El cardenal de Lyon, Philippe Barbarin, ha sido absuelto por segunda vez por la Justicia francesa. Más que absuelto, en realidad lo que ha ocurrido es que el juez ha archivado el caso porque no veía ninguna consistencia a la denuncia. Es decir, ha declarado que no había caso, que era absurdo todo. La Archidiócesis de Lyon, en su comunicado informando de la decisión judicial, pide a los medios de comunicación que se hagan eco de la noticia con la misma extensión y duración que dedicaron al caso cuando el cardenal fue acusado. Hacen bien en pedirlo, pero pueden esperar sentados.
En agosto de 2016 ya fue archivada una denuncia contra el cardenal por presunto encubrimiento de abusos. Era tan ridícula la acusación que olvidaba que cuando se produjeron los hechos el cardenal era un simple sacerdote que ni remotamente tenía nada que ver con lo ocurrido. La segunda denuncia, es inconsistente -y por eso se ha archivado- porque hay constancia de que cuando el cardenal se enteró de los supuestos delitos pidió inmediatamente a la víctima que denunciara el caso a la policía. Para colmo, el sacerdote acusado de pederastia ha sido declarado inocente.
Pero, ¿a quién le importa la verdad, a quién le importa el sufrimiento de un hombre inocente? ¿a los medios? ¿a los políticos? Unos y otros cargaron con ferocidad contra el cardenal, aunque las acusaciones eran tan endebles que ni siquiera el juez las ha considerado relevantes. ¿No vieron ellos, como lo ha visto el juez, la inconsistencia de las mismas? Seguro que sí, pero eso no les impidió cebarse en una persona inocente. Incluso el entonces primer ministro francés, el socialista Manuel Valls, llegó a pedir al cardenal que asumiera sus responsabilidades y dimitiera. Se llegó a hablar de un “método Barbarin”, que sería el que supuestamente habría estado utilizando la Iglesia para encubrir a los curas pederastas.
En realidad, el “método Barbarin” sí existe. Pero no es el que los medios y los políticos dicen, sino justo lo contrario. No es un método para ocultar crímenes, sino para inventarlos. No importa la verdad. No importa lo que sufra un inocente acusado falsamente. Lo que importa es hacer daño a la Iglesia, hacer negocio vendiendo diarios o aumentando la audiencia. Lo que importa es conseguir votos de los sectores más radicales del electorado, que han encontrado en este tipo de acusaciones una manera aún más cruel que la que usaron sus antepasados para llevar a los curas al cadalso o a la guillotina. Ha quedado ya desfasada la frase que tanto gusta pintar en las paredes de los templos católicos a algunos radicales de izquierda: “La única Iglesia que ilumina es la que arde”. Ahora prefieren quemar vivos a los curas, y cuanta más responsabilidad tienen mejor, porque más escándalo hay. Si el cura es inocente, no importa. Lo que importa es que arda y, con él, que se prenda fuego al prestigio de la Iglesia. El “método Barbarin” sí existe. Es el juicio público que se lleva a cabo en los medios de comunicación, es la nueva hoguera con la que están quemando la Iglesia, alimentada por el odio y la mentira. Probablemente, el cardenal Pell, que ya está en Australia para defenderse, será la próxima víctima.