En sus Memorias Lucía recuerda:
«Cuando, pasado algún tiempo, estuvimos presos, a Jacinta lo que más le costaba era el abandono de los padres… y decía, corriéndole las lágrimas por las mejillas:
- Ni tus padres ni los míos vienen a vernos… ¡no les importamos nada!
- No llores -le dice Francisco -… ofrezcámoslo a Jesús por los pecadores.
Y levantando los ojos y las manos al Cielo hizo él el ofrecimiento.
-¡Oh mi Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores!
Jacinta añadió:
-Y también por el Santo Padre y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María.
En cuanto a Francisco, el más contemplativo de los tres, lo que más le dolió fue haber faltado a la cita con Nuestra Señora:
¿No se nos aparecerá nunca más Nuestra Señora?”
Al día siguiente, manifestaba una gran pena y decía casi llorando:
-Nuestra Señora puede haberse quedado triste porque no hemos ido a Cova de Iria, y no volverá más a aparecérsenos. Y ¡me gustaba tanto verla!
Cuando Jacinta lloraba en la prisión con la añoranza de su madre y de la familia, él procuraba animarla, diciéndole:
-A madre, si no la volvemos a ver, paciencia. Lo ofreceremos por la conversión de los pecadores. Lo peor es que Nuestra Señora no vuelva más. Esto es lo que más me cuesta, pero también esto lo ofrezco por los pecadores.
Después, me preguntaba:
-¡Oye!: ¿Nuestra Señora no volverá más a aparecérsenos?
-No lo sé. Pienso que sí.
Tengo tanta nostalgia de Ella…».
Luego fueron interrogados una vez más, por separado.
Fueron 9 interrogatorios…
Cuando después de habernos separado, volvieron a juntarnos en una sala de la cárcel, diciendo que dentro de poco nos iban a buscar para freírnos, Jacinta se acercó a una ventana que daba a la feria de ganado. Pensé al principio que estaría distrayéndose… pero enseguida vi que lloraba. Fui a buscarla y le pregunté por qué lloraba… respondió:
-Porque vamos a morir sin volver a ver a nuestros padres, ni a nuestras madres.
Y, con lágrimas, decía:
-Al menos yo quería ver a mi madre.
-Entonces, ¿tú no quieres ofrecer este sacrificio por la conversión de los pecadores?
-Quiero, quiero.
Y con las lágrimas bañándole la cara… las manos y los ojos levantados al Cielo, hizo el ofrecimiento:
-¡Oh mi Jesús! Es por tu amor, por la conversión de los pecadores, por el Santo Padre y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María.
Los presos que presenciaban esta escena querían consolarnos.
-Pero -decían- todo lo que tenéis que hacer es decir al señor Administrador ese secreto. ¿Qué os importa que esa Señora no quiera?
-Eso, nunca -respondió Jacinta con viveza-. Antes prefiero morir.
Determinamos entonces rezar nuestro Rosario. Jacinta sacó una medalla que llevaba al cuello, y pidió a un preso que la colgara de un clavo que había en la pared, y de rodillas, delante de la medalla, comenzamos a rezar.
Los presos rezaban con nosotros, si es que sabían rezar… al menos, se pusieron de rodillas. (Francisco) vio que uno de los presos estaba puesto de rodillas con la boina en la cabeza. Se fue junto a él y le dijo:
-Señor, si quiere rezar, haga el favor de quitarse la boina.
Y el pobre hombre sin más se la entrega, y él la pone encima de su caperuza sobre un banco.
Después de esta escena conmovedora, Jacinta, quien ya no lloraba durante los interrogatorios, -como señala Lucía- comenzó a sollozar cuando recordó a su madre.
Terminado el Rosario, Jacinta volvió a la ventana a llorar.
-Jacinta, ¿entonces, tú no quieres ofrecer este sacrificio al Señor? -le pregunté.
-Quiero, pero me acuerdo mucho de mi madre y lloro sin querer.
Como la Santísima Virgen nos había dicho también que ofreciésemos nuestras oraciones y sacrificios en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María, quisimos combinarnos escogiendo cada uno una intención. Uno lo ofreció por los pecadores, otro por el Santo Padre, y otro en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María. Puestos de acuerdo, pregunté a Jacinta cuál era la intención por la que lo ofrecía ella:
-Yo lo ofrezco por todas, porque todas me agradan mucho.
Entre los presos, había uno que sabía tocar la armónica… y, para distraernos un poco, comenzaron a tocar y cantar. Nos preguntaron si sabíamos bailar… dijimos que sabíamos el “fandango” y la “vira”.
Jacinta, fue entonces la compañera de un pobre ladrón, que, viéndola tan pequeña, terminó bailando con ella en los brazos. ¡Ojalá Nuestra Señora haya tenido compasión de su alma y lo haya convertido!
Repentinamente apareció un guardia, quien con voz terrible llamó a Jacinta: “El aceite ya está hirviendo: ¡Di el secreto, si no quieres ser quemada!
-No puedo.
¿Así que no puedes, eh? ¡Entonces yo te haré poder! ¡Ven!” Ella fue inmediatamente, sin siquiera decirnos adiós.
Mientras interrogaban a Jacinta, Francisco me decía con inmensa paz y alegría:
-Si nos matan como dicen, dentro de poco tiempo estamos en el Cielo. Pero, ¡qué bien! No me importa nada.
Y pasado un momento de silencio, decía:
-Dios quiera que Jacinta no tenga miedo. Voy a rezar un Ave María por ella.
Sin más, se quita la caperuza y reza. El guardián, al verlo en actitud de oración, le pregunta:
-¿Qué estás diciendo?
-Estoy rezando un Ave María para que Jacinta no tenga miedo.
El guardia hizo un gesto de desprecio y le dejó actuar.
Poco después, el guardia vino a buscar a Francisco, luego a Lucía…
quien salió dispuesta a dar su vida, pero lo que encontró fue a Jacinta y Francisco abrazados, todo había sido una mentira para doblegar a unos niños pequeños, que, sin embargo, estuvieron dispuestos a dar su vida por la virgen y el secreto que les había encargado…
El hojalatero hizo una tercera amenaza: ¡los tres serían hervidos juntos! Pese a esto, no obtuvo el secreto, ni ninguna clase de confesión…
Nuestra Señora se apareció luego a Lucía, Francisco y Jacinta el 19 de agosto.