“Dijo Jesús a los fariseos: Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas”. (Jn 10, 11-13)

 

Muchos pretenden ocupar el lugar de Dios en el corazón del hombre. Quieren tener el primer puesto y desean que el ser humano les “adore”, inclinándose ante ellos. Esto no es nuevo, pero quizá en nuestra época ha tenido manifestaciones especialmente evidentes. Ahí están los casos terribles de idolatría llevada a cabo por algunas ideologías nacionalistas, como la nazi por ejemplo, que pretendía convertir la patria y la raza en el nuevo dios al que adorar.

Lo grave es que muchos de los que han intentado suplantar a Dios en el corazón del hombre aún no han sido desenmascarados y todavía embaucan a miles de ingenuos. Lo que a nosotros nos toca hacer es evitar ser seducidos por esos “falsos dioses” y ayudar a otros a que también lo eviten. Los ídolos de nuestra época: el dinero, el poder, el éxito a toda costa, la comodidad, siguen siendo atractivos para muchos, posiblemente también para nosotros.

Aprendamos esta semana a identificar las voces seductoras de nuestras tentaciones, de nuestros ídolos, para distinguirlas de las de Cristo –que habla a través del Papa-, que es el único que no nos engaña, el único que se preocupa de verdad por nuestro bien. Aprendamos, muy especialmente, a no dejarnos seducir por los políticos cuando, apoyados por los medios de comunicación, presentan doctrinas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia y las presentan como si fueran beneficiosas para el hombre, presentando a la Iglesia no sólo como anticuada sino como nociva para la humanidad.