Despojándonos de miradas superficiales, de valoraciones mundanas, hallaremos la verdad de la Iglesia. No es una empresa, que requiera reuniones de planificación, balances y números cuantitativos; no es una asociación humanitarista, supliendo carencias estatales en enseñanza, sanidad, infraestructuras; la Iglesia es el Pueblo de Dios, por tanto, si su pertenencia está referida a Dios, la vida del Espíritu es determinante para ella, para responder a la verdad de su ser.
Sí, la oración es la fuerza de la Iglesia y el mejor correctivo ante la secularización interna o el influjo exterior de modas que busquen su mundanización.
Sabemos que la vida de la Iglesia es ser sacramento y signo de salvación, instrumento de unidad de los hombres con Dios y entre ellos, dispensadora de la vida divina y la economía de la salvación, cuya dicha y felicidad es evangelizar, anunciar a Cristo.
Sabemos que la Iglesia es un pueblo santo, un Cuerpo vivo cuya Cabeza es Cristo y cada cual un miembro vivo, existiendo una relación espiritual de comunicación entre todos, llamada Comunión de los santos.
Sabemos que la Iglesia es peregrina en el mundo hasta la Jerusalén del cielo, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
Sabemos que en la Iglesia lo divino y lo humano van unidos, lo temporal y lo eterno, la gracia y la responsabilidad libre del hombre. Paradojas constantes, pero que no se oponen entre sí:
"Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos" (SC 2).
A nadie extrañará, pues, que la vida de la Iglesia se verifique por su oración y su calidad orante: el primado de todas las cosas lo tiene Dios, la primacía es la oración y la Gracia antes que el activismo, o la pastoral secularizada.
La Iglesia crece desde dentro en la medida en que es orante, y cada miembro vive de la oración, del tiempo sosegado de adoración, escucha, meditación, plegaria. ¿Tiempo perdido? ¡Tiempo invertido!, para ser así fiel a su naturaleza. Entabla un diálogo constante con su Esposo, Cristo, e introduce en el mundo la oración de Jesucristo al Padre, prolongándola.
Por eso, la fuerza y la vida de la Iglesia es la oración.
"Por esto hay que notar, ante todo, que la Iglesia ora, recaba fuerza y alimento del Sacerdocio de Cristo, que se renueva y prolonga en el sacerdocio ministerial y del que participan los fieles, aunque con título diverso, y todo esto a través de la liturgia divina que es un conjunto maravilloso de “signos santos” para dar culto a Dios y para educar en la espiritualidad verdadera, rica y auténtica; la Iglesia ora sacando inspiración y consuelo de las Escrituras, de sus padres y de sus doctores; la Iglesia ora, sacando fuerza y aliento de sus santos. Como dijimos en nuestra citada encíclica “la vida interior representa aún el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, modo suyo peculiar para recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo, expresión radical e insustituible de su actividad religiosa y social, defensa inviolable y energía inagotable en su difícil contacto con el mundo profano” (Ecclesiam suam).
La Iglesia, digámoslo también en esta ocasión, vive y respira con la oración; ella sabe que cuando dos o tres se encuentran congregados en el nombre de Cristo, Él se halla presente en medio de ellos (cf. Mt 18,20); ella sabe que el espíritu enciende e inflama su oración porque viene en ayuda de su debilidad “puesto que nosotros no sabemos ni qué se debe pedir en la oración ni cómo convenga pedirlo; el Espíritu en persona intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26); la Iglesia sabe que sólo en la oración encuentra la fuerza interior, la paz constructiva, la fusión de los corazones en la caridad porque desde el principio ha sido perseverante en la plegaria unánime con María Madre de Jesús (cf. Hch 1,14); la Iglesia sabe que la oración es el vínculo que estrecha en arcana comunión de vida y de méritos la legión triple, ordenada e innumerable de sus miembros glorificados, peregrinantes o en fase de expiación; la Iglesia sabe que la oración es la escuela de los santos, es la vocación de sus sacerdotes quienes, como Pedro y los apóstoles, tienen que atender en primer lugar a la oración y al ministerio de la Palabra (cf. id., 6,4), es la misión principal de las almas consagradas, es la unión de la familia, el vigor de los inocentes, la gracia y la fuerza de la juventud, la esperanza de la edad que declina, el sostén de los moribundos". (PABLO VI, Alocución en el Consistorio, 28-abril1969).
Cultivar la oración es una tarea necesaria; desde luego la oración personal, interior, íntima, pues donde un cristiano ora, ora toda la Iglesia; pero también la oración en común, como tal Iglesia, cantando la Liturgia de las Horas, adorando a Cristo-Eucaristía en el Sagrario o en la exposición del Santísimo, viviendo la sagrada liturgia en adoración y amor, ya que esto es participación plena e interior.
Sí, la oración es la fuerza de la Iglesia y el mejor correctivo ante la secularización interna o el influjo exterior de modas que busquen su mundanización.