El Evangelio de hoy domingo es interesante. Se nos relatan las vivas y profundas parábolas del Reino: mostaza, trigo-cizaña, levadura, etc. Pero en este Evangelio hay más. Hay una referencia que revela un sentido que va más allá de lo aparente y superficial. Más allá de la cómoda hipocresía en la que nos hemos acostumbrado a vivir ¿Por qué hablaba en parábolas?
Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin parábolas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo. (Mt 13, 34)
Los Misterios del Reino fueron relatados a los Apóstoles de forma directa, mientras que los que escuchaban se preguntaban por el sentido de las palabras de Cristo.
Él dijo: A vosotros se os ha concedido conocer los Misterios del Reino de Dios, pero a los demás les hablo en parábolas, para que, viendo no vean; y oyendo no entiendan. (Lc 8, 10)
Cristo deja claro que los Misterios no se revelan a quienes escuchan y ven desde la superficialidad, la moda, lo bien visto en cada momento. La revelación se le da a quienes Dios desea que vean y entiendan. Sin duda Cristo anuncia lo que hasta el momento estaba oculto y lo hace en público sin temor alguno. También dijo a los Apóstoles que no se dejaran para ellos todo lo que les había dicho. Es necesario decirlo en público y sin miedo. No hay que temer a los que utilizan las apariencias para engañarnos:
Así que no les temáis, porque nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse. Lo que os digo en la oscuridad, habladlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas. (Mt 10, 26-27)
Ahora, aunque no hay que temer a los hipócritas, hay que cuidarse de asimilar la levadura que reparten. Esta levadura de la hipocresía no es como la levadura del Reino, que convierte la masa de trigo en masa de pan, lista para ser horneada. Los hipócritas ocultan sus intenciones y se revisten de honorabilidad para proclamarse segundos salvadores. Salvadores que ofrecen la salvación al módico precio de ser adorados y venerados. Un precio que parece más fácil de pagar que el que Dios nos solicita. Pero a la larga, no dar a Dios lo que es de Dios, nos destruye y condena para siempre.
Jesús comenzó a decir primeramente a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Y nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse. Por lo cual, todo lo que habéis dicho en la oscuridad se oirá a la luz, y lo que habéis susurrado en las habitaciones interiores, será proclamado desde las azoteas. (Lucas 12, 1-3)
Por ello no hay que temer. Decir las cosas claras servirá para que quien tenga oídos pueda escuchar y quien tenga ojos, pueda ver. Quienes llevan puestas orejeras para escuchar sólo a su segundo salvador, no escuchará nada. Quien tenga puesta una máscara para ver sólo a su segundo salvador, no verá nada. Todo lo que hay escrito en los Evangelios es Palabra de Dios y por ello mismo, necesita del acción del Espíritu Santo para que podamos entender y ver. Si nos quedamos en lo superficial, lo políticamente correcto, lo que no perturba los oídos de quienes no quieren escuchar, estaremos ofreciendo la falsa levadura. La levadura que mata el ser y la libertad. De nada vale ganar el mundo si, al hacerlo, perdemos el alma. Seguir a Cristo conlleva radicalidad y rechazo de la levadura de la hipocresía, la levadura que hace crecer las apariencias y no el amor a Dios.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta. (Mt 16, 24-27)