En el momento en que estoy agradeciendo a Dios estos 30 años desde que Él me llamó y mi vida fue cambiada por su amor, recuerdo con cierta nostalgia aquel bendito domingo de noviembre de 1992.

Serían como las 12 del mediodía, aproximadamente, cuando por primera vez su amor me venció y me convenció hasta llegar a doblar mis rodillas ante Aquel que ha sido mi inspiración durante todos estos años. Escucharle pronunciar mi nombre y su invitación a seguirle fueron el detonante que provocaron en mí la decisión más importante que jamás haya podido tomar.

Nunca imaginé que aquella decisión me haría sentirme identificado con el profeta Jeremías en tantas ocasiones:

“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí. Cuando hablo, tengo que gritar, proclamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario. Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía.” (Jer 20,7-9)

Si continuas leyendo el resto de los versículos del capítulo 20, te darás cuenta del baile de emociones que se encontraban en el interior del profeta. Por un lado, me sedujiste pero todos se burlan de mí; pensé en olvidarme, pero había un fuego dentro de mí. Incluso llega a maldecir el día en que nació, pero al mismo tiempo seguirá alabando al Señor que libera y protege a sus fieles.

Todos tenemos emociones engañosas en ciertos momentos de nuestra vida. He pensando en muchas ocasiones que yo también podría escribir un libro de lamentaciones como el mismísimo Jeremías. Sin embargo, nuestras circunstancias y nuestras emociones no tienen la última palabra ni tienen por qué determinar nuestra vida.

Creo que lo primero que debemos hacer es reflexionar nuestras emociones conversando con Dios. No hay que tener miedo a lo que sucede en nuestro interior porque podemos situarlo en el lugar correcto: delante del Señor. Después, necesitamos reemplazar nuestras emociones por la verdad de Dios, como hizo el profeta:

“Hay algo que traigo a la memoria, por eso esperaré: Que no se agota la bondad del Señor, no se acaba su misericordia; se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad!; me digo: «¡Mi lote es el Señor, por eso esperaré en él!». El Señor es bueno para quien espera en él, para quien lo busca; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.” (Lam 3,21-26)

Además de esto, hay algo que me ayuda en gran medida a perseverar y seguir adelante a pesar de las circunstancias que me rodean y las emociones que descubro en mi interior: restaurar diariamente mi lealtad a Cristo. Solo necesito caer en la cuenta, una vez más, que nada ni nadie podrán jamás apartarme del amor de Dios (Rom 8,35-39). Cuando te has encontrado con Él de verdad y tu vida ha sido transformada por completo, puedes hacer tuyas las mismas palabras del apóstol Pablo en su carta a los Romanos.

Cuando caigo en la cuenta de que no puedo cambiar lo que me sucedió a mí, pero sí puedo cambiar lo que está dentro de mí, empiezo a entender que necesito reinterpretar mis traumas y las circunstancias adversas que encuentro a mi paso.

Debo reconocer el mal que me sucedió o el que yo mismo provoqué con compasión. No es sencillo perdonar ni siquiera perdonarse a uno mismo, pero es el primer paso para alcanzar la libertad en Cristo.

A veces podemos llegar a olvidar que Dios todo lo dispone para nuestro bien (Rom 8,28) y que solo Él puede sacar un bien de un mal. El Señor puede usar las cosas malas para darte cosas buenas. Dios convierte tu dolor en un arma de bendición para los demás:

“¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!” (2 Cor 1,3-4)

La vida de José, el preferido de su padre Jacob, es un claro ejemplo de esto y una gran inspiración para mi vida, ya que aprendió a redescubrir su propósito y utilizar sus traumas para bendecir la vida de otras personas.

Nadie puede negar que la vida de José estuvo repleta de adversidades y circunstancias demasiado difíciles como para no tener la tentación de rendirse en algún momento. Sin embargo, vemos a un hombre con una profunda convicción de que solo Dios basta en todo tiempo.

En este momento que nos toca vivir se necesitan cristianos que le crean más a Dios que a sus propios traumas o circunstancias desfavorables. Hombres y mujeres que puedan reconocer sin miedo sus dificultades y su dolor, pero sin olvidar que el Señor siempre tiene la última palabra de bendición y de paz para sus vidas.

Nunca imaginé todo lo que formaría parte de mi vida en estos 30 años: sufrimientos familiares, problemas económicos, enfermedad, fracaso, emociones engañosas, traumas, etc. Sin embargo, estoy plenamente agradecido con Dios porque siempre me ha permitido añadir 2 palabras más a cada una de mis circunstancias adversas: PERO DIOS.

He aprendido a estar satisfecho con lo que tengo, en paz con lo que ya no tengo y con fe por lo que viene. Cuando considero a Cristo como mi valor supremo, descubro con alegría que no hay nada que pueda ganar sin perder algo. Hoy es el día que puedo interpretar mis pérdidas como una oportunidad para experimentar más de Jesús. He aprendido a considerarlo todo como una semilla para una gran cosecha.

Cada sufrimiento y cada dolor me han servido para descubrir un poco más el propósito de Dios para mi propia vida. Es cierto, no ha sido fácil, PERO DIOS lo ha hecho posible junto a la persona que más he amado y que ha sido mi inspiración cada día. Creo que este PERO DIOS es el gran milagro de su amor en nuestra existencia y en nuestro camino hacia la casa del Cielo hasta llegar a la meta.

 

 

Fuente: kairosblog.evangelizacion.es