la iglesia (1930), siguiendo los planos de Ventura Rodríguez.
Desde 1929 era Consejero, y en el Capítulo celebrado en Manila en julio de 1932 fue elegido Prior Provincial (19321935), que abrió con una circular, dirigida a los más de 600 religiosos presentes en Asia, Hispanoamérica y Europa, en la que invitaba al exacto cumplimiento de la legislación canónica y constitucional para afrontar aquellos tiempos difíciles. Dado que el centro de gravedad se había desplazado desde inicios del siglo, decidió poner en Madrid la curia provincial para mejor ejercer el ministerio de gobierno. Para conocer las necesidades y darles solución giró la Visita regular empezando por China y Filipinas y pasando después a Estados Unidos. En 1933 la hizo por España, y a continuación viajó a Colombia, Perú e Iquitos. Así, se dedicó a cumplir con una de las obligaciones que gravan sobre el buen ejercicio del ministerio de la autoridad: escuchar, alentar y urgir. Si a esto añadimos su piedad y prudencia, no es de extrañar que se fijasen en él para ocupar alguna sede.
Fue consagrado obispo en Valladolid el 24 de agosto de 1935 y el 8 de octubre tomaba posesión de su diócesis turolense. El lema paulino de su escudo episcopal (‘Me gastaré y desgastaré por vuestras almas’) cristalizó en su entera disponibilidad para sus sacerdotes y feligreses. Como prelado dinámico, visitó la diócesis para conocer mejor la situación de su grey y luego, como recoge el investigador Carlos Alonso, ‘creó organismos diocesanos que ayudaron a un mejor funcionamiento de la vida pastoral. De haber gobernado la diócesis en otras circunstancias hubiera celebrado un sínodo, que empezó a preparar antes de que sobreviniera la tempestad. Favoreció mucho la obra de la enseñanza de la catequesis, así como también la Acción Católica, una institución en pleno auge por aquellas décadas. Favoreció la propaganda misional, él que era un religioso de una Provincia misionera’. Su apostolado social se revistió de las características de la época, haciéndose popular por su liberalidad limosnera, imitando a su hermano de episcopado y de hábito santo Tomás de Villanueva.
El ritmo de vida del nuevo obispo siguió como antes de su elección. Se levantaba todo el año a las cinco. Celebraba la Misa con una concienzuda preparación antes y una fervorosa acción de gracias después. Personas allegadas han testificado que infundía respeto verle dar gracias después de haber celebrado. Oía luego otra misa, y aun la ayudaba si era necesario. Después las horas menores y un frugal desayuno. Meditación, estudio, visitas. A la una la comida, sin apenas vino. Nunca tomó café ni licores. Vestía siempre el sencillo hábito de agustino. Tres veces al día visitaba al Santísimo Sacramento con su familiar, sin contar las que lo hacía solo. Asistía a las funciones parroquiales, sobre todo eucarísticas, casi siempre de rodillas. Atendía a los sacerdotes que acudían a palacio sin hacerles esperar, y charlaba con ellos amigablemente. Los chiquillos por la calle le acosaban para besarle el anillo. Su sonrisa los atraía. Su bondad los desarmaba. Una espina clavada en el corazón del obispo Polanco era «El Arrabal», barrio muy maleado por las doctrinas marxistas y que sufría las estrecheces de los trabajadores de aquel entonces. Visitaba a las familias necesitadas y les resolvía problemas de difícil solución. Y la gente se admiraba de que, disponiendo de tan poco, llegara tan lejos en sus caridades.
Su posición ante las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue clara y decidida. Su amor a Dios urgió a pronunciarse ante su grey, para orientarla y animarla. El temporal no le hizo posponer la visita pastoral, que realizó con la meticulosidad que ponía en todo. Aprovechó la visita para confirmar y después confirió órdenes en la Catedral. Como remate quiso que sus sacerdotes hicieran ejercicios espirituales, pero se encontraba sin medios para sufragarlos. A sugerencia de uno de sus íntimos, escribió al doctor Irurita, obispo de Barcelona, en demanda de ayuda. Y le llegó un billete de mil pesetas (de aquel tiempo) que llenó de gozo el corazón del padre Polanco y le permitió organizar la tanda, en la que participó y edificó a todos por su recogimiento y piedad.
