¿Amarnos a nosotros mismos no es egoísmo? Si nos amamos como centro, sentido y objetivo, sin duda nuestro amor no es tal, sino complicidad con nosotros mismos. Amarse a sí mismo conlleva amar aquello que habita en nosotros y es digno de ser amado. ¿Qué hay así en nosotros? La imagen de Dios en lo que somos y la semejanza en la forma en que actuamos cuando hacemos la Voluntad de Dios.
San Agustín acierta al indicarnos que “Amarás tu persona si amas a Dios con toda tu persona”, esta es la clave. En la medida que amemos a Dios sobre todas las cosas, podremos amarnos a nosotros mismos de forma correcta. Como decía antes, amar no es complicidad, aunque actualmente nos ofrezcan muchas complicidades vestidas de amor. El amor a sí mismo conlleva negarse y tomar la cruz que Dios nos ha dado. Si nos damos la razón en todo e intentamos que otros lleven nuestras cruces, estamos siendo cómplices con nosotros mismos.
Da igual si hemos conseguido que la misma Iglesia se acomode a nuestras infidelidades y complicidades. Todos sabemos el cuento del rey desnudo. En este cuento los súbditos eran cómplices de una mentira porque les convenía hacerlo. Este cuento se repite con mucha frecuencia, llegando a ser aceptado como base en algunos puntos de vista eclesiales actuales. Pero la Verdad es más que la realidad que cada cual vive. Pero, cuando no amamos la Verdad, no amamos a Dios. Cuando no amamos a Dios, no nos amamos a nosotros mismos. Somos simples cómplices de nuestros errores y egoísmos.