En el texto de Damián Thompson se señalan dos espacios de lucha: la dimensión social de la Iglesia y la Liturgia. En cada uno de estos espacios existen tendencias contrapuestas que luchan por imponerse el rival, olvidando toda misericordia verdadera. La humildad, desaparece, ya que cada grupo, sensibilidad o tendencia, busca predominar y obligar a las demás a que se arrodillen ante su ideología particular. Damián propone cuatro soluciones para salir de esta situación:
- Los católicos liberales deben aceptar que no van a conseguir mujeres sacerdotes ni matrimonio gay.
- La Forma Extraordinaria no va ser prohibida de nuevo.
- Los tradicionalistas deben dejar de fantasear con un día en el que todo el mundo católico volverá a los "atemporales" rituales latinos de la Iglesia preconciliar.
- La reforma de la Curia es extremadamente necesaria pero esto no podrá ocurrir hasta que su cultura eclesial se vuelva más internacional y menos italiana.
Las indicaciones de Damián son buenas, ya que tocan los aspectos donde la tensión entre los extremos es más fuerte. Pero el problema de la unidad intraeclesial no se resuelve de forma tan sencilla. Si bajamos a la realidad, nos daríamos cuenta que estas cuatro soluciones son inasumibles por los extremos. Además, aunque se aceptaran las soluciones, no llegarían a generar una verdadera fraternidad dentro de la Iglesia. A los sumo se generaría una distante e inestable tolerancia.
Aquí entramos en algo que Damián no ha considerado. Los medios son los primeros que generan y amplifican estos choques. Por lo tanto, no estarían dispuestos a dejar de vender. Son los primeros interesados en difundir las guerras internas, porque les va en ello las ventas. Los medios intra y extra eclesiales son un problema. Un problema que no puede corregir ni atenuar con facilidad. Sobre todo cuando la jerarquía los utiliza como herramienta de poder.
Damián cita un problema fundamental, pero no lo desarrolla demasiado: “La Iglesia tiene que enfrentarse honestamente a la objeción fundamental de la gente a la fe católica. Tiene muy poco que ver con escándalos sexuales o estilos de culto. El problema es que doctrinas como la transubstanciación y el nacimiento virginal son difíciles de creer. Estas enseñanzas no son negociables, pero al mismo tiempo son menos plausibles para los hombres modernos que para nuestros antepasados, cuya imaginación estaba formada por sociedades que eran naturalmente receptivas a los milagros ya la metafísica.”
La fe católica es trascendente. Por algo Cristo mismo dijo ante Pilatos que Su Reino no era de este mundo. El mundo actual no es capaz de ver más allá de lo aparente, lo cotidiano, lo socio-cultural y lo humano. Por esto la Iglesia se va escorando más y más a una inmanencia superficial que va llenando todo. Como hay miles de apariencias, pertenencias y fidelidades humanas, es imposible conciliar una verdadera unidad eclesial en esta maraña de aparentes carismas, sensibilidades y fidelidades humanas. No se pueden servir a dos amos. Decía Chesterton que “Quien deja de creen en Dios, termina por creer cualquier cosa”. Creemos en tantas cosas dentro de la Iglesia, que es imposible que no terminemos peleando entre nosotros. Peleando por las que nos dan consistencia social como personas o grupos. Ponemos a Cristo como excusa de nuestra pertenencia al movimiento, tendencia o carisma particular de nuestra preferencia.
Volvamos a la pregunta del titular ¿Puede alguien detener las luchas católicas internas? Sólo el Señor puede hacerlo al derribar tantas Torres de Babel humanas, socio-culturales e interesadas, que se ha creado dentro de la Iglesia. Pero la voluntad y los tiempos de Dios son los que son. Dios permite lo que nos sucede. Como católicos tendríamos que encontrar en el sufrimiento que vivimos una oportunidad para crecer en santidad. ¿Qué podemos hacer? Podemos ofrecer los desprecios de nuestros “hermanos en apariencia”, como ofrenda por la ansiada unidad. No es poco, es mucho.
Aquí entramos en algo que Damián no ha considerado. Los medios son los primeros que generan y amplifican estos choques. Por lo tanto, no estarían dispuestos a dejar de vender. Son los primeros interesados en difundir las guerras internas, porque les va en ello las ventas. Los medios intra y extra eclesiales son un problema. Un problema que no puede corregir ni atenuar con facilidad. Sobre todo cuando la jerarquía los utiliza como herramienta de poder.
Damián cita un problema fundamental, pero no lo desarrolla demasiado: “La Iglesia tiene que enfrentarse honestamente a la objeción fundamental de la gente a la fe católica. Tiene muy poco que ver con escándalos sexuales o estilos de culto. El problema es que doctrinas como la transubstanciación y el nacimiento virginal son difíciles de creer. Estas enseñanzas no son negociables, pero al mismo tiempo son menos plausibles para los hombres modernos que para nuestros antepasados, cuya imaginación estaba formada por sociedades que eran naturalmente receptivas a los milagros ya la metafísica.”
La fe católica es trascendente. Por algo Cristo mismo dijo ante Pilatos que Su Reino no era de este mundo. El mundo actual no es capaz de ver más allá de lo aparente, lo cotidiano, lo socio-cultural y lo humano. Por esto la Iglesia se va escorando más y más a una inmanencia superficial que va llenando todo. Como hay miles de apariencias, pertenencias y fidelidades humanas, es imposible conciliar una verdadera unidad eclesial en esta maraña de aparentes carismas, sensibilidades y fidelidades humanas. No se pueden servir a dos amos. Decía Chesterton que “Quien deja de creen en Dios, termina por creer cualquier cosa”. Creemos en tantas cosas dentro de la Iglesia, que es imposible que no terminemos peleando entre nosotros. Peleando por las que nos dan consistencia social como personas o grupos. Ponemos a Cristo como excusa de nuestra pertenencia al movimiento, tendencia o carisma particular de nuestra preferencia.
Volvamos a la pregunta del titular ¿Puede alguien detener las luchas católicas internas? Sólo el Señor puede hacerlo al derribar tantas Torres de Babel humanas, socio-culturales e interesadas, que se ha creado dentro de la Iglesia. Pero la voluntad y los tiempos de Dios son los que son. Dios permite lo que nos sucede. Como católicos tendríamos que encontrar en el sufrimiento que vivimos una oportunidad para crecer en santidad. ¿Qué podemos hacer? Podemos ofrecer los desprecios de nuestros “hermanos en apariencia”, como ofrenda por la ansiada unidad. No es poco, es mucho.