“Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: ‘Despide a la gente: que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado’. Él les contestó: ‘Dadles vosotros de comer’” (Lc 9, 12-13a).
Hay teólogos que opinan que el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces nunca ocurrió, que fue sólo fruto de la conversión de los discípulos que, al poner lo que tenían en común, permitieron que hubiera bastante para todos. Esta teoría no es cierta. Aquel milagro sucedió realmente, por más que en las enseñanzas de este pasaje evangélico haya, efectivamente, una apelación a la solidaridad. De forma permanente debería sonar en nuestros oídos la frase de Cristo: “Dadles vosotros de comer”. Es una orden que el Señor nos dirige a nosotros con el fin de estimular nuestra generosidad y de que compartamos lo que tenemos con quien no lo tiene y lo necesita. Pero en aquel pasaje, el Señor también rezó a fin de que sucediera el milagro.
Del mismo modo se nos invita a nosotros a rezar para que ocurra la multiplicación de los bienes necesarios en caso de que no baste con lo que hemos recogido mediante la solidaridad, y para que se conviertan los corazones de los que tienen bienes sobrantes a fin de que se decidan a compartirlos con los necesitados. Y es que, normalmente, el que reza se siente movido a compartir y el que, por amor a Dios comparte, se siente llamado a rezar para darle gracias a Dios por haber sido capaz de repartir lo que tenía con los que lo necesitaban. Por eso, en esta fiesta del Corpus, tenemos que tener presente las dos cosas: la llamada a la solidaridad con el prójimo mediante las obras de caridad y la llamada a la solidaridad con Cristo, el permanente solitario en el sagrario, que es un pobre necesitado de nuestro amor.