Ha sido modelo profesional. Ha desfilado en las pasarelas italianas y francesas siempre con diseños de Mila Shon y de las hermanas Fontana. Se trata de Antonella Moccia. Tiene cuarenta años. Después de los aplausos de cada sesión y de triunfar profesionalmente se siente insatisfecha, vacía, le falta algo: no es feliz aunque busque con ahínco la alegría.
Ella, de siempre, ha sido una joven y una profesional muy exigente. Piensa que está hecha para cosas mayores y no sólo para el espectáculo y la moda. Y decide dar un nuevo rumbo a su vida. Va en busca de algo que la llene espiritualmente, que le dé contento interior, alegría...
En un principio se incorpora como voluntaria, en sus horas libres, en la comunidad romana de Hermanas de la Congregación de la Madre Teresa de Calcuta.
Le asignan lavar la ropa de los vagabundos —ella que estaba avezada a los mejores tejidos y vestidos del mundo— y en este trabajo humilde —lavar la ropa de los vagabundos— comienza a sentirse contenta, alegre, querida por Dios.
Un día, en el metro, Sor Franceschina se cruza con una hermosa joven, maquillada, bien vestida, muy elegante ella, leyendo los Salmos en lugar de una revista. Hablan y la religiosa la invita a un grupo juvenil. Seguirán otros encuentros que la van acercando a la Iglesia. Actualmente es religiosa dedicada al servicio de los pobres y a la contemplación.
— En todas partes hay hambre de Dios —ha dicho Antonella— y no sólo en la moda, sino también en el mundo del cine, de la televisión y del espectáculo.
Kierkegaard decía: «La grandeza no consiste en ser esto o aquello, sino en ser uno mismo; y esto lo pueden todos, si quieren.»
Decía San Agustín: «Eterna Verdad, verdadero Amor, querida Eternidad... Tú eres esto, Dios mío.»
Encontrarse a uno mismo y a Dios es encontrar la alegría.
Alimbau, J.M. (2017). Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.