Un analista de Tele 5 enmarca el atentado de Barcelona en el contexto de la lucha de clases. En su opinión, la marginación social es el caldo de cultivo del terrorismo islámico. Es decir, la culpa no es de Ali Babá, el Daesch, sino de los 40 ladrones, los países occidentales, cuya discriminación a los parias de la tierra desemboca en el esprín asesino de una furgoneta por Las Ramblas. Huelga decir que si esto fuera así el fundamentalismo se abastecería en España de residentes de la Cañada Real, pero, que se sepa, entre los terroristas no se encuentra la flor de la raza calé, sino el moro de la morería. En otras palabras, el musulmán no mata porque es pobre, sino porque es musulmán.
Occidente ha actualizado la fábula de la la rana y el escorpión, esa en la que el alacrán pide al batracio que le ayude a cruzar el río. La rana se niega so pretexto de que le clavará el aguijón, pero el escorpión argumenta que si lo hace él se ahogará. La rana, entonces, acepta, pero a mitad del camino el escorpión le pica. Cuando la rana le pregunta la razón por la que lo ha hecho su pasajero le responde que él es así. Y mueren los dos, claro.
El cuento acaba de esta manera para que el lector saque la conclusión de que no es razonable ser la montura de un escorpión, pero Occidente es una rana estúpida que considera que se merece el picotazo porque entiende que algo habrá hecho mal para que le vaya tan bien. De ahí que la reflexión del analista de Tele 5 sea la de millones de idiotas dispuestos a aceptar que el injusto reparto de la riqueza está detrás de la matanza de turistas, que es como aceptar que la intención de ser el quarterback de los Yanquis está detrás del empujón de Cristiano al colegiado del clásico.
El atentado amenaza con acabar con la hegemonía española en el sector turístico, que, a poco que prosigan los derrapes islamistas, quedará tocado, como los de Turquía y Egipto. Por lo pronto, han conseguido que el paseo por Las Ramblas sea catalogado como deporte de riesgo. Pero meter miedo no es su obtetivo. En realidad, la matanza se deriva de la intransigencia de una civilización, la musulmana, incapaz de comprender que una mujer que enseñe los hombros es más feliz, y por supuesto más libre, que otra que enseñe sólo las cejas. Para la civilización musulmana, la fragancia de la libertad huele a Occidente, razón por la que la combate con atropellos tan constantes que es preferible que a partir de ahora el terrorista entre en una armería en vez de en un concesionario.