El pasaje del Evangelio de este domingo tiene como escenario de acción el Líbano, tierra bíblica santificada por el paso del Redentor en su vida terrena. Según la narración del evangelista Mateo, Jesús «se dirigió hacia los lugares de Tiro y Sidón», y en estas regiones curó a distancia a la hija de una mujer cananea (cfr. Mt 15,21 y siguientes).
Cristo y la mujer cananea (1617) de Pieter Lastman
La protagonista del pasaje evangélico es una pobre mujer de esa tierra, objeto de la infinita misericordia del Señor, y el corazón se abre a la esperanza. Lo que más impresiona del comportamiento de esta mujer es la fe. Una fe orante y laboriosa. Dice San Mateo: «Entonces una mujer cananea se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Una fe perseverante. En efecto, no obstante el rechazo razonado del Señor, «ella se postró ante El diciendo: "Señor, socórreme"». Una fe ingeniosa. Habiéndole hecho notar Jesús: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos» (es decir, a quienes no pertenecen al pueblo elegido), ella respondió enseguida: «Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Y de este modo tenemos una fe victoriosa. «Jesús contestó: Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija».
Si en la mujer cananea encontramos una «fides firma» acompañada de una «spes invicta», hallamos en el Señor la «caritas effusa» y vemos hasta qué punto el Redentor es «dives in misericordia» [...]. La Liturgia bizantina contiene un término al efecto que no puede menos de impresionar, pues llama a Jesús «filántropo», es decir, «lleno de amor al hombre». ¡Ojalá los hombres supieran comprender esta «filantropía» de Cristo y se dirigieran a Él con plena confianza, abriendo el corazón a la escucha de su palabra! La historia del mundo andaría por caminos mejores de los que está recorriendo y volvería a florecer la esperanza en muchos corazones[1].
Insiste José Luis Martín Descalzo[2]: “pienso que no es preciso acudir a la interpretación «piadosa» de que Jesús quiere probar la fe de esta mujer. Parece más verdadero ver en la frase un pronto popular de compatriotas. Pero resulta que la mujer es más honda de lo que podría esperarse. Y, en lugar de enfadarse por el insulto, reacciona con inteligencia devolviéndole la pelota a Jesús: Es cierto, Señor, pero también los cachorrillos comen de las migajas de la mesa de sus amos. Y ahora ve Jesús la tremenda fe de esa mujer. Y no rehúye el decirlo abiertamente, antes de ceder: ¡Oh mujer, grande es tu fe, hágase contigo como quieres (Mt 15, 28).
El Papa Francisco afirma[3], por su parte, “la petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión”.
Finalmente, celebramos hoy la fiesta de San Bernardo de Claraval, llamado el "último de los Padres" de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los Padres. De todo su magisterio quiero destacar su mariología: ¿quién no conoce en el mundo cristiano la incomparable y dulce oración Acordaos, a él atribuida? Fue uno de los primeros en llamar “Nuestra Señora” a la Madre de Dios.
Cuenta la tradición que, escuchando cierto día a sus hermanos cantar la Salve Regina, desde su corazón impregnado de admiración irrumpió la triple exclamación -invención suya- que hoy corona esta plegaria: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María! Fue también uno de los primeros apóstoles de la mediación universal de María Santísima, dejando esta doctrina claramente consignada en numerosos sermones.
Concluyo con este hermoso texto[4] de una de sus homilías: “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres -dice- piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta...” (Homilía II in super "Missus est", 17: PL 183, 70-71).
PINCELADA MARTIRIAL
Escribe don Ramón Fita Revert, Delegado Episcopal para las Causas de los Santos de la Archidiócesis de Valencia, que “sabemos que en el período 19361939, en la Archidiócesis fueron asesinados por motivos religiosos 372 varones y unas 100 mujeres (en total 472 seglares), miembros de la Acción Católica y de otros movimientos de apostolado laical.
Recordamos a la beata María Climent Mateu que sufrió el martirio en la madrugada del 20 de agosto de 1936 en el cementerio de Xátiva.
