Los magos de oriente habían visto brillar la estrella en Jerusalén y, conforme a la profecía de Balaam, se pusieron en camino hacia Jerusalén, donde había de nacer el Rey del mundo entero. Cada uno llevaba un don. La primera noche el diablo se apareció al Melchor.
- ¿Por qué vas a regalarle oro al Rey? ¡Seguro que tiene mucho! ¡Vaya regalo más inútil! Al llegar a Él vas a quedar fatal llevándole un don que no le va a aportar nada. Más valdría que te retirases antes que presentarte ante el niño con ese don sin sentido.
Melchor ignoró al enemigo y se sonrió para sus adentros. Toda la noche estuvo el demonio tratando de disuadirle de su viaje. Le dijo que al Rey le desagradaría su regalo, que le despreciaría, que se reirían de él los demás, pero nada borraba la sonrisa de sus labios.
Enfadado, el demonio se mostró a Gaspar.
- ¿Cómo se te ocurre llevarle incienso al Rey? Para los hebreos el incienso solo se quema en el templo de Jerusalén, y ofrecer incienso a un Rey es idolatría como hacen los romanos. Tu regalo escandalizará a todos. Mejor es que te vayas.
Gaspar sonrió para sus adentros e ignoró al malvado. Toda la noche el enemigo le indujo para que se echara atrás, le insinuó lo inapropiado de su ofrenda, y además le dijo que los dones de los demás serían mejor recibidos que el suyo, pero nada de lo que decía conseguía turbarle.
Lleno de Rabia, el diablo fue a Baltasar.
- ¿Mirra para un Rey? La mirra es para los muertos. El Rey lo tomará como un presagio de muerte y se ofenderá. Además. ¿no tendrá montañas de mirra el Rey? ¡Quedarás en ridículo con tu regalo! Más te vale desistir de este viaje.
Pero Baltasar sonrió para sí e ignoró al demonio. Toda la noche le estuvo tentando para que no se presentara ante el Rey, que mejor era irse ahora que retirarse más tarde sin dignidad, que era como presentarse con las manos vacías. Pero nada conseguía turbarle.
Tras salir del Palacio de Herodes, los magos fueron a Belén y allí ¡oh, maravilla! no encontraron al Rey en una alta cuna de marfil dentro de un palacio, sino sobre un pesebre en pobre portal, como un niño normal y pobre, velado por una sencilla doncella y un casto varón.
Melchor se acercó al niño y dijo:
- Aquí os traigo este oro. Pensaba que tendríais en cantidad, y por un momento me sentí tentado a no traéroslo, pero ahora veo que no sois rico ni potentado. No obstante, este oro vale más que todo el oro del mundo.
Es el oro del trabajo de mi juventud, que reuní moneda a moneda para tener una buena vida al final de mis días. Pero me he dado cuenta de que la verdadera riqueza es el amor de los míos.. Por eso os lo traje, pues es lo mejor que tengo, y al mismo tiempo no lo necesito.
Tras él se acercó Gaspar.
- Rey de reyes, os traigo este incienso. Mi esposa murió, y donde la enterramos surgió un hermoso árbol, con cuya resina lo he fabricado. Tras su muerte me di cuenta de que nada en este mundo puede llenar mi corazón, salvo vos. Por eso os lo traigo.
Luego se acercó Baltasar.
- Señor, os ofrezco esta mirra. La tenía preparada para mi sepultura, pero mi único hijo pequeño murió, y utilizamos una parte para embalsamarle. Sobró esto que os traigo, pues no quiero tener ya el corazón en quien se me pueda morir.
El niño Dios sonrió, los pastores se conmovieron, María y José abrazaron y besaron a los Magos, y todos vivieron una noche de ensueño en torno al niño que resplandecía como el sol. Todas las penas que los Magos arrastraban se disiparon como la nieve ante el fuego.
Ya se aprestaban a partir cuando el ángel del Señor se les apareció en sueños.
-¡Bien habéis hecho! No habéis dejado que el corazón se os pusiese en cosa terrenal y habéis puesto vuestra esperanza en el cielo. No quedaréis defraudados, pues este niño es Dios. Id, pues, y anunciad a todos la maravilla del Rey de reyes, digno del oro; del hombre mortal, digno de la mirra; de aquel que es semejante a Dios y vive por los siglos, digno del incienso. Recibiréis cien veces más: la vida eterna. Los Magos partieron con gozo indescriptible.