Todo seglar, por su consagración bautismal, está llamado a ser un perfecto cristiano. Es la perfección de la santidad que se realiza en todos los estados de vida cristiano.
Lejos de tratarse de una vocación o de un estado de poca importancia, capaz de contentarse sólo con unos mínimos indispensables, la vocación del seglar es vocación a la santidad en el mundo, en la sociedad, en el ámbito ordinario de la vida (familia-matrimonio, trabajo, cultura, política, economía, arte...). Ahí realiza su vocación y así se demuestra lo que es ser cristiano.
La llamada, el recordatorio, la catequesis de hoy, quiere dejar fijada en la conciencia una sencilla verdad que, siendo así de sencilla, a veces se puede difuminar: todo seglar debe ser un perfecto cristiano. Así se muestra el potencial encerrado en los Sacramentos de la iniciación cristiana: un perfecto cristiano, es decir, un profeta en el mundo, un testigo, un sacerdote, un apóstol, un orante, un obrero de la viña del Señor por la consagración del bautismo.
Lo vivirá en el mundo, en el ámbito cotidiano. Ahí está el lugar y la materia de su santificación.
"Puede ser beneficio para vosotros, aunque no participéis en el Congreso de Apostolado Seglar, la lección que da a todos los seglares y fieles miembros de la Iglesia, una lección que repiten autorizadamente los documentos conciliares, que hicieron una gran apología del laicado católico; es decir, todo seglar debe ser un perfecto cristiano.Los seglares no son cristianos de segunda fila, de dudosa fidelidad a la Iglesia y de una observancia imperfecta de los compromisos sacrosantos de su bautismo; también ellos están llamados a la perfección cristiana, al amor de Dios y del prójimo, a la santidad; una santidad conforme a su género de vida en el mundo, secular como se dice, pero no por ello tibia y complaciente con las debilidades humanas y las tentaciones del siglo; una santidad que tiende a la plenitud de la caridad y de la imitación de Cristo.Esto es lo que nos dicen nuestros hijos y hermanos vuestros del laicado reunidos en su Congreso, y añaden otra lección a la primera, y ésta es precisamente su característica; recuerdan a todos los seglares que quieren vivir realmente su vocación cristiana que no basta ser católicos de nombre, de costumbres, de profesión, de pertenencia tradicional y sociológica a la Iglesia; que es preciso ser católicos activos, militantes, apóstoles. Cosa que, inmediatamente se advierte, es de extrema importancia, de gran complejidad y de urgente actualidad, pues atañe a cada uno de los fieles...
Es preciso ser católicos auténticos y operantes" (Pablo VI, Audiencia general, 18-octubre1967).
Páginas admirables, y poco descubiertas o poco asimiladas, del Concilio Vaticano II, han despertado las fuerzas del laicado con la conciencia de su dignidad, vocación y misión. A ellas hay que volver, estudiarlas, trabajarlas:
"El Concilio, con su riquísimo patrimonio doctrinal, espiritual y pastoral, ha reservado páginas verdaderamente espléndidas sobre la naturaleza, dignidad, espiritualidad, misión y responsabilidad de los fieles laicos. Y los Padres conciliares, haciendo eco al llamamiento de Cristo, han convocado a todos los fieles laicos, hombres y mujeres, a trabajar en la viña: «Este Sacrosanto Concilio ruega en el Señor a todos los laicos que respondan con ánimo generoso y prontitud de corazón a la voz de Cristo, que en esta hora invita a todos con mayor insistencia, y a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esta llamada va dirigida a ellos de manera especialísima; recíbanla con entusiasmo y magnanimidad. El mismo Señor, en efecto, invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este santo Concilio, a que se le unan cada día más íntimamente y a que, haciendo propio todo lo suyo (cf. Flp 2, 5), se asocien a su misión salvadora; de nuevo los envía a todas las ciudades y lugares adonde Él está por venir" (Juan Pablo II, Christifideles Laici, 2).
Efectivamente, recordemos las palabras del Concilio Vaticano II describiendo la acción apostólica del laicado, que nace de su misma naturaleza bautismal:
"También los laicos hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo.En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento" (AA 1).
Esta catequesis fundamental sobre la naturaleza del laicado, breve en sus expresiones pero amplia en sus consecuencias, deberá permitirnos reconocer no sólo la vocación a la santidad, sino la naturaleza misma de la vocación laical, su consagración y su apostolado, dejando de conformarse sólo con unos mínimos o viviendo pasivamente, ociosamente o reduciendo la acción laical a unas pequeñas tareas intraeclesiales, clericalizándose, ya que ésta ha sido una gran tentación, "la tendencia a la «clericalización» de los fieles laicos" (Juan Pablo II, Christifideles laici, 23).
Es momento de ofrecer grandes perspectivas y señalar horizontes más amplios. La doctrina de la Iglesia es clara a este respecto.
"La nueva evangelización se hará sobre todo por los laicos, o no se hará” (CEE, Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, n. 148)