Y estalló la guerra. Después de los titubeos de los primeros días, la ciudad de Teruel quedó en el bando de los nacionales. Ya el 3 de agosto la aviación roja bombardeó la basílica del Pilar de Zaragoza y las bombas no estallaron. Se vio en el hecho la mano de la Providencia. Y en Teruel se cantó un Te Deum de acción de gracias y el himno a la Virgen del Pilar, presididos por el obispo Polanco. Ya desde el principio, Teruel quedaba rodeada por una línea de frente a pocos kilómetros de distancia. Por la parte de Corbalán, a sólo dos kilómetros. Poco a poco fue estrechándose el cerco. Cuando alguien mostraba al obispo el peligro que ello representaba y la conveniencia de abandonar la ciudad, el padre Polanco repetía imperturbable: «Yo soy el pastor, no puedo separarme de mi rebaño».
A primeros de octubre un avión rojo bombardeó la catedral, provocando el estrepitoso hundimiento de su nave izquierda. El obispo se presentó inmediatamente para prestar auxilio a los moribundos. Dañado también el palacio episcopal tuvo que trasladarse al seminario, compartiendo allí con soldados y refugiados la durísima vida de los asediados. Día a día se presentaban párrocos de la diócesis que escapaban aterrados de la persecución. Allí tuvo ocasión de demostrar su amor y abnegación sin límites. Al liberarse los pueblos de la parte de Albarracín, allá se fue sin importarle los riesgos. Y cuando alguien se los hizo notar, respondió: «Harto mayores peligros corren en las trincheras».
A finales de 1936 emprendieron los rojos una gran ofensiva por la parte de Corbalán, precedida de una intensísima preparación artillera y secundada por millares de combatientes de las Brigadas internacionales. A los del Frente Popular les interesaba mucho la plaza y tenían hombres y armas en abundancia. Se sucedieron las cruentas batallas y la ciudad se vio cercada y sufrió los horrores del asedio. Fue bombardeada ¡312 veces! El obispo se guarecía como todos en los refugios subterráneos y allí, en medio del polvo y los escombros, entre derrumbes y estruendo de minas, empezaba a rezar el rosario y la gente cobraba ánimos. Le llamaban el Pararrayos. A pesar de las advertencias de peligro, siguió atendiendo a sus fieles en templos y hospitales.
El 14 de marzo de 1937 publicó una Exhortación pastoral, preludio de la conocida Carta pastoral del episcopado español, fechada el 1 de julio de 1937, en la que se apoya el alzamiento nacional y se da razón de las causas que justificaban tal decisión.
Teruel resistió hasta el 7 de enero de 1938. Fue apresado y encarcelado en Valencia y Barcelona. La Orden Agustiniana movió todo los resortes para lograr su liberación. Aunque se ofertaron intentos de canje, nunca entró en el Negociado de evadidos y prisioneros su nombre como candidato a un cambio. Ante el avance las tropas nacionales se preparó el éxodo desde la cárcel barcelonesa hasta Pont de Molins, a 18 kilómetros de Francia. A las diez de la mañana del 7 de febrero de 1939 se entregaba los prisioneros al pelotón de la brigada Líster. ‘La inmolación se perpetró hacia las dos de la tarde en un paraje silvestre, a izquierda de la carretera, sin salida, que desde Pont de Molíns conduce al pueblo de Las Escaulas. El barranco se denomina Can Tretze. Con el obispo de Teruel unieron al coronel Rey d’Harcourt’. Diez días más tarde un pastor encontró la fosa y sus restos fueron trasladados a la catedral de Teruel el 5 de marzo.
Fue beatificado junto a su vicario general el presbítero Felipe Ripoll por san Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro el 1 de octubre de 1995 y su memoria litúrgica se celebra el 7 de febrero, fecha de su muerte.
[J. Álvarez Fernández en la web Institutum Historicum Augustinianum. Alphabetum Augustinianum y de un texto de José Vernet Mateu]
Algunos de los artículos ya publicados en el blog:
http://www.religionenlibertad.com/el-ultimo-obispo-martir13748.htm
http://www.religionenlibertad.com/tu-sitio-esta-donde-te-necesitan-25526.htm
http://www.religionenlibertad.com/martir-carta-colectiva-47634.htm
Anselmo Polanco Fontecha (Buenavista de Valdavia, Palencia, 16 de abril de 1881 - Pont de Molins, Gerona, 7 de febrero de 1939). Ingresó en el Real Colegio Seminario de Agustinos de Valladolid el 1 de agosto de 1896 al recibir de su tío Fr. Sabas Fontecha el hábito de novicio. Emitió los votos solemnes el 3 de agosto de 1900 y fue ordenado presbítero en el monasterio de La Vid (Burgos) el 17 de diciembre de 1904.