Nació en Xátiva el 13 de marzo de 1887 en el seno de una piadosa familia. Su padre se llamaba Josep Climent y su madre Julia Mateu. Maduró en ella un alma creyente conforme fue creciendo y desde joven se perfiló en ella una espiritualidad robusta. Decidió ser una apóstol seglar, viviendo con intensidad su condición de miembro de la Acción Católica y haciendo cuanto bien podía a su alrededor. Terciaria franciscana, María de los Sagrarios, miembro del Apostolado de la Oración y de la Adoración Nocturna, su vivencia de la Eucaristía era el centro de su vida espiritual, amando también singularmente la Liturgia y el decoro de la casa de Dios. Era intensamente devota de la Virgen María, fomentando la obra del Rosario Perpetuo. Y su vida interior se volcaba en obras sociales, como el Apostolado Social de la Mujer, el Sindicato Católico Femenino, dirigiendo la Caja Dotal y la Mutualidad de Enfermas del mismo. Ella era de economía modesta pero tenía habilidad para sacar fondos a las personas pudientes a fin de sostener las obras sociales que llevaba adelante.
Llegada la revolución de julio de 1936 se la avisó de que corría peligro y sería mejor que se fuera a donde pasara inadvertida, pero ella prefirió quedarse en Xátiva y acogerse a la voluntad de Dios. El 20 de agosto a las tres de la madrugada fueron a detenerla, su madre se negó a dejarla ir sola, diciendo: “Juntas hemos estado siempre, yo te he enseñado a amar a Dios y por eso te quieren matar. No te dejaré sola en estos momentos”, las sacaron a las dos de su casa y las llevaron hacia el cementerio con la intención de fusilarlas de inmediato.
Sin embargo, el camino fue un auténtico suplicio, porque se dedicaron a torturarlas a su gusto, golpeándolas con extrema crueldad. A María, con toda saña, le rompieron un brazo, le daban bofetadas constantemente intentando que gritara: “¡Viva el comunismo!”, pero ella, sin venirse abajo, les respondía: “Moriré gritando, ¡Viva Cristo Rey!”. Enrabietados por la entereza de las dos mujeres, no llegaron al cementerio, las abatieron poco antes de llegar a él.
Sus restos se veneran en la parroquia de Santa Tecla de Xátiva. Allí había recibido el bautismo, tomó su primera comunión y la confirmación. Fue beatificada el 11 de marzo de 2001 por San Juan Pablo II.
Cristo y la mujer cananea (1617) de Pieter Lastman
La protagonista del pasaje evangélico es una pobre mujer de esa tierra, objeto de la infinita misericordia del Señor, y el corazón se abre a la esperanza. Lo que más impresiona del comportamiento de esta mujer es la fe. Una fe orante y laboriosa. Dice San Mateo: «Entonces una mujer cananea se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo». Una fe perseverante. En efecto, no obstante el rechazo razonado del Señor, «ella se postró ante El diciendo: "Señor, socórreme"». Una fe ingeniosa. Habiéndole hecho notar Jesús: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos» (es decir, a quienes no pertenecen al pueblo elegido), ella respondió enseguida: «Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos». Y de este modo tenemos una fe victoriosa. «Jesús contestó: Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija».
Si en la mujer cananea encontramos una «fides firma» acompañada de una «spes invicta», hallamos en el Señor la «caritas effusa» y vemos hasta qué punto el Redentor es «dives in misericordia» [...]. La Liturgia bizantina contiene un término al efecto que no puede menos de impresionar, pues llama a Jesús «filántropo», es decir, «lleno de amor al hombre». ¡Ojalá los hombres supieran comprender esta «filantropía» de Cristo y se dirigieran a Él con plena confianza, abriendo el corazón a la escucha de su palabra! La historia del mundo andaría por caminos mejores de los que está recorriendo y volvería a florecer la esperanza en muchos corazones[1].
Insiste José Luis Martín Descalzo[2]: “pienso que no es preciso acudir a la interpretación «piadosa» de que Jesús quiere probar la fe de esta mujer. Parece más verdadero ver en la frase un pronto popular de compatriotas. Pero resulta que la mujer es más honda de lo que podría esperarse. Y, en lugar de enfadarse por el insulto, reacciona con inteligencia devolviéndole la pelota a Jesús: Es cierto, Señor, pero también los cachorrillos comen de las migajas de la mesa de sus amos. Y ahora ve Jesús la tremenda fe de esa mujer. Y no rehúye el decirlo abiertamente, antes de ceder: ¡Oh mujer, grande es tu fe, hágase contigo como quieres (Mt 15, 28).
El Papa Francisco afirma[3], por su parte, “la petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión”.
