Algunos católicos son gatos asustados debajo de una piedra,
dispuestos a esconderse al primer signo de contradicción.
J.A. Cabanillas, converso
─¿Qué pasa, Antonio, que nadie se mueve?
─¿A qué te refieres, Mario?
─A la indolencia, al pasotismo, a la comodidad y/o cobardía de los católicos.
─¿Qué te ha pasado?
─Estaba el otro día en misa en una de las principales parroquias de Pamplona. En plena misa, entra un pedigüeño de los que habitualmente están en la puerta de la iglesia y, con todo el desparpajo del mundo, se pone a pedir, con gestos ostensibles, banco por banco. ¡En plena misa! Y nadie se movió. Nadie dijo nada.
Salí del banco, cogí del brazo al pedigüeño y lo saqué, no sin resistencia, a la calle. Nadie se movió. Nadie dijo nada.
La pregunta de mi amigo, Mario, tiene una triste respuesta: la inoperancia de los católicos. Existe hoy día un catolicismo vergonzante, encogido, poco valiente, trufado de relativismo, arrinconado por un laicismo rampante y viejo, empapado del relativismo dogmático que nos envuelve.
Algunos han logrado que en bastantes ambientes no se mencione a Dios ni para despedirse, ni se hable de las preguntas fundamentales en torno al hombre -de dónde vengo, adónde voy, el más allá, la muerte, el sentido de la vida-; muchos se han convencido de que el cristiano no debe imponer sus ideas -cosa bien cierta-, pero aceptan como obligatorias las ideas anticristianas porque es, dicen, lo moderno. Desean ser razonables, pero esconden a Dios o lo reducen a la estrecha concavidad de sus mentes. Han caído en la trampa de reducir la religión a la esfera de lo privado.
Han reducido su fe tan a lo privado, tan a lo privado, que la han privado de vida. Así también la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma (Sant. 2,17)
Hay católicos que son como un cuerpo morfinizado: lo pinchan y no reacciona. Hay católicos que están construyendo un catolicismo comodón e inoperante que ha dejado de ser sal, un catolicismo acomodaticio, de componendas, muy cercano a la queja apocalíptica : Porque no eres ni frío ni caliente, te vomito de mi boca (Ap. 3,1516)
Cristo no nos habla de componendas ni mediocridades: No creáis que he venido a traer la paz; no he venido a traer la paz, sino la guerra (Mt. 10,35); pero, desgraciadamente, hoy parece que estamos más cerca del lamento apocalíptico que de la llamada de atención de Jesucristo.
Lo cierto es que, salvo honrosas y magníficas excepciones ─que las hay─ en nuestro inoperante catolicismo, no se mueve nadie. O casi nadie.