Escribir y alzar mi voz (esa que nadie puede expresar del todo por mí nunca) en defensa de la vida, según mi osada e inexperta opinión, no es, o no debiera ser, un asunto que deba, o que pueda, reducirse a unos cuantos aspectos jurídicos, filosóficos, éticos o bioéticos, incluso teológicos. Hay quien puede escribir sobre eso y mucho mejor que yo, no lo dudo.
Pero yo quiero preguntarme lo que cualquier persona de la calle puede formular, tenga o no formación adecuada para afrontar cualquier “caso” de estos desde la razón y siendo lo más objetivo e imparcial posible, si es que cabe serlo.
No sé abordar un asunto como éste sin hacerlo desde todas las dimensiones humanas posibles, sin dejarme fuera ninguna. No sería justo hacerlo. Ni con Charlie, ni con sus padres, ni con la verdad ni con la justicia. Pero sobre todo porque no podemos vivir tranquilos, nadie, dándose “casos” como éste. ¡Vaya una manera de referirnos a la vida! ¿Nuestra vida es un caso, un problema, un tema... más? Así nos va.
¿Qué sabemos realmente de Charlie Gard, de todo lo que él vivió y padeció en su corta existencia? ¿quién es nadie para evaluar su calidad de vida? ¿qué han hecho sus padres para que se atropellen así sus derechos? ¿qué han hecho el pequeño Charlie, y su familia, para que las autoridades sanitarias y políticas del Reino Unido vayan en contra de sus vidas y su familia? ¿por qué ha de ser más fuerte la voluntad de preservar la vida, aliviarnos y curarnos que la de no hacer nada o impedir que ese alivio o esa cura puedan producirse? ¿en manos de quién ponemos y confiamos nuestra salud, nuestra vida…?
Porque podrá quien sea disfrazar de eufemismos la muerte y su cultura propia. No existe la interrupción voluntaria del embarazo, es decir de la vida por venir, que se pretende finalizar antes de su momento. No existen residuos biológicos sanitarios expulsados del vientre materno. No existe un bien político ni sanitario mayor que el de la vida.
Estamos ya no solamente asistiendo a la pérdida del gusto por la vida, sino a decidir quién merece la pena vivir y quien no, qué calidad de vida es preciso dar continuidad y cuál no.
En muchos “casos” la preservación y cuidado de las especies de vida animal y la vegetal, incluso la mineral, ocupan un lugar superior en la mente y el corazón de tantos que se declaran a favor de la eutanasia y el aborto. ¿Será posible tal grado de hipocresía consigo mismos y con la humanidad entera?
Y ahora, ¿seré capaz de ver la vida, mi vida, la tuya, la de Charlie Gard y tantos otros, no nacidos, discapacitados o deformes por nacer o nacidos, a los que se les ha aplicado la cultura de la muerte? No puedo honradamente, no me quedo ni en racionalismos ni en sensiblerías. Me quedo con el valor de TODA la persona, de cada persona, un valor infinito, se crea en lo que se crea, se piense en lo que se piense.
¿Cómo puedo decirme una persona de principios, de valores, bien formada y educada, incluso experta en, por ejemplo, Medicina, Filosofía, Derecho, incluso Teología, o lo que sea, si hoy, aquí y ahora, no pongo todo lo que soy y tengo, mis opiniones, habilidades, formación, capacidad, para dar testimonio a favor de la vida, desde mi experiencia y siempre al lado de estos padres que hicieron todo lo posible para que su hijo viviera y no lo matara el Estado con sus “magníficas” ley y ética, y los médicos que juraron no hacer daño y no hicieron nada o más bien muy poco?
Me quedo, como resumen, con la frase del tuit del Papa Francisco: “Encomiendo el pequeño Charlie al Señor, y rezo por sus padres y por todas las personas que lo amaron”. No eres ni serás nunca un “caso” más, Charlie, tus padres y nosotros lo sabemos muy bien. La manifestación de todos y cada uno es necesaria. Siento ser tan osado y atrevido, pero era preciso serlo. El mal y la muerte avanzan por la ausencia de voces a favor de la vida y el bien.