Una constante que podemos notar a lo largo y ancho de la historia es que las ideologías siempre buscan ser reconocidas legalmente y, con ello, entrar en el sistema jurídico para normalizar sus contrasentidos. Lo vimos, por ejemplo, durante el periodo del nazismo en el contexto del siglo XX. Empezaron con un discurso sofista y terminaron generando un andamiaje legal esencialmente injusto, cruel, pero que contó con el aplauso de las masas. Es decir, que el primer asalto gira entorno al Derecho porque, al trastornarlo, las atrocidades dejan de ser punibles (al menos, de momento) y, bajo una falsa idea de justicia o inclusión, se termina por afectar a las instituciones sociales fundamentales como la familia. Irónicamente, el respeto por la diversidad que, en sí mismo es algo bueno y totalmente necesario, se vuelve en su contra.
Cada vez que el derecho positivo (normas creadas por el ser humano) pierde de vista los límites que sabiamente le impone el derecho natural (normas establecidas por la naturaleza y, por ende, fuera del alcance de la voluntad humana) termina por pasarle factura a la sociedad pues le hace creer que puede cambiar cuestiones de biología básica como, por ejemplo, la diferencia de cromosomas entre el hombre y la mujer. No hay iniciativa de ley o promulgación de esta que pueda ordenar el fin de las leyes como la de gravedad. ¿A qué viene todo esto? A que los(as) abogados(as) de hoy, tenemos la obligación de pronunciarnos abiertamente para que no se instrumentalice al Derecho por presiones de algún tipo de lobby. Hay que dialogar siempre, pero sin perder por ello la identidad, el sentido común, los fundamentos científicos y la coherencia con la ética. Cuando falta uno de los elementos anteriores se cae en el terreno de la ideología y tarde o temprano la sociedad termina pagando los platos rotos. No se puede hablar, bajo ninguna circunstancia, del aborto como derecho, pues no hay ser humano más débil, más necesitado de protección, que aquel que se encuentra formándose dentro del vientre y que tiene todo el derecho (como lo tuvimos nosotros) de nacer.
Hoy por hoy, la ciencia jurídica necesita ser capaz, mediante espacios académicos, de investigación y de mayor compromiso social con los sectores vulnerables, de defenderse frente a la instrumentalización de la que continúa siendo objeto en muchas legislaciones y que amenaza con diluir la objetividad de llamar justicia a la justicia e injusticia a la injusticia. No estamos frente a un tema utópico sino ante el riesgo cada vez mayor de una sociedad en la que se repitan los errores del pasado. Cuando la ideología, en lugar de la razón, toma el control de las leyes, la libertad pierde su fuerza y alcance. No podemos, por lo tanto, renunciar a nuestra vocación de disentir con argumentos y propuestas desde una verdadera sociología jurídica.