Valga este post, por alusiones, como respuesta a algunos de los comentarios del post anterior, “De vuelta a España, ¡qué vieja está la feligresía!”
Lo primero, aclarar que en los comentarios, ante la insinuación de la afirmación clásica de que los institutos tradicionalistas tienen vocaciones jóvenes, respondí lo siguiente, referido a los tradicionalistas, no al conjunto de la Iglesia:
“Soy consciente de que corrientes tradicionales argumentan diciendo que tienen gente joven, y de hecho tienen vocaciones. Pero esto no es ni de lejos una estadística que se acerque a una tasa de recambio saludable, ni que se acerque a la realidad de la pirámide poblacional del país. En mi experiencia, no son precisamente las masas de jóvenes que andan como ovejas sin pastor, las que se acercan a estas cosas. Pero sí, tienen vocaciones, al contrario que órdenes religiosas desnortadas y muchas diócesis descompuestas. […]
[…] Pero, en mi opinión, el tema de las vocaciones no indica nada per se. Las más de las veces acaba resultando en tener un curita joven recién ordenado, dando misa para una feligresía envejecida. Es una vocación,sí, pero no una vocación que atraiga jóvenes, sino que sirve para mantener a los que ya están.”
Al hilo de todo esto A.L., atenta lectora y comentarista de este blog cuyas observaciones agradezco y siempre me suponen un reto, me recomienda pasarme por el Redemptoris Mater, las Clarisas de Lerma, Sigena o por el Hogar de la Madre.
Pues bien, demos ese paseo para centrar la cuestión. Lo primero es acudir a las fuentes, y para eso qué mejor que las estadísticas de la propia Conferencia Episcopal, y en concreto las estadísticas de seminaristas españoles que se publican aquí.
Que me perdonen los religiosos y religiosas, pues no acierto a localizar estadísticas de ellos en la página de la Confer y sería muy trabajoso ir instituto por instituto, así que me centraré en la Iglesia diocesana.
Cualquiera que tenga ojos para ver puede constatar que los seminarios de Madrid, Redemptoris Mater, Getafe, Toledo, Sevilla y Valencia, son la excepción a la que parece generalizada falta de vocaciones de toda España.
En el mundo religioso pocas son las excepciones al claro declive vocacional, y, siendo rara avis conventos tan extraordinarios como las Clarisas de Lerma, muchos son los que salvan la estadística “importando” vocaciones de países desfavorecidos, que paradójicamente son los que ahora mandan misioneros al primer mundo.
Pero para mí el problema va mucho más allá de la falta de tasa de recambio vocacional, que nos aboca a una iglesia envejecida atendida por curitas jóvenes pluriempleados en varias parroquias, en grave riesgo de desanimarse por dedicar sus vidas a una pastoral de mantenimiento que no les permite apenas ver conversiones, ni ilusionarse con su ministerio.
El problema es el desmedido optimismo que muestra la gente que mira a la Iglesia desde la óptica de los movimientos y de las parroquias pujantes. Porque en su inmensa mayoría, esas realidades tienen vocaciones sí, pero son excepciones que confirman la regla.
El problema no es que la Iglesia en general esté mal, sino que los movimientos no están tan bien como nos pensamos, y aunque tienen gente, y vocaciones, y algunos una clara apertura a las conversiones como los neocatecumenales, la mayor parte viven de las rentas de los que éramos jóvenes hace 15, 20 o 25 años cuando entramos en ellos.
Para mí, el mayor signo de la vitalidad de una comunidad, no son las vocaciones al sacerdocio o a la vida consagrada, sino las vocaciones al matrimonio y a la vida en el mundo. Si hay familias, hay vocaciones, pero, al contrario, no porque haya vocaciones hay familias, ni laicos jóvenes, y es aquí donde las estadísticas vocacionales se vuelven engañosas.
¿Saben cual es, para mí, la prueba del algodón de la vitalidad de una comunidad? La gente que tiene entre los 17 y los 29 años, es decir, los que en condiciones normales en nuestra cultura de hoy, no peinan canas, no van a la iglesia por imposición de los padres, y todavía no ejercen la paternidad. Sonará fuerte a muchos oídos, y será incómodo pensarlo, pero una parroquia llena de niños y de preadolescentes, con familias y todo, no demuestra más que nuestra predisposición a engordar la estadística y darnos por satisfechos con lo que tenemos, descuidando lo que realmente hay afuera, enfrascados en nuestra arcadia feliz.
¿La razón de esta atrevida opinión? La constatación de una insuficiente tasa de recambio- no sólo de vocaciones sino de feligreses- y un acuciante sentimiento de estar rodeado de abuelos o niños, vaya a la iglesia que vaya, cosa que no ocurre en el resto de ambientes que frecuento en el mundo (bares, cines, deportes, trabajo, etc,etc), o en otras iglesias de otros países y denominaciones.
Leyendo la estadística de seminaristas, de nada me sirve que de cada 30.000 personas en Madrid, tengamos un “joven” que se mete a seminarista (aunque para eso es mejor Getafe-uno de cada 20.000- y Toledo es espectacular con su uno por cada 8.000-si obviamos el hecho de que allí entra gente de toda España)
Ese joven seminarista, cuando sea cura, va a predicar y alimentar con los sacramentos a una feligresía envejecida en su mayor parte. Y mientras, los miles de jóvenes que andan por ahí, en las noches de fiesta, en las universidades, y en general en la vida; no se acercarán a la iglesia en su mayoría, porque la Iglesia ha dejado de ofrecerles nada relevante para sus vidas- o por lo menos eso es lo que piensan y sienten.
Dicho de otra manera, en mi familia, de unos abuelos que iban a misa, han salido tres hermanos de los cuales sólo uno va a misa, y diez nietos, de los cuales yo soy el único que está metido en la Iglesia (aunque hay tres menores que todavía no se han decidido en el tema, por su falta de edad) Súmese a estos tíos, sus esposas; a las primas y primos, sus parejas y descendencia- y de repente uno se da cuenta de que el raro, la excepción a la regla, soy yo y los demás son la gente normal de hoy en día, la que hemos perdido en el camino. Si yo me meto a cura mañana, no cambiará para nada el hecho que la mayor parte de mi familia no pisará la iglesia más que para bodas, funerales, y con suerte, bautizos.
Para no ser agorero, la solución, que la hay, es la nueva evangelización, la conversión de las parroquias y órdenes religiosas en comunidades evangelizadoras, la reforma de lo reformable, la predicación de lo eterno e inmutable, todo con caridad, y verdad, pero también con astucia evangélica.
Lo que tenemos está bien, las vocaciones son buenas..todo suma, demos gracias a Dios por seminarios como Getafe; por Lerma y por los neocatecumenales; y por tantos otros que trabajan día y noche dejándose la vida sin un fruto tan aparente en número…pero hay que sumar más, si queremos convertir a la sociedad, y no es malo decirlo de vez en cuando.
Creo que la solución pasa por lo dicho en la oración de la Plegaria Eucarística V, que ayer usaron en mi parroquia:
“ Que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio”