Lucas nos dice que algo ocurre en un determinado momento de la historia. No se trata de un arquetipo o un mito, sino de un acontecimiento histórico. Y además nos dice que no es algo casual, arbitrario o que nazca simplemente de Juan Bautista, sino que es realización: "Como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías". Esto nos sitúa frente a algo de suma importancia. Hay una funcionalidad y causalidad naturales; las hay también históricas, aquí la novedad es la intervención de la voluntad y libertad del hombre. Pero este mundo no está cerrado sobre sí mismo. Dios interviene también directamente, sin limitarse a dar el ser a las otras causas, bien naturales bien históricas; aquí la gran novedad es la gracia, que hace que los hombres vayan más allá de lo que pueden natural o históricamente.

En esta causalidad divina que trasciende lo creatural, lo meramente natural e histórico no es negado ni se prescinde de ello; análogamente a como en la historia no se omite la naturaleza. Son muchos los fenómenos naturales que sirven de mediación de la intervención de Dios. Pero sobre todo, sin quebrar voluntades, sino elevándolas, también se sirve de los hombres. Isaías proclamó promesas de Dios, Juan Bautista, cumpliendo lo que a él hace referencia, es precursor del cumplimiento central de todas: Jesús.

Y cumple las promesas que hablan de él haciendo una llamada a preparar el camino al Señor. Una llamada que también se dirige a nosotros. No ciertamente para preparar su primera venida; esa ya tuvo lugar. Sino para preparar sus otras dos venidas. Su venida en gloria y su venir a mí aquí y ahora. Sí también en este momento, en cada uno de estos momentos, se cumplen las promesas. Somos testigos del acontecimiento que, siendo histórico, desborda la historia. Misteriosamente el cielo irrumpe en mi pequeña biografía. Y Juan me dice que esté preparado.

¿Y cómo prepararme a lo que es más que yo? Este deseo, esta necesidad a disponerse es ya indicativa de que Dios se ha adelantado y ya está interviniendo en mi vida. Me mueve a volverme a Él y arrepentirme de mis pecados (cf. Lc 3,3). Y S. Pablo ora para que crezcamos en amor cada vez más y así discernamos mejor lo que hemos de hacer (Flp 1,9s), para dejarnos guiar por la gloria de Dios (cf. Ba 5,7), manifestada en la carne de Cristo Jesús, y caminemos a su encuentro.