Anteayer fue 5 de septiembre, para casi todo el mundo un día como otro cualquiera. Para algunos pudo ser un cumpleaños, un aniversario de boda, el día que pidió salir a su novia o el primer día de trabajo, una fecha señalada.
Para muchos, yo entre ellos, fue el primer aniversario de la muerte de Rafa, de su marcha al Cielo.
1 año sin nuestro amigo Rafa Lozano que ha pasado a veces muy despacio y a veces muy deprisa.
Yo tuve la suerte de conocerle pero por desgracia no le conocía a fondo, soy una amiga “de las últimas en llegar”; nos veíamos en el colegio de los niños, en la puerta de la iglesia o en alguna actividad tipo Marcha por la Vida o Retiro Guadalupano para Familias que tanto le gustaba organizar y divulgar.
Pero me parecía conocerle de toda la vida porque mi hermano pequeño sí que era amigo-amigo de Rafa y me había hablado mucho de él y muy bueno.
Por eso cuando le conocí en persona me sentí muy a gusto con él, como si ya nos conociéramos.
Ayer tuve la suerte de poder asistir a su funeral, a su misa de aniversario –hubo otros que por el pito o la flauta no pudieron estar-, y me sorprendieron varias cosas.
La primera fue que no parecía un funeral, una misa por el eterno descanso del alma de un difunto. (No sé si sería porque tengo la seguridad absoluta de que Rafa está en el Cielo desde el minuto 1 de su muerte), más me pareció una fiesta, sobrenatural pero fiesta. Había tres sacerdotes concelebrando con casulla morada pero eso era todo lo que indicaba que era misa de difuntos. El ambiente no era triste sino gozoso.
La segunda fue que había un coro maravilloso formado por los hijos de Rafa y varios amigos suyos con guitarras, piano y hasta violín.
Cuando rompían a cantar y llenaban el templo con sus voces se te llenaba también el alma de una alegría que no se puede describir con palabras de este mundo porque procedía de Dios. Hasta sin saberme las canciones canté a pleno pulmón ¡porque quería participar de aquello!
La tercera fue que en la homilía el sacerdote no habló de Rafa, ni de cómo era ni de cómo no era. Habló de cómo había vivido “pasándolo bien haciendo el bien”.
Nos animó a que, como él, ante cualquier desasosiego podamos decir, como en el evangelio que se leyó en la misa, “¡CÁLLATE! Y sal de él” (Mc 1, 25); a que nos atrevamos a soñar porque para ser luz hay que atreverse a soñar, a querer cambiar las cosas. Y Rafa cambió muchas cosas o al menos fue el primero en hacerlas.
Nos animó también a que pidamos al Espíritu Santo el don de su alegría para que seamos capaces, aun en la situación más adversa, de reírnos porque Dios envía las pruebas para nuestro propio crecimiento y permanece a nuestro lado mientras duran.
Y dijo también, con mucho sentido común y sobrenatural, que todo esto sólo se sostiene a la luz de nuestra relación con Dios y con la Virgen.
Y es verdad porque vamos a ver, a quien le digas que vienes de un funeral que parecía una fiesta te mirará raro y pensará: “¿y ésta qué se ha fumao?”. Pero pregunta a quien quieras de los que estuvimos y verás lo que te dicen.
Algunos lloramos, y mucho. Sobre todo alguno de sus hijos, que verlos y oírlos te rompía el alma.
Lloramos porque queremos mucho a Rafa, le echamos de menos y nos duele su ausencia. Yo siento que casi no tengo derecho a decirme amiga suya por lo poco que le traté pero así lo siento y así lo digo. Lloré sin vergüenza porque si Cristo lloró cuando murió su amigo a la vista de todos, ¡yo también podía llorar!
Pero allí en medio de la asamblea de los cristianos celebrando la Eucaristía se tocaba con las manos la presencia real de Cristo y también la presencia real de Rafa, con su fe encarnada en su vida y por tanto en su sonrisa.
Pensaba durante la misa que le conocía poco pero que en esas ocasiones en que nos tratamos me hizo sentir que le importaba todo lo mío, que me quería. Me pregunté allí ¿qué era Rafa para mí? Y me respondí: luz, calor, amor, alegría, un reflejo de Dios.
Porque Rafa hacía lo que el sacerdote nos recomendó al terminar su homilía: “que podamos testimoniar a través de nuestra propia vida, de nuestra experiencia de fe. Que nuestra alegría sea nuestra carta de presentación.”
Por eso mientras me limpiaba las lágrimas (y la nariz) sonreía y gritaba por dentro: ¡yo quiero ser como Rafa!
Porque Rafa, en mi humilde opinión de cristiana normal y corriente, está en el Cielo, o sea que es santo. Y eso es lo que yo quiero ser: santa.
Y lo que Rafa está haciendo ahora es lo que yo quiero hacer cuando me muera. Lo que dice esta canción que se cantó en su funeral:
Ven y descánsate
ven y descánsate en Dios, en Dios
Y deja que Dios sea Dios
deja que Dios sea Dios
Tú sólo adórale (2)