ESPERAR LO INESPERADO

 Los buscadores de oro cavan mucha tierra
 y encuentran poco.
-Heráclito-

 Se cuenta que a dos jóvenes monjes de un monasterio tibetano su maestro les encargó comprar los comestibles del mes en un pueblo lejano. Ambos viajaron hasta allí con los ahorros que les habían dado, realizaron la compra e iniciaron el regreso.

Ya con los víveres y de vuelta al monasterio, hallaron a un hombre viejo sentado al lado del camino que les interpeló:

 —¿Cómo seguís ese camino? ¿Es que no sabéis que está lleno de bandidos que os van a atracar? Si cogéis el sendero de la derecha viajaréis más seguro y mejor.

 Así lo hicieron. Sin embargo, fueron asaltados y perdieron todos los víveres. Al llegar desolados al monasterio, el maestro hizo pasar al primer monje a su aposento y lo interrogó:

          —Dime, ¿qué has aprendido de lo que os ha ocurrido?
         —He aprendido, maestro, que no debo confiar en desconocidos, dijo el joven monje.

 A continuación, hizo pasar al segundo monje y le hizo la misma pregunta:

 —Dime, ¿qué has aprendido de lo que os ha ocurrido?
—He aprendido a esperar lo inesperado.

 A la mañana siguiente el primer monje salió del monasterio para no volver. El segundo se quedó: había realizado el aprendizaje correcto.

          Heráclito de Éfeso, conocido también como el Oscuro de Éfeso, fue un filósofo griego. Nació hacia el año 535 a. C. y falleció hacia el 484 a. C. Suya es la frase: «Si uno no espera lo inesperado, no lo encontrará, pues es penoso y difícil de encontrar».

          Desgraciadamente nosotros esperamos lo que esperamos y, normalmente, solo esperamos lo esperable. Hay que levantar el vuelo, ser audaces y esperar lo inesperado, porque si no esperamos lo inesperable, no lo encontraremos.

         Y no lo encontraremos porque, a veces, pactamos con la mediocridad, el acomodamiento, la «prudencia», etc. que nos hacen pensar que las cosas no pueden cambiar, porque ese cambio nos parece totalmente inesperado. Y, sin embargo, eso es precisamente lo que hay que hacer: esperar lo inesperado.

          Para los que tenemos fe, hay una audacia cristiana que no repara en la desproporción entre los medios y el fin, porque cuenta siempre con el poder omnipotente de Dios. A la historia me remito.

          ¡Qué audacia la de los apóstoles! Querer conquistar el mundo ellos solos, sin armas, sin prestigio, sin autoridad, contra toda clase de pasiones… ¡Y lo consiguieron!

  Perdonadme, pero me atrevo a decir que un cristiano consecuente ha de tener sabias indiscreciones; es decir, el arrojo entusiasta puesto al servicio de una causa elevada, aunque, obviamente, los pusilánimes lo tachen de imprudencia y temeridad.

          No lo dudemos, amigos, una forma eficaz de progresar y crecer en lo humano y en lo divino es proponerse alcanzar lo inalcanzable. Con cabeza, claro.