¡Qué pregón tan glorioso para ti, Virgen María!, porque de ti ha nacido el Sol de justicia, Cristo nuestro Dios.
De manera excepcional esta antífona no es un texto bíblico literal; sin embargo, es una composición a base de elementos de la Escritura (cf. Sal 87, 3; Mal 3,20; Lc 1,78; Gal 4,4). Esto es algo ejemplar. El canto en la liturgia es oración de la asamblea, no es  que unos pocos canten a los más para amenizar algo, para que se haga menos aburrido o más bonito.  Hay, en algunas celebraciones, una ejecución musical preciosa, que puede ser música religiosa, pero que, por plausible que sea el juicio estético, sin embargo, litúrgicamente resulta inapropiada. No es lo mismo la música religiosa que la litúrgica; ésta, para que lo sea, tiene que ser ejecutada litúrgicamente.

En el canto litúrgico, tienen prioridad, tanto en la procesión de entrada como durante la comunión, las antífonas correspondientes. Lo ideal es el repertorio gregoriano, pero, en su lugar, debería de cantarse el texto de la antífona en castellano, con las estrofas sálmicas correspondientes, debidamente musicalizado. Solamente en último lugar otro texto apropiado. Esta antífona marca una dirección. Si la letra no es  la antífona, sería deseable que el texto fuera de clara inspiración bíblica. Las mejores palabras para dirigirnos a Dios son las que Él mismo nos ha dado.

Pero vayamos, después de este largo paréntesis, a la antífona de hoy propiamente dicha.

Ante la presencia del Cuerpo de Cristo dándose en alimento, la antífona se dirige con alegría a la Virgen. Los fieles van a comulgar a su Dios, al Sol de justicia que trae la salvación. Ese Cristo no es un mito, un arquetipo, una leyenda, una apariencia. Su humanidad es verdadera, su vida es histórica. Su cuerpo y su sangre son verdaderamente humanos.

El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre. Su engendramiento en el seno de María y su nacimiento de ella son el ancla que garantiza que no estamos ante el paso tangencial de Dios por la tierra. Por obra del Espíritu Santo, de María ha recibido su cuerpo humano. Gracias a su fiat, hay un cuerpo que se puede hacer verdadera, real y sustancialmente presente en el pan. Por ello, todo canto de agradecimiento y de alabanza por la Eucaristía, es un canto mariano. Todo cuanto se diga de la Eucaristía es, implícita o explícitamente, un pregón glorioso sobre la Virgen María, es decir cosas maravillosas sobre ella.

Gracias, Madre, por el Cuerpo de Cristo.