Su primer destino fue Alemania para seguir y completar su carrera. Al cabo de un año regresó para ejercer la docencia en las aulas de Valladolid y La Vid. En 1922 fue nombrado Rector de Valladolid, cargo que desempeñó durante siete años. De este período destacamos sus esfuerzos por la observancia religiosa de la numerosa comunidad y de los estudios que se realizaban en el Real Colegio, así como la conclusión de la iglesia (1930), siguiendo los planos de Ventura Rodríguez.
Desde 1929 era Consejero, y en el Capítulo celebrado en Manila en julio de 1932 fue elegido Prior Provincial (19321935), que abrió con una circular, dirigida a los más de 600 religiosos presentes en Asia, Hispanoamérica y Europa, en la que invitaba al exacto cumplimiento de la legislación canónica y constitucional para afrontar aquellos tiempos difíciles. Dado que el centro de gravedad se había desplazado desde inicios del siglo, decidió poner en Madrid la curia provincial para mejor ejercer el ministerio de gobierno. Para conocer las necesidades y darles solución giró la Visita regular empezando por China y Filipinas y pasando después a Estados Unidos. En 1933 la hizo por España, y a continuación viajó a Colombia, Perú e Iquitos. Así, se dedicó a cumplir con una de las obligaciones que gravan sobre el buen ejercicio del ministerio de la autoridad: escuchar, alentar y urgir. Si a esto añadimos su piedad y prudencia, no es de extrañar que se fijasen en él para ocupar alguna sede.
Fue consagrado obispo en Valladolid el 24 de agosto de 1935 y el 8 de octubre tomaba posesión de su diócesis turolense. El lema paulino de su escudo episcopal (‘Me gastaré y desgastaré por vuestras almas’) cristalizó en su entera disponibilidad para sus sacerdotes y feligreses. Como prelado dinámico, visitó la diócesis para conocer mejor la situación de su grey y luego, como recoge el investigador Carlos Alonso, ‘creó organismos diocesanos que ayudaron a un mejor funcionamiento de la vida pastoral. De haber gobernado la diócesis en otras circunstancias hubiera celebrado un sínodo, que empezó a preparar antes de que sobreviniera la tempestad. Favoreció mucho la obra de la enseñanza de la catequesis, así como también la Acción Católica, una institución en pleno auge por aquellas décadas. Favoreció la propaganda misional, él que era un religioso de una Provincia misionera’. Su apostolado social se revistió de las características de la época, haciéndose popular por su liberalidad limosnera, imitando a su hermano de episcopado y de hábito santo Tomás de Villanueva.
El ritmo de vida del nuevo obispo siguió como antes de su elección. Se levantaba todo el año a las cinco. Celebraba la Misa con una concienzuda preparación antes y una fervorosa acción de gracias después. Personas allegadas han testificado que infundía respeto verle dar gracias después de haber celebrado. Oía luego otra misa, y aun la ayudaba si era necesario. Después las horas menores y un frugal desayuno. Meditación, estudio, visitas. A la una la comida, sin apenas vino. Nunca tomó café ni licores. Vestía siempre el sencillo hábito de agustino. Tres veces al día visitaba al Santísimo Sacramento con su familiar, sin contar las que lo hacía solo. Asistía a las funciones parroquiales, sobre todo eucarísticas, casi siempre de rodillas. Atendía a los sacerdotes que acudían a palacio sin hacerles esperar, y charlaba con ellos amigablemente. Los chiquillos por la calle le acosaban para besarle el anillo. Su sonrisa los atraía. Su bondad los desarmaba. Una espina clavada en el corazón del obispo Polanco era «El Arrabal», barrio muy maleado por las doctrinas marxistas y que sufría las estrecheces de los trabajadores de aquel entonces. Visitaba a las familias necesitadas y les resolvía problemas de difícil solución. Y la gente se admiraba de que, disponiendo de tan poco, llegara tan lejos en sus caridades.
Su posición ante las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue clara y decidida. Su amor a Dios urgió a pronunciarse ante su grey, para orientarla y animarla. El temporal no le hizo posponer la visita pastoral, que realizó con la meticulosidad que ponía en todo. Aprovechó la visita para confirmar y después confirió órdenes en la Catedral. Como remate quiso que sus sacerdotes hicieran ejercicios espirituales, pero se encontraba sin medios para sufragarlos. A sugerencia de uno de sus íntimos, escribió al doctor Irurita, obispo de Barcelona, en demanda de ayuda. Y le llegó un billete de mil pesetas (de aquel tiempo) que llenó de gozo el corazón del padre Polanco y le permitió organizar la tanda, en la que participó y edificó a todos por su recogimiento y piedad.
