La cruz, el mismo san Pablo lo dice, "es fuerza de Dios y sabiduría de Dios", algo así como lo que se ha dicho de que es un símbolo de amor, de entrega y de paz, pero sin el acento moñas que se le ha puesto ahora. Sin embargo, el mismo apóstol añade que "es escándalo (...) y locura" para quienes, o no conocen a Cristo, o lo atacan abiertamente.
Si decimos que Cristo crucificado puede dejar indiferente a quien lo mira es que, o no hablamos verdaderamente de Cristo crucificado, o no le decimos a esa persona Quién es Cristo crucificado, o no somos conscientes de en qué mundo estamos predicando. O, y esto es lo más probable y triste, los propios católicos –incluidos algunos obispos– hemos dejado de mirar a la Cruz como un llamamiento permanente a la conversión.
Aunque sea Bertone quien lo haya dicho, es tirar piedras contra nuestro tejado defendernos con tal argumento ante quienes dicen que la Cruz viola su libertad de (in)creencia. Digamos en tal caso que ver una cruz no impone una creencia, pero no que es un mero símbolo cultural o un signo de concordia. Porque Cristo es, ha sido y será bandera discutida, piedra de escándalo y señal que obligue a muchos a posicionarse.
Por supuesto que la Cruz ofende a muchos. Basta echar una ojeada a la Historia de la Iglesia para comprobarlo: ofende a los intransigentes, a los radicales, a los inmovilistas, a quienes se enrocan en la soberbia, a los que no aspiran a ser mejores, a los masones, a los marxistas, a los egoístas, a los que se saben culpables de pecar y no están dispuestos a cambiar, a los mentirosos, a los manipuladores, a quienes han tenido malas experiencias con la Iglesia y no están dispuestos a perdonar, a los que quieren dejar su vida en la penumbra, a quienes quieren justificar sus propios delitos, a los manipuladores de conciencia, a quienes tienen prejuicios, a los que aspiran al poder absoluto, a los ideologizados, a los que desprecian la libertad, a todos aquellos que descubren sus propias vergüenzas ante el ejemplo coherente de un Dios amor que sacrifica su vida por ellos. Y a mí mismo, por cierto, me pega una punzada mirar a la cruz cuando he pecado y prefiero revolcarme en el fango hediondo de mis miserias…
Y luego, si se quiere, discutimos sobre si pintan algo o no pintan nada los crucifijos en las escuelas, sobre si se pretenden quitar por ideología o por demanda de los padres, sobre si hay una hoja de ruta para cambiar la conciencia de España… Bueno, esto último es tan evidente que no admite discusión. Pero, por favor, no seamos tan ingenuos de pensar que la Cruz no ofende a nadie, ni tan melifluos como para hablar de signos de paz y consenso, como si Cristo en la Cruz fuese un spot publicitario de Amnistía Internacional…