LOS TRES ACERTIJOS
No basta tener buen ingenio;
lo principal es aplicarlo bien.
-René Descartes-
Cuentan —en realidad es un cuento—que hubo hace muchísimos años un rey tan caprichoso y cruel, que se complacía en convocar frecuentemente a sus vasallos para someterlos a pruebas de ingenio. ¡Pobre de aquel que no acertara! La pena más leve no bajaba de los cien azotes.
—Una vez apareció en el reino cierto juglar habilidoso y listo. El monarca lo mandó llamar y le dijo:
—Has entrado sin permiso en mis dominios. Te espera la muerte en la horca. Solamente te librarás de ella si encuentras la solución de estos tres acertijos —asintió el pobre juglar encomendándose a Dios.
—El rey dijo su primer acertijo:
—¿Cuánto valgo yo?
—Veintinueve dinares, pues a Jesús lo vendieron por treinta —respondió el juglar.
—¡Está bien! Ahora dime: «¿Cuántos años, meses y días se tarda en dar la vuelta al mundo?».
—El que pueda montar en el carro del sol, tardará un día entero, ni más ni menos.
—El rey aprobó la respuesta y enunció el tercero y último acertijo:
—¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
—Las que su majestad ve con sus reales ojos, esto es cien mil millones. Y si no lo quiere creer, puede empezar a contarlas —rio su augusta majestad a grandes carcajadas que fueron coreadas por toda la asamblea de cortesanos y, de esta forma, el juglar habilidoso y listo quedó en libertad.
Si aplicamos la anécdota a nuestros días, la reflexión salta a la vista: ¿no nos falta a la gente de bien un poco de ingenio para difundir nuestro mensaje, y entusiasmar a nuestra sociedad con nuestros planteamientos?
Se las ingenian los deseducadores sociales para tratar con frivolidad las cosas importantes, a la vez que consiguen hacer importantes las frívolas; para ello presentan caramelos envenenados que nos vamos chupando hasta empacharnos con el gozo de lo mundano, mientras nos vamos embotando para los valores y, así, nos alejamos, paulatina e inconscientemente, de los bienes de Dios.
Vamos dando rienda suelta al placer y, en consecuencia, la persona se mundaniza, pierde capacidad para conocer y valorar la verdad objetiva y, comienza a gobernarse por una gran flojera de ánimo que lo lleva a vivir en la tibieza.
Así las cosas, la motivación de la vida pasa a quedar marcada por los bienes del mundo, en los cuales encuentra su satisfacción, y no por la búsqueda y aplicación de los valores del humanismo cristiano.
Para nuestro bien y el de nuestros semejantes, tenemos que entrenarnos diariamente en la creatividad positiva para saber presentar a los que nos rodean, el ingenio creativo del juglar de los tres acertijos.