Y estalló la guerra. Después de los titubeos de los primeros días, la ciudad de Teruel quedó en el bando de los nacionales. Ya el 3 de agosto la aviación roja bombardeó la basílica del Pilar de Zaragoza y las bombas no estallaron. Se vio en el hecho la mano de la Providencia. Y en Teruel se cantó un Te Deum de acción de gracias y el himno a la Virgen del Pilar, presididos por el obispo Polanco. Ya desde el principio, Teruel quedaba rodeada por una línea de frente a pocos kilómetros de distancia. Por la parte de Corbalán, a sólo dos kilómetros. Poco a poco fue estrechándose el cerco. Cuando alguien mostraba al obispo el peligro que ello representaba y la conveniencia de abandonar la ciudad, el padre Polanco repetía imperturbable: «Yo soy el pastor, no puedo separarme de mi rebaño».
A primeros de octubre un avión rojo bombardeó la catedral, provocando el estrepitoso hundimiento de su nave izquierda. El obispo se presentó inmediatamente para prestar auxilio a los moribundos. Dañado también el palacio episcopal tuvo que trasladarse al seminario, compartiendo allí con soldados y refugiados la durísima vida de los asediados. Día a día se presentaban párrocos de la diócesis que escapaban aterrados de la persecución. Allí tuvo ocasión de demostrar su amor y abnegación sin límites. Al liberarse los pueblos de la parte de Albarracín, allá se fue sin importarle los riesgos. Y cuando alguien se los hizo notar, respondió: «Harto mayores peligros corren en las trincheras».
A finales de 1936 emprendieron los rojos una gran ofensiva por la parte de Corbalán, precedida de una intensísima preparación artillera y secundada por millares de combatientes de las Brigadas internacionales. A los del Frente Popular les interesaba mucho la plaza y tenían hombres y armas en abundancia. Se sucedieron las cruentas batallas y la ciudad se vio cercada y sufrió los horrores del asedio. Fue bombardeada ¡312 veces! El obispo se guarecía como todos en los refugios subterráneos y allí, en medio del polvo y los escombros, entre derrumbes y estruendo de minas, empezaba a rezar el rosario y la gente cobraba ánimos. Le llamaban el Pararrayos. A pesar de las advertencias de peligro, siguió atendiendo a sus fieles en templos y hospitales.
El 14 de marzo de 1937 publicó una Exhortación pastoral, preludio de la conocida Carta pastoral del episcopado español, fechada el 1 de julio de 1937, en la que se apoya el alzamiento nacional y se da razón de las causas que justificaban tal decisión.
Teruel resistió hasta el 7 de enero de 1938. Fue apresado y encarcelado en Valencia y Barcelona. La Orden Agustiniana movió todo los resortes para lograr su liberación. Aunque se ofertaron intentos de canje, nunca entró en el Negociado de evadidos y prisioneros su nombre como candidato a un cambio. Ante el avance las tropas nacionales se preparó el éxodo desde la cárcel barcelonesa hasta Pont de Molins, a 18 kilómetros de Francia. A las diez de la mañana del 7 de febrero de 1939 se entregaba los prisioneros al pelotón de la brigada Líster. ‘La inmolación se perpetró hacia las dos de la tarde en un paraje silvestre, a izquierda de la carretera, sin salida, que desde Pont de Molíns conduce al pueblo de Las Escaulas. El barranco se denomina Can Tretze. Con el obispo de Teruel unieron al coronel Rey d’Harcourt’. Diez días más tarde un pastor encontró la fosa y sus restos fueron trasladados a la catedral de Teruel el 5 de marzo.
Fue beatificado junto a su vicario general el presbítero Felipe Ripoll por san Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro el 1 de octubre de 1995 y su memoria litúrgica se celebra el 7 de febrero, fecha de su muerte.
[J. Álvarez Fernández en la web Institutum Historicum Augustinianum. Alphabetum Augustinianum y de un texto de José Vernet Mateu]
Algunos de los artículos ya publicados en el blog:
http://www.religionenlibertad.com/el-ultimo-obispo-martir13748.htm
http://www.religionenlibertad.com/tu-sitio-esta-donde-te-necesitan-25526.htm
http://www.religionenlibertad.com/martir-carta-colectiva-47634.htm