Finalmente, celebramos hoy la fiesta de San Bernardo de Claraval, llamado el "último de los Padres" de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los Padres. De todo su magisterio quiero destacar su mariología: ¿quién no conoce en el mundo cristiano la incomparable y dulce oración Acordaos, a él atribuida? Fue uno de los primeros en llamar “Nuestra Señora” a la Madre de Dios.
Cuenta la tradición que, escuchando cierto día a sus hermanos cantar la Salve Regina, desde su corazón impregnado de admiración irrumpió la triple exclamación -invención suya- que hoy corona esta plegaria: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María! Fue también uno de los primeros apóstoles de la mediación universal de María Santísima, dejando esta doctrina claramente consignada en numerosos sermones.
Concluyo con este hermoso texto[4] de una de sus homilías: “En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres -dice- piensa en María, invoca a María. Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si la sigues, no puedes desviarte; si la invocas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte. Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta...” (Homilía II in super "Missus est", 17: PL 183, 70-71).
PINCELADA MARTIRIAL
Escribe don Ramón Fita Revert, Delegado Episcopal para las Causas de los Santos de la Archidiócesis de Valencia, que “sabemos que en el período 19361939, en la Archidiócesis fueron asesinados por motivos religiosos 372 varones y unas 100 mujeres (en total 472 seglares), miembros de la Acción Católica y de otros movimientos de apostolado laical.
Recordamos a la beata María Climent Mateu que sufrió el martirio en la madrugada del 20 de agosto de 1936 en el cementerio de Xátiva.
Nació en Xátiva el 13 de marzo de 1887 en el seno de una piadosa familia. Su padre se llamaba Josep Climent y su madre Julia Mateu. Maduró en ella un alma creyente conforme fue creciendo y desde joven se perfiló en ella una espiritualidad robusta. Decidió ser una apóstol seglar, viviendo con intensidad su condición de miembro de la Acción Católica y haciendo cuanto bien podía a su alrededor. Terciaria franciscana, María de los Sagrarios, miembro del Apostolado de la Oración y de la Adoración Nocturna, su vivencia de la Eucaristía era el centro de su vida espiritual, amando también singularmente la Liturgia y el decoro de la casa de Dios. Era intensamente devota de la Virgen María, fomentando la obra del Rosario Perpetuo. Y su vida interior se volcaba en obras sociales, como el Apostolado Social de la Mujer, el Sindicato Católico Femenino, dirigiendo la Caja Dotal y la Mutualidad de Enfermas del mismo. Ella era de economía modesta pero tenía habilidad para sacar fondos a las personas pudientes a fin de sostener las obras sociales que llevaba adelante.
Llegada la revolución de julio de 1936 se la avisó de que corría peligro y sería mejor que se fuera a donde pasara inadvertida, pero ella prefirió quedarse en Xátiva y acogerse a la voluntad de Dios. El 20 de agosto a las tres de la madrugada fueron a detenerla, su madre se negó a dejarla ir sola, diciendo: “Juntas hemos estado siempre, yo te he enseñado a amar a Dios y por eso te quieren matar. No te dejaré sola en estos momentos”, las sacaron a las dos de su casa y las llevaron hacia el cementerio con la intención de fusilarlas de inmediato.
Sin embargo, el camino fue un auténtico suplicio, porque se dedicaron a torturarlas a su gusto, golpeándolas con extrema crueldad. A María, con toda saña, le rompieron un brazo, le daban bofetadas constantemente intentando que gritara: “¡Viva el comunismo!”, pero ella, sin venirse abajo, les respondía: “Moriré gritando, ¡Viva Cristo Rey!”. Enrabietados por la entereza de las dos mujeres, no llegaron al cementerio, las abatieron poco antes de llegar a él.
Sus restos se veneran en la parroquia de Santa Tecla de Xátiva. Allí había recibido el bautismo, tomó su primera comunión y la confirmación. Fue beatificada el 11 de marzo de 2001 por San Juan Pablo II.
[1] San JUAN PABLO II, Homilía en la celebración del Jubileo de las Iglesias Orientales. Basílica Vaticana
Domingo 5 de febrero de 1984.
Domingo 5 de febrero de 1984.
[2] José Luis MARTÍN DESCALZO, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret II, pág. 233 (Salamanca 1998).
[3] Papa FRANCISCO, Homilía en la Santa Misa de Clausura de la VI Jornada de la Juventud Asiática, 17 de agosto de 2017, en Haemi Castle (República de Corea).
[4] BENEDICTO XVI, Audiencia General, 21 de octubre de 2009.