Fue una conferencia magnífica, que tuvo gran difusión, y con razón, la que pronunció el cardenal Ratzinger durante el Jubileo del 2000 para los catequistas y evangelizadores.
 
Sus palabras son penetrantes, con un análisis fino y detallado, sobre qué es evangelizar. Ahora, nosotros, para formarnos, deberíamos releerlas y cuestionarnos así como adquirir conceptos claros, precisos, y no vagar en nebulosas llamando "nueva evangelización" a cualquier cosa, elemento o acción pastoral realizada, eso sí, con rectitud de intención.
 
La Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por esta evangelización hoy a tantas zonas paganas del pensamiento, la cultura, la educación, etc., en esta cultura occidental que nació cristiana pero que se ha ido vaciando.
 
Tal vez lo que nos cuesta es reconocer hasta qué punto es necesaria la nueva evangelización y emprender acciones evangelizadoras reales; vemos algunos actos multitudinarios, o la religiosidad popular, o el número de matrimonios o bautismos o primeras comuniones, y creemos que no estamos tan mal. La realidad, a poco que la analicemos fríamente, es más dura y menos optimista. Son tiempos de increencia donde la secularización ha deshilachado todo el tejido social y hasta eclesial. Hay que rehacerlo.
 
Pensemos, con la mente abierta y dispuesta a cuestionarnos, "las claves de la nueva evangelización" que Ratzinger señalaba.
 
"La vida humana no se realiza por sí sola. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto todavía inacabado, que es preciso seguir completando y realizando. La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este hacerse hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
 
Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: "he venido para evangelizar a los pobres" (cf. Lc 4,18). Esto significa: Yo tengo la respuesta a vuestra vida, el camino hacia la felicidad; más aún, Yo soy ese camino. La pobreza más honda es la incapacidad para la alegría, el tedio de la vida, a la que se considera absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, bajo formas muy distintas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres, la incapacidad para la alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia, todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso necesitamos una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás deja de funcionar. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, Aquel que es el Evangelio en persona.
 
 
 
ESTRUCTURA Y MÉTODO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
 
La estructura
 
Antes de hablar de los contenidos fundamentales de la nueva evangelización, quisiera explicar su estructura y el método adecuado. La Iglesia siempre evangeliza y nunca ha interrumpido el camino de la evangelización. Cada día celebra el misterio eucarístico, administra los sacramentos, anuncia la palabra de la vida, la Palabra de Dios, se compromete en favor de la justicia y de la caridad. Y esta evangelización produce fruto: proporciona luz y alegría; otorga el camino de la vida a numerosas personas. Muchos otros, a menudo sin saberlo, viven de la luz y del calor resplandeciente de esta evangelización permanente. Sin embargo, observamos un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de los valores humanos esenciales, que resulta preocupante. En la evangelización permanente de la Iglesia, gran parte de la humanidad actual no encuentra el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pregunta: ¿cómo vivir?
 
 

 

Por eso buscamos, además de la evangelización permanente, nunca interrumpida y que nunca se debe interrumpir, una nueva evangelización, capaz de hacerse oír por ese mundo que no tiene acceso a la evangelización "clásica". Todos tienen necesidad del Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un círculo determinado. De ahí que estemos obligados a buscar nuevas vías para llevar el Evangelio a todos.
 
No obstante, aquí se oculta también una tentación: la tentación de la impaciencia, de buscar de inmediato el gran éxito, los grandes números. Y no es éste el método de Dios. Para el Reino de Dios, así como para la evangelización, instrumento y vehículo del Reino de Dios, siempre es válida la parábola del grano de mostaza (cf. Mc 4,31-32). El Reino de Dios recomienza siempre de nuevo bajo este signo. Nueva evangelización no puede querer decir atraer rápidamente con nuevos métodos, más refinados, a las grandes masas que se han alejado de la Iglesia. No, no es ésta la promesa de la nueva evangelización. Nueva evangelización significa no contentarse con el hecho de que el grano de mostaza haya crecido el gran árbol de la Iglesia universal ni pensar que basta con que en sus ramas puedan posarse pájaros de todo tipo, sino atreverse de nuevo, con la humildad del pequeño grano, dejando que Dios decida cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4,26-29). Las grandes cosas arrancan siempre de un granito y los movimientos de masas siempre son efímeros.
 
