- ¿No ha estado usted nunca enfermo?

-Ya lo creo! ¡Y enfermo a morir! Figúrese usted que mi excelente amigo el médico del pueblo, me encontraba mal. Tan mal, que un día mientras paseábamos, me dijo: “Don Rafael: estoy preocupadísimo. Le veo cada día más débil, más agotado. ¿Por qué no va usted a un especialista?”. La enfermedad que yo padecía era, sencillamente, que me había puesto a régimen. ¡Pero cualquiera le dice eso a un médico! Escribí al doctor Olivares, que es amigo mío, y este me recomendó a un especialista de Valladolid, que tampoco me sacó de dudas.

- ¿Y usted seguía con el régimen?

- ¡Con ese régimen condenado, sí, señor! Hasta que un verano me permití unas cortas vacaciones en Cestona. El forense de Zamora venía conmigo y me dijo: “Don Rafael, a usted le curo yo durante el viaje. Va usted a comer lo que yo le diga”. Acepté, temblando, una nueva dictadura alimenticia. Pero el forense de Zamora es un hombre de muy buen sentido, que, sin duda, había adivinado mi enfermedad. A la hora de comer, detuvo el coche, y a pocos metros de la carretera extendió un mantel sobre el suelo, y muchos embutidos, jamones y otros manjares por el estilo. “¿Qué le parece todo esto, don Rafael?”, me repitió. “Admirable, peor prohibido”, le contesté tristemente. “Pues yo le ordeno comer de todo”.

- ¿Y se puso usted malísimo?

- ¡No, señor! ¡Me curé! Y, desde entonces, como de todo, hago mi vida normal y no estoy enfermo.

Don Rafael ríe alegremente de la aventura.

- Andar, andar, es lo que conserva ágil y fuerte. Cuando llegué a Monfarracinos, hace cuarenta años, encontré la iglesia en ruinas, y me propuse no descansar hasta que consiguiera su restauración. Muchos días hice tres viajes a Zamora, que está a seis kilómetros, para hablar con las autoridades. Y ahora que soy viejo, muchas tardes me voy hasta allí dándome un paseo, sin advertir cansancio alguno.

SI LOS RICOS NO HUBIERAN QUERIDO SER MÁS RICOS AÚN

-En este pueblo he organizado la primera Sociedad Católica Obrera, hace muchos años… En la medida de mis fuerzas, trataba de resolver todos los conflictos que surgían entre los propietarios y los braceros. Defendía a los pobres

Al hablar de esto, la cara, alegre y viva del viejo párroco, se ensombrece un poco.

-Organicé esa Sociedad Catolica, porque me anunciaron los campesinos que sí yo no les protegía, se afiliarían a asociaciones extremistas de la ciudad. A muchos ricos del pueblo les disgustó mi decisión porque sabían que no les iba a dar la razón cuando no la tuvieran. La ocasión se presentó bien pronto…