¿Es la religión algo que pertenece al ámbito de lo privado?
Pues es algo que nos quieren hacer creer y que a veces nos tragamos, pero no hay nada más alejado de la realidad.
Es cierto que la religión tiene una dimensión privada y esa dimensión es muy importante, si mi religiosidad se limita a actos públicos y sociales poco cierta es esa religiosidad.
Pero lo que yo crea o deje de creer en la intimidad de mi cuarto a nadie molesta ni es algo en que nadie se pueda meter ni que se pueda limitar y en el fondo a nadie le importa ni es el contenido de la libertad religiosa.
La religión siempre tiene una dimensión pública, en realidad, tiene varias y son esas las que si molestan y las que se quiere limitar:
- Una dimensión comunitaria: reunirme y celebrar mi fe.
- Una dimensión apostólica: tengo derecho a proclamar mi fe en público, a predicarla e invitar a otros a unirse.
- Libertad de conciencia: Tengo derecho a negarme a determinadas actuaciones porque están en contra de mi fe y de mi conciencia.
Eso sí molesta. Vemos en la persecución de las primeras comunidades cristianas características comunes:
- A los apóstoles se les prohíbe que prediquen, no que crean. No les importaba nada que Pedro en su barca a solas consigo mismo rezara a su Jesús crucificado y supuestamente resucitado, lo que les molesta es que predicara, aunque claro, una cosa es consecuencia de la otra, si no rezo no predico, pero eso a ellos les daba más bien igual.
- A los cristianos se les prohíbe que se reúnan para celebrar, porque aquí sí que se dan cuenta de que la liturgia es fuente de la vida cristiana y que, si no se reúnen y celebran esa fe intimista de «yo, me, mí, conmigo» no va muy lejos
- A los cristianos se les martiriza por cuestiones que no atañen al ámbito de lo privado.
- Porque se les pide que adjuren «públicamente». Si la dimensión pública no tuviera importancia no sería causa de martirio. Si yo abjuro en público, pero el ámbito de mi intimidad sigo creyendo, eso no importa, lo que importa es que públicamente se ha
- Porque se niegan, por cuestiones de conciencia, a elevar sus ofrendas al emperador o a dioses paganos. Esto es sumamente importante, porque significa que para un cristiano es más importante la ley de Dios que la ley civil y que existe algo más grande y poderoso que Papá Estado, Dios, y esto es una insumisión absolutamente intolerable de todo punto.
La libertad religiosa tenemos que defenderla con la vida, porque si la vamos cediendo convencidos de que es algo que solo afecta a nuestra intimidad, la fe desaparecerá. Sin Eucaristía no hay Iglesia, sin predicación la fe no llegará ni a esta generación ni a las siguientes y, si el Estado pasa por encima de Dios, se convertirá en una religión pagana esclavizante y alienante.
¿Debe de ser el estado laico?
El primer error es que confundimos estado laico con estado aconfesional. Aconfesional significa que el Estado no profesa ninguna religión. Laico significa que la religión está fuera de la vida pública.
La aconfesionalidad del Estado no es algo que haya sucedido nunca en la historia de la humanidad hasta ahora. Todas las civilizaciones han tenido una religión oficial y esa religión es la que marcaba los valores de dicha civilización y articulaba la convivencia y la vida pública. Desde la civilización egipcia hasta nuestra civilización occidental que se asentó en el cristianismo y que ha configurado la base de nuestra cultura, esa que ahora quieren derribar a toda costa: la dignidad de cada ser humano. Cierto es que las modernas sociedades globalizadas hacen más difícil o casi imposible e incluso desaconsejable esta unidad y esta confesionalidad, pero sin embargo el Papa San Juan Pablo II nos lanzaba este reto: «Europa, Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»
Respetando siempre la separación de Iglesia y Estado, sin el cristianismo perdemos nuestra identidad y nuestros valores y a la vista están las consecuencias de la descristianización.
El Estado laico sin embargo, es algo malo per se, porque expulsa a la religión de la vida publica y vulnera todos los principios de la libertad religiosa, es una ataque contra las personas, puesto que cercena algo fundamental, su dimensión trascendente y su espiritualidad dejándolo reducido al ámbito de lo privado y en la práctica, eliminándolo. ¿No nos estarán colando la laicidad con el nombre de aconfesionalidad?
De facto, no existe Estado sin religión, y cuando no hay religión hay ideología. Los nuevos mandamientos de la «religión de estado» que estamos sufriendo se nos imponen: cómo tengo que pensar, qué es bueno y qué es malo, qué es cierto y qué es falso, qué debo hacer y qué no debo hacer, persiguiendo con saña y condenando a una muerte civil al disidente.
Si perdemos la libertad religiosa lo perdemos todo: la libertad y todos los derechos, hasta el derecho a la vida. Demos gracias a Nuestro Señor Jesucristo que nos ha librado de la esclavitud de los dioses paganos, incluyendo al nuevo «dios estado».