El reconocimiento de la Presencia real de Cristo en la Eucaristía condujo de forma natural a la Iglesia a ofrecerle un culto de adoración -culto latreútico- como corresponde sólo a Dios, muy distinto de la veneración de las imágenes o de las reliquias.
Cristo, el Señor resucitado y glorificado, está verdaderamente presente entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Su Presencia no se limita a la Santa Misa sino que el Pan consagrado se reserva y se guarda con amor en el Sagrario y se expone en la custodia para verlo y adorarlo. Simplemente, porque es Él, Él mismo.
La adoración a Cristo, que brota de la fe en su Presencia real y del amor a su Presencia, se vive de distintos modos que son complementarios y no alternativos, es decir, todos hemos de irlos viviendo y todos han de ser igualmente inculcados.
Se adora a Cristo:
-al celebrar la santa Misa, con devoción, amor y recogimiento;
-al comulgar, debidamente dispuestos y en estado de gracia (sin conciencia de pecado mortal)
-al visitar al Señor en el Sagrario y orar ante Él
-al estar con Cristo en la exposición del Santísimo en la custodia.
La práctica de la piedad eucarística introdujo costumbres distintas para la exposición del Santísimo en la custodia:
-los jueves, días eucarísticos, y el domingo, día del Señor;
-los primeros viernes de mes, con sentido de reparación y expiación al Corazón de Cristo, ya sea unas horas o todo el día;
-las Cuarenta Horas, en recuerdo de los tres días en que el Señor estuvo en el sepulcro, de manera que un templo durante tres días expone al Santísimo, con un turno rotatorio con las demás iglesias de la diócesis;
-la adoración eucarística perpetua, donde día y noche el Santísimo está expuesto en una capilla, con turnos de adoración.
Ya Juan Pablo II, en los inicios de su pontificado, recordaba esta piedad eucarística en torno al Señor:
"Tal culto, tributado así a la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, acompaña y se enraiza ante todo en la celebración de la liturgia eucarística. Pero debe asimismo llenar nuestros templos, incluso fuera del horario de las Misas. En efecto, dado que el misterio eucarístico ha sido instituido por amor y nos hace presente sacramentalmente a Cristo, es digno de acción de gracias y de culto. Este culto debe manifestarse en todo encuentro nuestro con el Santísimo Sacramento, tanto cuando visitamos las iglesias como cuando las sagradas Especies son llevadas o administradas a los enfermos.La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves, prolongadas, anuales (las cuarenta horas), bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas, Congresos eucarísticos[13]. A este respecto merece una mención particular la solemnidad del «Corpus Christi» como acto de culto público tributado a Cristo presente en la Eucaristía, establecida por mi Predecesor Urbano IV en recuerdo de la institución de este gran Misterio. [14] Todo ello corresponde a los principios generales y a las normas particulares existentes desde hace tiempo y formuladas de nuevo durante o después del Concilio Vaticano II.[15]" (Carta Dominicae cenae, 3).
Durante la historia de la Iglesia hemos visto y tenemos muchos testimonios del bien que a las almas y a toda la Iglesia ha logrado el culto eucarístico.
Hoy, igualmente, la adoración eucarística será una ocasión de gracia, un torrente de vida para todos, una transformación y un encuentro personalísimo con el Señor.