En su visión del proceso de evolución, Teilhard de Chardin habla del "blanco de los orígenes" (le blanc des origines): el inicio de las nuevas especies resulta invisible e inalcanzable a la investigación científica. Las fuentes se hallan ocultas, son demasiado pequeñas. En otras palabras, las realidades grandes comienzan con humildad. Prescindiendo de si Teilhard tiene razón y hasta qué punto con sus teorías evolucionistas, la ley de los orígenes invisibles afirma una verdad, una verdad presente justamente en el obrar de Dios en la historia. "No te he elegido por ser grande; al contrario, eres el más pequeño de los pueblos; te he elegido porque te amo...", dice Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y expresa así la paradoja fundamental de la historia de la salvación: Dios no cuenta con los grandes números; el poder exterior no es la señal de su presencia.
 
 
 
 
Gran parte de las parábolas de Jesús indican esta estructura del obrar divino y responden así a las preocupaciones de los discípulos, que esperaban del Mesías éxitos y señales muy diferentes; éxitos del tipo que ofrece Satanás al Señor: "Todo esto te daré, todos los reinos del mundo..." (cf. Mt 4,9).
 
Aunque san Pablo, al final de su vida, tuviera, ciertamente, la impresión de que había llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra, los cristianos sólo eran pequeñas comunidades dispersas por el mundo, insignificantes según los criterios seculares. Pero, en realidad, fueron la levadura que penetra en la masa y llevaron consigo el futuro del mundo (cf. Mt 13,33).
 
Un viejo adagio dice: "Éxito no es un nombre de Dios". La nueva evangelización debe someterse al misterio del grano de mostaza y no pretender producir enseguida el gran árbol. Nosotros, o vivimos con una excesiva seguridad de que el gran árbol ya existe, o con la impaciencia de tener un árbol aún más grande, más vital. En cambio, debemos aceptar el misterio de que la Iglesia es al mismo tiempo un gran árbol y un pequeñísimo grano. En la historia de la salvación siempre es contemporáneamente Viernes Santo y Domingo de Pascua".
 
 
Las palabras de Ratzinger en dicha conferencia son un correctivo al parloteo sobre la nueva evangelización, tanto los que la entienden de manera superficial, arramblando con todo lo anterior, despreciando lo que ya hay, como aquellos que están encantados con un catolicismo que ya no existe y ven la nueva evangelización con prejuicio, como ocasión de modernización, veleidades pastorales.
 
La nueva evangelización ha de convivir, sin suprimir, la constante evangelización que ya se hace, con los métodos y formas pastorales de siempre. No hay contradicción. Quienes a veces rechazan elementos arraigados en la vida pastoral (adoración eucarística, retiros, ejercicios, etc.) aduciendo que no evangelizan y quieren hacer tabula rasa de todo, se equivocan claramente; quienes miran con sospecha una 'pastoral del confesionario' y pretenden sustituirla con otros métodos modernos, yerran; todo a la vez, sería una buena consigna, vetera et nova, lo que se hizo que ya funciona y lo que haya que hacer para que funcione en zonas nuevas aún no evangelizadas; quienes se les llenan la boca hablando de los "alejados", pero no cuidan en absoluto la vida cristiana parroquial de quienes ya están (catequesis de adultos, liturgia cuidada, predicación esmerada, confesionario, acompañamiento espiritual, canto en la liturgia, retiros), han perdido el enfoque correcto de una visión integradora.
 
La nueva evangelización debe renunciar tanto al número como a la masa; lo primero es la conciencia clara de lo que hacemos y la necesidad de evangelizar y entonces comenzar, pacientemente, a sembrar dejando a Dios que haga su obra. Si bien nos tiene que importar que muchos crean, se conviertan y se adhieran a Cristo en la Iglesia, el criterio cuantitativo no es el único ni el determinante. La impaciencia destruye todo.
 
A partir de aquí surgirá un diálogo interesante, pero también debe brotar un criterio de revisión sobre nuestra actitud ante la evangelización, nuestros prejuicios, impaciencias y errores.